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Narcoficciones

Brigitte Adriaensen y Marco Kunz (eds.). Narcoficciones en México y Colombia. Madrid: Iberoamericana/Vervuert, 2016, 258 pp.

Si bien se ha puesto al centro del debate la tendencia literaria sobre las producciones artísticas que abordan los fenómenos derivados del tráfico de drogas, parece pasarse por alto la revelación de una (¿natural?, ¿consecuente?) incidencia, una reiteración, una reincidencia, de la crítica literaria sobre la comúnmente llamada narcoliteratura. En este sentido, el volumen editado por Adriaensen y Kunz parte no sólo de una consciente incorporación a una discusión ya empezada (la innegable tema en boga en la academia europea y norteamericana) y hasta un tanto dando vueltas sobre sí misma, también pone desde el inicio sobre la mesa la problematicidad del lugar desde donde se produce el libro, publicado por Iberoamericana/Vervuert y concebido desde Suiza y Bélgica.

Hábilmente, Adrianesen, por un lado, problematiza la frecuencia con la que el narcotráfico se proyecta sobre América Latina como un problema «endémico» y señala al fenómeno como uno de carácter transnacional en el que las instituciones financieras (particularmente señala las suizas y su dependencia del dinero del narco) europeas juegan un papel fundamental. Por otro, el libro parte del planteamiento del término de «narcoficciones», esto es, «aquellas ficciones que versan sobre el narcotráfico, incluyendo cine, telenovelas, música y literatura». La propuesta terminológica se suma a las múltiples búsquedas por describir mejor tanto el objeto de estudio, sus implicaciones, la multiplicidad de productores de dichas ficciones, como por deslindarlo de cierto desdén con el que ha sido abordado por la crítica latinoamericana, la mexicana en particular. En ese sentido, la propuesta del vocablo persigue dar cuenta de una ampliación del espectro de las manifestaciones culturales a estudiar, y sobre la que discurre en la introducción. Más que comentar las anotaciones que hace Adriaensen sobre la crítica y el espectro de las manifestaciones culturales que engloba la propuesta de «narcoficciones», me parece pertinente reflexionar un poco sobre unos puntos de contacto que percibo entre lo que postula este libro de Adriaensen-Kunz y algunos señalamientos, sobre el caso mexicano, de Oswaldo Zavala (en «Las razones del Estado narco») y Heriberto Yepez (en «Dictadura de la forma perfecta» o en «Nomos del norte»), esto es, que (con grandes diferencias de objetivos, estilos y demás) los tres apuntan a expandir el análisis a ciertos puntos ciegos, ya sea a una multiplicidad de producciones, a la situación y el papel del Estado, o al rol y los discursos inmersos en la crítica mexicana; en puntos generales a ampliar el espectro de análisis a más complejos discursos en torno al fenómeno.

Narcoficciones en México y Colombia cuenta con la participación de once investigadores, en su mayoría procedentes y adscritos a universidades europeas, dos norteamericanos, y sólo una investigadora colombiana (adscrita a EUA) y uno mexicano, que parecen colarse al volumen. Y está organizado en tres secciones: I.Panoramas, II.Primeros Planos y III.Más allá de las fronteras. El primero reúne dos textos, de Margarita Jácome y de Marco Kunz, de carácter general, ofrecen una especie de cartografía general a partir de focos de interés distintos, mientras que el tercero —de Glen Close— problematiza la forma de representación de los cuerpos femeninos, que denomina necropornográfica, en la novela mexicana. Jácome revisa la recepción y repercusión de estas ficciones en Colombia de una manera trasversal; en el acercamiento de Kunz destaca su lectura del fenómeno a partir de la revisión de la representación del escudo nacional mexicano y de la figura de Jesús Malverde.

Según se anuncia en la introducción de Narcoficciones, «Primero planos» tenía la intención de ahondar en el análisis de los procedimientos tanto que incurren en «un flirteo con la “espectacularidad morbosa” [García Canclini]» como aquellos que «cuestionan la estética de la violencia» (18); el cometido se logra en tanto que la lectura de los textos busca (y a veces queda la sensación de que lo hace demasiado) poner en relieve ese cuestionamiento estético. Adriaensen revisa Arrecife de Villoro a partir de una diversificación, el narcoturismo; el ensayo dialoga con el texto de Close y articula la transición entre la primera y segunda parte del libro. Los capítulos de Kristine Vanden Berghe y de François Degrande toman como marco de referencia para sus análisis de Mi nombre es Casablanca de Juan José Rodríguez y La lectora de Sergio Álvarez, respectivamente, las teorías del juego de Huizinga y Callois. Verónica Saunero-Ward hace una lectura psicoanalítica lacaniana del personaje principal de la novela de Orfa Alarcón, Perra brava. Por su parte, Margarita Remón-Raillard se dedica a las relaciones entre arte y poder que se configuran en Trabajos del reino de Yuri Herrera. Finalmente, la segunda parte del libro cierra con el ensayo «La narcoficción mexicana entre novela y corrido», de Reindert Dhondt, en la que el investigador holandés revisa las complejidades de las relaciones de dos novelas mexicanas que recurren al corrido como parte fundamental de su configuración, Trabajos del reino y Juan Justino Judicial, de Gerardo Cornejo.

Si la primera parte del libro fue una especie de panorama introductorio, la segunda la presentación de análisis particulares, la tercera constituye en una especie de búsqueda de presentar cruces entre las tendencias literarias y críticas en Colombia y México. Primero con el artículo de Felipe Oliver, «La preocupación por la literatura en la narcoliteratura», en la que atinadamente señala la incidencia de la figura del escritor y las reflexiones metaliterarias en las novelas mexicanas y colombianas que abordan el narcotráfico. Desafortunadamente, me parece, a Oliver no le da el espacio del texto para profundizar en el análisis. Hermann Herlinghaus cierra el libro con el ensayo «Narcocorridos-narconarrativas-narcoépicas: espacios heterogéneos de imaginación/representación» que condensa los principales planteamientos de trabajos anteriores, principalmente de Violence Without Guilt (2009) y Narcoepics (2013). Quizá es precisamente eso lo que hace pertinente e interesante la lectura de Narcoficciones en México y Colombia, que Adrieaensen y Kunz reúnen en el volumen ensayos que dan cuenta de un proceso de reflexión sobre el fenómeno abordado. Se puede, por ejemplo, percibir una tendencia clara en los análisis de Adriaensen para poner en relieve los puntos de contacto, la reciprocidad entre los fenómenos en los países europeos y latinoamericanos, y para desvincular percepciones irreflexivas sobre los fenómenos; podemos dar continuidad a los señalamientos de Glen Close sobre la necropornografía. Herlinghaus, por ejemplo, funge como marco de referencia compartida para todo el libro, pues es citado en la mayoría de los ensayos; de tal forma que al cerrar el libro, los editores le conceden simbólicamente la última palabra. Un volumen interesante, que da continuidad a los procesos de investigación, de pensamiento; que, en su mayoría, lee a la crítica latinoamericana —aunque no comparte ciertos presupuestos o perspectivas. Quizá, queda la espinita de que faltó el diálogo con acercamientos a las narcoficciones desde México y Colombia, pues se hace evidente, cabe mencionar, que los investigadores de estas latitudes no fueron invitados más que simbólicamente, y tal vez por ello, algunos artículos repiten líneas de análisis ya andadas.

Acerca del autor

Ivonne Sánchez Becerril

Investigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Doctora y maestra en Letras por la UNAM. Licenciada en Lengua y Literatura de Hispanoamérica por la UABC…

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