Antigona Gonzalez, puesta en escena, fuente sarauribeblogspot

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Antígona González de Sara Uribe: una lectura infrapolítica

Sara Uribe. Antígona González. México: Surplus, 2012.

 

No son pocas las obras literarias que se han encargado de representar la violencia en sus múltiples manifestaciones a lo largo y ancho del tiempo, que han procurado recurrir a una crítica de la misma, que la han estetizado, que la han cifrado como código cultural o que han intentado entender sus mecanismos. Dentro de este cúmulo de obras, me pregunto cuáles han sido las que evitaron apropiarse de un dolor ajeno intransferible, irrepresentable, incomunicable. No ha de ser fácil, supongo, evitar caer en la tentación de colocarse en una posición paternalista y decir: “Ahora me toca, es mi responsabilidad ‘dar voz a quienes no pueden alzarla’”, y en este movimiento tener como resultado una voz modificada, ficcionalizada, que ya no dice lo que el Otro siente, sino lo que uno imagina que siente, haciéndonos pensar -por lo tanto- que durante el pacto de ficción, cuando oímos esa voz, nos ponemos empáticos y decimos: “Qué terrible…”, sólo para después continuar tranquilamente con nuestras vidas.

Sin embargo, en este artículo no hablaré de estas de obras, de este tipo de prácticas de la escritura que son muy apropiadas, sino de las otras: ésas que saben lo que no es suyo y lo dejan hablar por sí, es decir, las desapropiadas. Cristina Rivera Garza, a propósito de las relaciones entre la escritura contemporánea y la violencia de Estado, y entre estas dos y la política, realiza una reflexión teórica a lo largo de su libro Los muertos indóciles que la lleva a proponer un término de cierto tipo de práctica escrituraria que denomina desapropiacionista, la cual pretende “animar una conversación donde la escritura y la política son relevantes por igual”. Bajo estos términos, la poética desapropiacionista entabla con el lenguaje una coyuntura y distanciamiento entre lo propio y lo ajeno, entre el signo de una autoría que se vuelve a insertar en el circuito del capital cuando toma y estetiza lo que no es suyo y las otras autorías reconocidas en el texto que se dicen a y desde sí mismas [Rivera Garza, Los muertos indóciles]; a su vez, crea presente (en el sentido en que lo entiende Josefina Ludmer al hablar sobre las “literaturas postautónomas”, a quien Rivera Garza sigue también en su argumentación) y al mismo tiempo crea presencia gracias a su condición de textos que no permiten una lectura meramente literaria, que requieren otras formas de lectura y de producción de libros. Por ello, en tanto que toma en cuenta la conexión insoslayablemente social de la construcción del lenguaje, la estética desapropiacionista puede trabajar con materiales de archivo, testimonios, textos no literarios, y realizar otro tipo de composiciones que oscilan entre una lectura no literaria y una literaria.

El ejemplo de este tipo de escrituras que analizaré hoy es Antígona González, de la poeta Sara Uribe. Esta obra “es una pieza conceptual basada en la apropiación, intervención y reescritura”, y surge “por encargo de Sandra Muñoz […] y Marcial Salinas, para la obra estrenada el 29 de abril de 2012 por la compañía A-tar, en uno de los pasillos del Espacio Cultural Metropolitano en Tampico, Tamaulipas” [p. 105]. Su contexto de producción se da después del des-cubrimiento de una fosa común en la que se encontraron los cuerpos de 72 migrantes centroamericanos en San Fernando, Tamaulipas, en 2010; víctimas no sólo de la llamada “guerra contra el narco”, sino también de los procesos económicos y necropolíticos que la sostenían durante la presidencia de Felipe Calderón.

Ahora bien, Antígona González se confecciona como un poema fragmentario con una línea narrativa abierta: Antígona ha perdido a su hermano Tadeo y va en busca de él, de su cadáver. En este viaje que realiza hay una intervención y confluencia de varias voces: testimonios, notas periodísticas, citas de la Antígona, de Sófocles; de La tumba de Antígona, de María Zambrano; de El grito de Antígona, de Judith Butler; de Antígona o la elección, de Margueritte Yourcenar, de noticias de otras Antígonas de América Latina, de textos teóricos y filosóficos; a sabiendas de esto es válido preguntar: ¿para qué Sara Uribe escribió, o mejor dicho, reescribió su texto de esta manera y con estas herramientas? Veamos, en su análisis de la obra, Roberto Cruz Arzabal reflexiona que la “voz lírico-narrativa” no se cierra en un universo significantemente homogéneo, sino que mantiene la especificidad de cada voz en su irregular confección, en la cual “Antígona González antepone el valor social del duelo al hacerlo aparecer en una enunciación colectiva que no distingue entre autorías sino a partir de su función en una narrativa doliente” [Roberto Cruz Arzabal, “Escritura después de los crímenes”]. Esta capacidad de mantener en unión un carácter afectivo, intensivo, es una característica de las escrituras desapropiadas según Rivera Garza: intensivo en tanto potencia de afección, y extensivo en tanto que alcanza los cuerpos de quien lee el poema para conformar un cuerpo más grande: la comunidad.

Antigona Gonzalez, puesta en escena, fuente sarauribeblogspot

Para ir dejando las cosas más claras, hagamos un recuento de los tres movimientos que realiza el texto de Sara Uribe por ahora: 1) crea presencia y presente al enunciar el dolor ajeno de quien perdió a un/a familiar sin ficcionalizarlo; 2) produce una densidad afectiva en el cuerpo individual y el colectivo, y 3) borra las distancias espacio-temporales entre cada Antígona. Este último movimiento es muy importante para el siguiente paso de mi argumentación.

Ya vimos que la violencia generada por el Estado es una energía que se ejerce sobre los cuerpos transformándolos en cadáveres, llevando la escritura a nuevas estrategias discursivas para moverse de lo intensivo a lo extensivo sobre el terreno de lo social y también de lo político. Para esto, quiero traer a colación al teórico español Alberto Moreiras y su definición de “infrapolítica” para entender de otra manera la relación que establece Antígona González con la política del Estado mexicano en el plano de lo ético mediante la temporalidad.

Según Moreiras, la infrapolítica es “mínimamente un campo de reflexión abierto a la exploración de las condiciones de existencia del cumplimiento temporal de la estructuras ontoteológicas de la modernidad” [Alberto Moreiras, “Infrapolitics: the Project and its Politics”], es decir, funciona (entre otras muchas cosas) como una lectura a contrapelo de la visión teleológica del tiempo propiamente occidental que sólo mira de pasado a presente y se proyecta a un futuro, dando paso así al devenir como contraposición de aquélla; asimismo, problematiza lo “onteológico”, concepto que remite a la tradición metafísica de Occidente donde al ser se le identifica con lo ente (en este caso: la ley), la trascendencia y un origen, de manera que no se le puede sino acatar porque debe ser necesaria, no contingente, y por lo tanto toda acción realizada desde esta perspectiva discursiva está totalmente justificada, incluyendo la violencia que ejerce el Estado moderno con la sociedad civil a favor del progreso técnico y moral para seguirse implementando políticamente.

Así, pues, lo anterior me permite interpretar Antígona González como un texto que está develando las ruinas, los restos que deja tras de sí el poder del Estado al incluir las varias voces de las Antígonas y de los testimonios, pues el propio Moreiras reconoce que la infrapolítica trabaja con el “signo de la destrucción” [Alberto Moreiras, “Infrapolitics: the Project and its Politics”]. ¿Qué significa esto? Que al no diferenciar entre el pasado y el presente la función social del duelo colectivo, se crea una apertura espacio-temporal que, como ya mencioné, no homogeiniza el dolor de estas voces, sino que reconoce sus especificidades y al mismo tiempo su preocupación política por exigir justicia. Dicho de otra manera, al enunciar en un aquí y ahora (en este caso México) las conexiones afectivas con otras Antígonas, con otros cuerpos desaparecidos, con otros cadáveres, se alzan los espacios y tiempos en que fueron enunciadas como un coro a lo largo de Latinoamérica que se vuelca sobre la política sangrienta y doliente de los Estados para así suspenderla:

Todos vienen a ser sepultados vivos, los que han seguido vivos, los que no se han vuelto, tal como ellos decretan, de piedra.
Los que no se han vuelto. Los que no se han vuelto.
Ellos son los muertos que vuelven para llevarte con los muertos.
Todos vuelven. Son de los mismos. De piedra. Todos. Vuelven. De piedra. […]
Pero no es así, vivos estamos porque esta guerra no se acaba.
Vivos estamos. Los que no nos hemos ido. Vivos. Aquí [pp. 38-39. Cursivas en el original].

Esta suspensión le confiere a Antígona González la capacidad de volverse un texto dinámico que se mueve intensiva y extensivamente. Este movimiento es correlacional con la energía que el Estado o los cárteles de droga ejercen sobre otros cuerpos. Es decir, la violencia de Estado es una energeia que afecta a los cuerpos de sus ciudadanos, causándoles el dolor o la muerte; por lo tanto, podemos ver que hay un paralelismo en ambos desplazamientos: uno que proviene del poema de Sara Uribe y otro del Estado: uno que se concentra en un texto para colectivizar a los sujetos en el duelo, y otro que se expande para seguirse legitimando.

A 5 años de la masacre, fuente: Blog SIPAZwordpress.com

La concentración afectiva del texto de Uribe puede leerse como un generador de eticidad que muestra a la política del Estado como ejercicio de “lo impolítico”. Este término proviene del filósofo italiano Roberto Esposito, y más o menos podría definirse, siguiendo a Cruz Arzabal, como “la determinación de las relaciones de poder en los términos y las palabras y no en los objetos o sujetos representados en el marco de una oposición entre lo político y la antipolítica” [Roberto Cruz Arzabal, “Escritura después de los crímenes”]; y es por ello que, para decirlo con otras palabras, Antígona González se convierte en la interrupción política de la ética de la soberanía, y simultáneamente, en la interrupción ética de la política de la soberanía [Moreiras, “Infrapolitics: the Project and its Politics”].

Recordemos que nos estamos moviendo sobre geografías específicas y tiempos específicos, y que éstos se pueden localizar en la historia. Para continuar con esta lectura infrapolítica del poema de la escritora queretana, me valeré de Gilles Deleuze y Félix Guattari. En alguna parte de su libro ¿Qué es la filosofía? hablan del concepto de tiempo estratigráfico refiriéndose a los planos de inmanencia que crean los filósofos para desplegar sus conceptos, y por lo tanto, su filosofía. Este tiempo, como su nombre lo indica, se refiere a los estratos que subyacen en la tierra. Su aplicación consiste, dentro de la argumentación de los pensadores franceses, en la reactivación que cualquier filósofo o filósofa puede hacer de otros planos en tanto coexistencia de éstos para su propio andamiaje conceptual. El tiempo estratigráfico abre un devenir en contraposición con la teleología de la historia (entendiendo a ésta sólo como un orden dentro de los varios que pueden existir) [Deleuze y Guattati, ¿Qué es la filosofía?], manteniendo una abertura del aquí y el ahora con las multiplicidades del pasado que están con nosotros. No obstante, esta apertura no sólo es temporal sino también espacial, o mejor dicho, térrea, tal y como ocurre con  Antígona González. Los estratos que subyacen en el suelo que pisamos son los de mayor longevidad en el planeta: a éstos corresponderían las Antígonas anteriores a la de Sara Uribe pero también a las de las demás latitudes de Latinoamérica, Estados Unidos, Francia o la Antigua Grecia donde se enunciaron, convergiendo aquí en México, es decir, reactivándose:

Yo creí que iba a entrar en el pueblo de los muertos, mi patria.
Tú eras la patria.
Pero ¿la patria no estaba devastada?
¿No había peste en la ciudad,
no se hacían invocaciones a los dioses inútilmente?
Yo supe que vería una ciudad sitiada.
Supe que Tamaulipas era Tebas
y Creonte este silencio amordazándolo todo. [p. 67. Cursivas en el original].

Al vivir en un presente continuo y con una visión lineal del tiempo, pensamos que el pasado es más o menos uniforme, invisibilizando lo que subyace, pero en el momento en el que la violencia de Estado alcanza los cuerpos civiles con los que nos relacionamos, el suelo que pensábamos firme se abre frente a nosotros para mostrarnos su interior y sus capas en forma de cadáveres (como las fosas clandestinas, por ejemplo), en forma de huesos, en forma de cenizas, y lo que hay alrededor de estos estratos es el duelo colectivo que se mueve dinámicamente entre los mismos individuos, dando como resultado la sensación de estar en una meseta del dolor y de la muerte, donde tomamos conciencia de lo que aparentemente era invisible y naturalmente pasado, para así concentrarnos como comunidad y desplazarnos telúricamente en contra de la energeia que ejerció el Estado. Este movimiento comienza como un acto ético por parte nuestra, pero rápidamente se convierte en política; como dice el poema al inicio: “No quería ser una Antígona/ pero me tocó” [p. 17].

Cabe resaltar esta urgencia política que hemos visto en el poema de Sara Uribe, pues la aparición/desaparición de los cuerpos de nuestros conciudadanos, bien sabemos, no es legítima ni natural a pesar de que se sienta normalizada actualmente por las estrategias de “lo impolítico”. Las acciones de búsqueda y colectivización del duelo por las personas a las que hemos perdido y que ni siquiera hemos podido dar un lugar de descanso, es también otro de los ejes que articulan el poema. La ausencia/presencia, como dice Cruz Arzabal, que detona la movilidad de los sujetos, se da en un doble movimiento: sin cuerpo que velar, hay un nombre que puede suplirlo por el momento, generando y potenciando “mediante la alegoría y la presentificación la producción de presencia corporal” [Cruz Arzabal, “Escritura después de los crímenes”].

Esta potenciación también ocurre a nivel intensivo en nosotros/as como lectores del poema, pero no para sentir más miedo por la violencia en la que estamos inmersos cotidianamente, sino para procurar nuestros propios cuerpos y el del Otro como medio de resistencia extensiva y discursiva. Y bien nos lo advierte una de las partes finales del poema:

Yo también estoy desapareciendo, Tadeo.
Y todos aquí, si tu cuerpo, si los cuerpos de los nuestros.
Todos aquí iremos desapareciendo si nadie nos busca, si nadie nos nombra.
Todos aquí iremos desapareciendo si nos quedamos inermes sólo viéndonos entre nosotros, viendo cómo desaparecemos uno a uno.  [p. 97]

La presencia del cuerpo nos puede permitir una enunciación en tanto signo de la muerte no natural, pero una ausencia del mismo significaría los límites de la enunciación del delito, y por lo tanto, de la denuncia posible de éste en tanto testimonio de las ruinas que fabrica el Estado. Por ello bien señala Cruz Arzabal que el texto busca remarcar los cuerpos no presentes como cuerpos con una vida detrás de ellos y no una cifra más que puede despolitizar su desaparición [Cruz Arzabal, “Escriura después de los crímenes”] con los fragmentos de testimonios que Sara Uribe no ficcionaliza, ordenándolos de manera estratigráfica, no telelológica, anunciando de esta manera un devenir del duelo colectivo que nunca se cierra sobre sí mismo, suspendiendo constantemente la lógica violenta de legitimación que ejerce el Estado, volviéndola contingente y reversible en tanto que ésta no se ancla en una supuesta trascendencia de la ley que pretende justificarla, sino en un tiempo histórico con mecanismos sociopolíticos y económicos determinados que la estructuran.

Vigilia de Mexicanos Sin Frontera s en la embajada de México en Washington D.C., fotografía Mexicanos Sin Fronteras, fuente Flickr

Por ello es que la estética desapropiacionista del poema emplaza a la perfección ambos mecanismos: el que llamo térreo-temporal y el infrapolítico, canalizando así nuestro dinamismo intensivo y extensivo sobre el plano de inmanencia en el que nos movemos para tomar acciones preventivas, sabiendo que tenemos que cumplir con un imperativo ético y político con nuestra propia comunidad y con la memoria de ésta. Si bien el poema de Sara Uribe no es la única obra desapropiacionista en México que nos permite ver infrapolíticamente la relación entre la literatura y la política (pensemos en el Anti-Humboldt del poeta Hugo García Manríquez), leer desde esta perspectiva Antígona González no sólo nos potencia afectivamente, sino que también -y dejo esta consideración abierta- nos exige, en tanto Antígonas, buscar “un remanso posible” “hasta que la dignidad se haga costumbre”.

 

Bibliografía

CRUZ ARZABAL, Roberto. “Escritura después de los crímenes: dispositivo, desapropiación y archivo en Antígona González de Sara Uribe” en Mónica Quijano y Héctor Fernando Vizcarra (coords). Crimen y ficción. Narrativa literaria y audiovisual sobre la violencia en América Latina. México: Bonilla Artigas Editores, pp. 315-335. 2015
DELEUZE, Gilles y Félix Guattari. ¿Qué es la filosofía? España: Anagrama. 2015
LUDMER, Josefina. “Literaturas postautónomas”. Ciberletras. Revista de crítica y de cultura, núm. 17. Disponible en <http://www.lehman.cuny.edu/ciberletras/v17/ludmer.htm>. 2007 [Consulta: 9 de mayo 2017].
MOREIRAS, Alberto. “Infrapolitics: the Project and its Politics. Allegory and Denarrativizations. A Note On Posthegemony” en Transmodernity 5.1.  Disponible en <http://www.academia.edu/28272490/Infrapol%C3%ADtica_Dossier_de_la_revista_Transmodernity_5.1_2015_> …….   2015 [Consulta: 20 de mayo 2017].
——. “Ethics and Politics in Héctor Aguilar Camín’s Morir en el Golfo and La guerra de Galio”. South Central Review, Vol. 21, Núm. 3, pp. 70-84. 2004 [Consulta: 20 de mayo 2017]
RIVERA GARZA, Cristina. Los muertos indóciles. Necroescrituras y desapropiación. México: Tusquets.  2013
URIBE, Sara, 2014.  Antígona González, Oaxaca: Sur+.

Colaborador invitado

Alonzo Caudillo Romero

Actualmente realiza su tesis para obtener el grado en Lenguas y Literaturas Hispánicas en la FFyL de la UNAM. Participó en el proyecto PAPIIT «Literatura mexicana contemporánea (1995-2012)». Es colaborador del proyecto «Poética Sonora» del laboratorio de literaturas extendidas y otras materialidades (lleom). Sus áreas de interés son la literatura latinoamericana contemporánea, la teoría literaria y la filosofía política.

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