La concentración afectiva del texto de Uribe puede leerse como un generador de eticidad que muestra a la política del Estado como ejercicio de “lo impolítico”. Este término proviene del filósofo italiano Roberto Esposito, y más o menos podría definirse, siguiendo a Cruz Arzabal, como “la determinación de las relaciones de poder en los términos y las palabras y no en los objetos o sujetos representados en el marco de una oposición entre lo político y la antipolítica” [Roberto Cruz Arzabal, “Escritura después de los crímenes”]; y es por ello que, para decirlo con otras palabras, Antígona González se convierte en la interrupción política de la ética de la soberanía, y simultáneamente, en la interrupción ética de la política de la soberanía [Moreiras, “Infrapolitics: the Project and its Politics”].
Recordemos que nos estamos moviendo sobre geografías específicas y tiempos específicos, y que éstos se pueden localizar en la historia. Para continuar con esta lectura infrapolítica del poema de la escritora queretana, me valeré de Gilles Deleuze y Félix Guattari. En alguna parte de su libro ¿Qué es la filosofía? hablan del concepto de tiempo estratigráfico refiriéndose a los planos de inmanencia que crean los filósofos para desplegar sus conceptos, y por lo tanto, su filosofía. Este tiempo, como su nombre lo indica, se refiere a los estratos que subyacen en la tierra. Su aplicación consiste, dentro de la argumentación de los pensadores franceses, en la reactivación que cualquier filósofo o filósofa puede hacer de otros planos en tanto coexistencia de éstos para su propio andamiaje conceptual. El tiempo estratigráfico abre un devenir en contraposición con la teleología de la historia (entendiendo a ésta sólo como un orden dentro de los varios que pueden existir) [Deleuze y Guattati, ¿Qué es la filosofía?], manteniendo una abertura del aquí y el ahora con las multiplicidades del pasado que están con nosotros. No obstante, esta apertura no sólo es temporal sino también espacial, o mejor dicho, térrea, tal y como ocurre con Antígona González. Los estratos que subyacen en el suelo que pisamos son los de mayor longevidad en el planeta: a éstos corresponderían las Antígonas anteriores a la de Sara Uribe pero también a las de las demás latitudes de Latinoamérica, Estados Unidos, Francia o la Antigua Grecia donde se enunciaron, convergiendo aquí en México, es decir, reactivándose:
Yo creí que iba a entrar en el pueblo de los muertos, mi patria.
Tú eras la patria.
Pero ¿la patria no estaba devastada?
¿No había peste en la ciudad,
no se hacían invocaciones a los dioses inútilmente?
Yo supe que vería una ciudad sitiada.
Supe que Tamaulipas era Tebas
y Creonte este silencio amordazándolo todo. [p. 67. Cursivas en el original].
Al vivir en un presente continuo y con una visión lineal del tiempo, pensamos que el pasado es más o menos uniforme, invisibilizando lo que subyace, pero en el momento en el que la violencia de Estado alcanza los cuerpos civiles con los que nos relacionamos, el suelo que pensábamos firme se abre frente a nosotros para mostrarnos su interior y sus capas en forma de cadáveres (como las fosas clandestinas, por ejemplo), en forma de huesos, en forma de cenizas, y lo que hay alrededor de estos estratos es el duelo colectivo que se mueve dinámicamente entre los mismos individuos, dando como resultado la sensación de estar en una meseta del dolor y de la muerte, donde tomamos conciencia de lo que aparentemente era invisible y naturalmente pasado, para así concentrarnos como comunidad y desplazarnos telúricamente en contra de la energeia que ejerció el Estado. Este movimiento comienza como un acto ético por parte nuestra, pero rápidamente se convierte en política; como dice el poema al inicio: “No quería ser una Antígona/ pero me tocó” [p. 17].
Cabe resaltar esta urgencia política que hemos visto en el poema de Sara Uribe, pues la aparición/desaparición de los cuerpos de nuestros conciudadanos, bien sabemos, no es legítima ni natural a pesar de que se sienta normalizada actualmente por las estrategias de “lo impolítico”. Las acciones de búsqueda y colectivización del duelo por las personas a las que hemos perdido y que ni siquiera hemos podido dar un lugar de descanso, es también otro de los ejes que articulan el poema. La ausencia/presencia, como dice Cruz Arzabal, que detona la movilidad de los sujetos, se da en un doble movimiento: sin cuerpo que velar, hay un nombre que puede suplirlo por el momento, generando y potenciando “mediante la alegoría y la presentificación la producción de presencia corporal” [Cruz Arzabal, “Escritura después de los crímenes”].
Esta potenciación también ocurre a nivel intensivo en nosotros/as como lectores del poema, pero no para sentir más miedo por la violencia en la que estamos inmersos cotidianamente, sino para procurar nuestros propios cuerpos y el del Otro como medio de resistencia extensiva y discursiva. Y bien nos lo advierte una de las partes finales del poema:
Yo también estoy desapareciendo, Tadeo.
Y todos aquí, si tu cuerpo, si los cuerpos de los nuestros.
Todos aquí iremos desapareciendo si nadie nos busca, si nadie nos nombra.
Todos aquí iremos desapareciendo si nos quedamos inermes sólo viéndonos entre nosotros, viendo cómo desaparecemos uno a uno. [p. 97]
La presencia del cuerpo nos puede permitir una enunciación en tanto signo de la muerte no natural, pero una ausencia del mismo significaría los límites de la enunciación del delito, y por lo tanto, de la denuncia posible de éste en tanto testimonio de las ruinas que fabrica el Estado. Por ello bien señala Cruz Arzabal que el texto busca remarcar los cuerpos no presentes como cuerpos con una vida detrás de ellos y no una cifra más que puede despolitizar su desaparición [Cruz Arzabal, “Escriura después de los crímenes”] con los fragmentos de testimonios que Sara Uribe no ficcionaliza, ordenándolos de manera estratigráfica, no telelológica, anunciando de esta manera un devenir del duelo colectivo que nunca se cierra sobre sí mismo, suspendiendo constantemente la lógica violenta de legitimación que ejerce el Estado, volviéndola contingente y reversible en tanto que ésta no se ancla en una supuesta trascendencia de la ley que pretende justificarla, sino en un tiempo histórico con mecanismos sociopolíticos y económicos determinados que la estructuran.