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Literaturas posautónomas: Un debate para la crítica literaria latinoamericana

Versión para esta página de la ponencia leída en las IV Jornadas de Literatura Uruguaya. Lecturas rioplatenses: Actualidad y perspectivas de los discursos emergentes, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
La verdad de nuestra literatura no es del orden del hacer,
pero ya no es del orden de la naturaleza:
es una máscara que se señala con el dedo.
Roland Barthes, «Literatura y meta-lenguaje»
No divagar sobre un testimonio cualquiera que jamás
convertiría en novela, porque a nadie en su sano juicio le
podría interesar ni escribir ni publicar ni leer otra novela
más sobre indígenas asesinados.
Horacio Castellanos Moya, Insensatez

En julio de 2007 comenzó a circular en línea el ensayo «Literaturas posautónomas» de Josefina Ludmer; a principios del siguiente año apareció una segunda versión de este texto llamada «Literaturas posautónomas 2.0», la cual era ligeramente más larga que la anterior, además de incorporar algunos cambios menores en la redacción. Antes de abordar las propuestas teóricas y críticas desarrolladas por Ludmer, quiero centrarme en la dinámica de difusión de este ensayo, la cual es claramente distinta a la de sus obras previas; durante casi un año el texto circuló, en sus dos versiones, sólo en la red, principalmente en la página oficial de la autora, pero también en su blog y la cuenta de Facebook que manejaba en aquella época. Aunque la segunda versión se imprimió en la revista Kipus, lo cierto es que el impacto causado por el texto se originó en la virtualidad de la red, inscribiéndose en una forma distinta de circulación que ya no depende de los agentes habituales que median entre el texto y el público. La forma en la que «Literaturas posautónomas» se dio a conocer está en consonancia con los planteamientos esbozados por Ludmer, los cuales de manera general cuestionan no el «valor de la literatura», como podría pensarse en una primera y deslumbrada lectura de un ensayo contundente que finca en la indecibilidad la potencia de su argumentación; lo que se problematiza es la función del trabajo crítico en el contexto de las literaturas del presente, todas ellas inscritas en las dinámicas económicas que modelan los territorios de la lengua. Paradójicamente, el trabajo de Ludmer ha sido leído más como una suerte de diagnóstico de la literatura que como un cuestionamiento a las dinámicas de la crítica; en este sentido el texto de Ludmer es más cercano al Schaeffer de La pequeña ecología de los estudios literarios que al Todorov de La literatura en peligro.

Una tercera versión del trabajo apareció en el volumen Aquí América latina. Una especulación (2010) como parte de «Temporalidades», la segunda sección del libro. Esta versión es ligeramente distinta a las anteriores en términos de redacción, aunque los planteamientos son los mismos. Cabe destacar que Aquí América latina, el penúltimo libro publicado por Ludmer, es una obra polémica conformada por una suerte de «diario de teoría» y diversos ensayos fragmentarios ensamblados para recorrer los territorios y las temporalidades del presente; en este trabajo Ludmer explora la potencia del fragmento para distanciarse de las forma sistemática en la que había desarrollado su trabajo crítico y teórico, tal como lo había hecho en Onetti, los procesos de construcción del relato (1977). Sin duda la tercera versión de «Literaturas posautónomas» debe leerse en relación con los otros textos del libro, lo cual permite una aproximación más compleja a los planteamientos de Ludmer; la dificultad de esta lectura radica en la imposibilidad de la sucesión, la cual es desplazada por la emergencia de una «lectura constelada» que mire la totalidad de los fragmentos para construir figuras dinámicas que se recombinan constantemente.

Dada la dificultad de mirar todos los fragmentos, mi lectura de «Literaturas posautónomas» contempla también y solo los planteamientos de «El Imperio», el último apartado del libro, en el cual Ludmer destaca el desplazamiento de las literaturas nacionales hacia una territorialidad distinta sustentada en la lengua; los «territorios de la lengua» funcionarían no como el anclaje de ciertas formas literarias “excéntricas” a los estados-nación, sino como la «etapa presente» de lo que podríamos llamar con Bourdieu el «campo literario»; sin embargo, la aparente equivalencia entre «territorios de la lengua» y «campo literario» dejaría de lado el propio distanciamiento que Ludmer hace del pensamiento de Bourdieu. Quizás en este sentido sea más adecuado recurrir a la noción de «régimen de las artes» propuesta por Rancière en el partage de lo sensible, a esto volveré más adelante.

«Literaturas posautónomas» está compuesto por nueve fragmentos precedidos por una breve introducción en la que Ludmer enfatiza que la indagación de esta parte del libro está centrada en la búsqueda de los «territorios del presente» a partir de la lectura de ciertas «escrituras actuales», las cuales se caracterizarían por los siguiente: «Estas escrituras no admiten lecturas literarias; esto quiere decir que no se sabe o no importa si son o no son literatura. Y tampoco se sabe o no importa si son realidad o ficción­­» (149). Este párrafo (un fragmento dentro del fragmento) contiene las propuestas fundamentales de lo que vendrá después: la imposibilidad de las «lecturas literarias», de lo cual se desprende el que no se sepa o no importe si las escrituras son o no literatura, si forman parte de la realidad o la ficción. La contundencia de la afirmación suspende las preguntas que de inmediato podrían surgir al leer esto; Sandra Contreras ha señalado que uno de los principales puntos ciegos de este inicio tiene que ver, precisamente, con la temporalidad: ¿cuál es ese «presente» del que habla Ludmer?, ¿por qué la urgencia de pensar el aquí y el hoy parte precisamente de que no se sepa y tampoco importe? Para Contreras la sensación de inmediatez que genera el texto oculta su anclaje en las discusiones desarrolladas por distintos teóricos desde los ochenta y produce el efecto de leer lo propuesto por Ludmer como una «noticia de último momento», una suerte de cambio repentino del campo literario, lo cual certifica más la inminencia de lo diferente que el estadio de un proceso anclado en el pasado de este presente inconcebible de manera aislada. De esta forma, Contreras cuestiona no la lectura del presente, sino concebirlo como un tiempo fuera de la continuidad. Resulta fundamental destacar que el impersonal «no se sabe» permite asumir la neutralidad del «diagnóstico» de Ludmer, el cual no es ni celebratorio ni catastrofista, sólo una constatación objetiva de cómo leer las «escrituras actuales».

Antes de seguir, volvamos a esa frase un poco dejada de lado que es el objeto principal de este trabajo: «estas escrituras no admiten lecturas literarias», y no las admiten porque, como señala Ludmer después, escapan a las categorías literarias tradicionales: autor, obra, estilo, escritura, texto y sentido. Pese a no explicarse en función de estas categorías de «lo literario», sí participan de las dinámicas consideradas propias del campo literario: ganan premios, circulan como libros, son incluidas en un género y conservan el nombre del autor aunque cuestionen la noción misma de autoría. De acuerdo con Ludmer estas escrituras representan el «fin de la autonomía literaria» y dan cuenta del paso de lo autónomo a «la literatura en la industria de la lengua». Este paso sólo se comprende por fundarse en dos «postulados evidentes», tan claros que parecieran incluso incuestionables: «El primero es que todo lo cultural (y literario) es económico y todo lo económico es cultural (y literario). Y el segundo postulado de esas escrituras sería que la realidad (si se le piensa desde los medios, que la constituirían constantemente) es ficción y que la ficción es la realidad» (150-151). Quizá este fragmento sea uno de los más citados del texto, pues las equivalencias planteadas son tan amplias y deslumbrantes que en cierta medida desarticulan cualquier objeción; no obstante, la misma generalidad de lo argumentado debe considerarse detenidamente. Si bien es cierto que en un principio Ludmer sólo se refería a «ciertas escrituras», en este punto de su ensayo el límite inicial cede a la totalización y la completa borradura de las diferencias, a partir de lo cual empieza a implicarse que estas «ciertas escrituras» son de hecho «la literatura», más aún, representan la cultura.

Detengamos en este punto la lectura de «Literaturas posautónomas» y volvamos a la evidencia de los postulados; pero más que eso, volvamos no a la puesta en equivalencia de las nociones, sino a lo que ellas refieren antes de ser puestas en relación, es decir, preguntemos al texto qué entiende por lo cultural, lo económico, la ficción y la realidad. Después de interrogar observamos que la respuesta sobre lo cultural y lo económico se responde hasta «El Imperio», en las últimas páginas del libro; aunque vale destacar que no  es lo cultural lo que se considera al final de esta indagación, sino las escrituras y a partir de ellas la lengua como un recurso natural explotado por las industrias globales en los mercados de la lengua. Aquí hay otra equivalencia en sí misma escandalosa (exagero, claro), pero tan evidente que tampoco se cuestiona: la concepción de lo cultural en función de los parámetros de la textualidad, esta equivalencia no proviene de Ludmer, sino precisamente del cuerpo teórico con el que discute oblicuamente, ése que constituye el pasado de este presente posautónomo representado en buena medida por esa máscara que también se llama Roland Barthes y a veces se señala con el dedo. En el paso del texto a la cultura está, precisamente, la forma de lectura contra la que Ludmer dirige sus cuestionamientos, la que se configuró a lo largo de varias décadas y confundió sus postulados teóricos con su objeto de estudio, como lo señala Schaeffer en su ecología de los estudios literarios.

Cuando hablamos de representación a veces nos referimos a la ficción, otras al juego; cuando Ludmer piensa en la ficción designa una tensión, una oposición, entre «la historia» y «la literatura» que existía hasta el siglo XX; en estos términos la realidad de la etapa autónoma de las artes sería solo la «realidad histórica», a diferencia de la realidad posautónoma que es solo la del presente, sin pasado, sin memoria. La realidadficción, como la llama Ludmer, es la realidad cotidiana vivida y representada en el vértigo del presente; asimismo, implica el desdibujamiento de las esferas de lo político, lo económico y lo cultural; en cierta medida la realidadficción pareciera designar la totalidad indiferenciada e indiferente. No es este el espacio para acechar la ficción, pero sí se hace necesario desmontar (aunque sea de paso) una falsa oposición socavada por muchos, pero afirmada por otros tantos: la ficción no se opone a la realidad, forma parte de ella; lo otro de la ficción, su opuesto complementario, es lo factual: la ficción es la realidad en potencia, lo factual es la realidad ocurrida. El conflicto de la realidadficción radica, primordialmente, en la total anulación de la potencia (llamémosla la posibilidad de otros mundos, no de la utopía, sino de la heterotopía) inherente a la ficción.

Aceleremos un poco la lectura para llegar al fragmento siete, el más breve de «Literaturas posautónomas» y, al mismo tiempo, el que entraña un mayor riesgo. Afirma Ludmer que «al perder “el valor literario” (y al perder “la ficción”) la literatura posautónoma perdería el poder crítico, emancipador y hasta subversivo que le asignó la autonomía a la literatura» (154); de ser esto cierto entonces podríamos compartir la postura del repulsivo narrador de Insensatez de Castellanos Moya cuando dice que «otra novela más sobre indígenas asesinados» es a todas luces innecesaria porque a nadie le interesa. No se habla aquí de literatura comprometida frente a literatura en pureza, pero vale señalar que la literatura indiferente de la realidadficción no es neutral, el poder perdido no se desvanece en la nada, ha cambiado de manos para imponer otras causas.

Al final de «Literaturas posautónomas» Josefina Ludmer retoma ese cuestionamiento inicial que parecía un poco olvidado: «Todo depende de cómo se lea la literatura hoy o desde dónde se la lea. O se ve el cambio en el estatuto de la literatura en el interior de la industria de la lengua, y entonces aparecen otros modos de leer. O no se lo ve o se lo niega» (155). Sin duda sí, todo depende desde dónde se lea, y por ello es posible leer no decidiendo entre la autonomía del pasado y la posautonomía del presente y la industria, posicionarse en un afuera de la realidadficción para preguntarse, precisamente, por lo que ocurre en los márgenes de la industria, en los aledaños de lo indiferente que Reinaldo Laddaga llama ecologías culturales, esos proyectos que articulan la modificación de las cosas locales y la producción de ficciones para generar comunidades.

Leo el «no importa o no se sabe» de Ludmer frente a las escrituras del presente no como la afirmación de un proceder crítico indiferente, falsamente neutral en la indecibilidad de sus posiciones; leo el «no importa o no se sabe» como un diagnóstico, quizá clínico, de las formas actuales de la crítica y, por qué no, de otras formas discursivas, de otras disciplinas que ponen en suspenso su poder disciplinario, pero no lo pierden, lo redirigen. Quizá la salida de la indiferencia pase por pensar la cultura más allá de la textualidad como un “régimen de las artes”. Para Rancière un régimen de las artes es el vínculo entre las formas de producción de obras o prácticas, las formas de visibilidad de éstas y los modos de conceptualización de unas y otras; más aún, son maneras de hacer realizadas por agentes que constituyen en sus prácticas la cultura. Los «otros modos de leer» requeridos por Ludmer para estas escrituras del presente no sólo implican un cambio al interior de los paradigmas de la crítica (los cuales, dicho sea de paso, se mantienen en movimiento constante), sino que se inscriben en las transformaciones de las maneras de hacer de los agentes de la cultura. En este sentido, «Literaturas posautónomas» de Josefina Ludmer es un poderoso texto para pensar las escrituras del presente y las formas de la crítica, y también una invitación para cuestionar las maneras de hacer realizadas en el propio texto, cuya lectura, como espero haber enfatizado, no nos deja indiferentes.

Obras referidas

Contreras, Sandra, «Cuestiones de valor, énfasis del debate», Boletín 15, octubre de 2010, p. 1-10.
Ludmer Josefina, Aquí América latina. Una especulación, Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2010.
Zo Ramiro Esteban, «El efecto post-Ludmer: Presupuestos teoricos en torno a la post- autonomia de la literatura», Revista Landa, Vol. 1, No. 2, 2013, p. 349-371.

Acerca del autor

Armando Octavio Velázquez Soto

Profesor Asociado de Tiempo Completo en el Colegio de Letras Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Doctor en Letras por la UNAM. Es profesor en las áreas de …

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