A pesar de las peculiaridades (económicas, ideológicas, políticas y estéticas) de cada una de las mujeres que brindan su versión sobre Solano, todas ellas coinciden en el halo dramático que signó la vida de su amiga pero, sobre todo, en que la desdicha de ésta estuvo marcada por cuatro factores esenciales: su genialidad, su belleza, su necesidad de sobresalir como escritora en un entorno prejuicioso y, principalmente, su libertad sexual. Al respecto, Tinoco declara: “Difícil fue su vida entera, por causa de esa su rebeldía, ese carácter suyo de sentirse presa entre barrotes y querer traspasarlos […] y ya no digamos la maldición que fue su belleza incomparable. Cuesta trabajo creerlo, pero su belleza fue siempre su desgracia” (p. 49); Carmona refuerza esta idea así: “Pagó un alto precio por ser diferente en una sociedad timorata que nunca la entendió. Una mujer sola, en singular, frente a un medio que respiraba mediocridad por todos sus poros, en plural. La sociedad josefina de entonces era el referente obligado de su angustia por trascender, y sentía que esa sociedad la aprisionaba” (p. 209) y también: “Fue una víctima Amanda, víctima de los hombres, y víctima de su propia volición” (p. 173); Torres concluye: “Se sentía la mujer más incomprendida del mundo” (p. 227).
De acuerdo con estos tres testimonios, el heroísmo de Amanda Solano consiste en una indeclinable oposición al stablishment político (pues fue militante de izquierda), moral (debido a su libertad sexual) y literario (“se burlaba de la literatura donde los personajes eran los conchos campesinos, y muchos se sentían ofendidos”, p. 103). Este heroísmo no está desprovisto de tintes trágicos: Amanda Solano buscó siempre el reconocimiento social y el prestigio en el campo literario. Al no obtenerlos, se volcó sobre quienes la ignoraron (en especial sus coterráneos), los despreció (al igual que sus compatriotas Manuela Torres y Edith Mora, personaje, este último, que enmascara a la poeta Eunice Odio) y emprendió la fuga hacia Guatemala y más tarde hacia México, en pos del mismo objetivo. Si consideramos estas cualidades de la protagonista, falta aún por responder una interrogante capital: ¿Es La fugitiva una novela que reivindica a Solano como escritora o, por el contrario, remarca los tintes dramáticos de su vida y no sus méritos literarios?
La imagen de Amanda Solano que sobresale a lo largo de La fugitiva no es la de escritora, sino la de una mujer cuya belleza le propició un sinnúmero de dificultades. De acuerdo con los testimonios de sus amigas, la única novela que se conserva de Solano (pues las demás las extravió, las regaló o dejó inconclusas) no da cabal evidencia de su talento. Tinoco, por ejemplo, expresa: “Tantos son los títulos de libros desaparecidos de Amanda que ahora se mencionan, que a veces me entran dudas de si en verdad los escribió, o sólo pensó que iba a escribirlos, o era el mismo libro con diferentes títulos, vaya una a saber” (p. 102). Carmona comenta: