Después de este comienzo, aún no sabemos si el tema policiaco será sólo eso, simplemente un tema, o será un motivo articulador de la trama. En todo caso, con este estímulo inicial, se focaliza o se predispone una estrategia narrativa y de recepción, que, sin lugar a dudas, nos hace adoptar el pacto de lectura a partir de las convenciones de los géneros policiacos clásicos: hay (o habrá) un crimen y hay que resolverlo. El avanzar de la trama constituirá una de las primeras frustraciones de la expectativa, pues progresivamente nos damos cuenta de que el relato policiaco se presenta sólo como uno de los innumerables ejes, leitmotiv, propuestas o ideas, que navegan por Río fugitivo. El tema o la estructura policiaca no volverán a adquirir centralidad sino hasta el final de la obra.
Si, partiendo de lo anterior, practicáramos un ejercicio de esquematización, podríamos mostrar que existe una dispersión estructural en la composición del texto, donde la perspectiva policial es apenas menos dispersa que el resto de las propuestas. Conviven en esta diseminación elementos como: la novela de formación (Bildungsroman); la parodia y el diálogo constante con el boom latinoamericano; el racismo en Bolivia; la narración como manera de acercamiento al mundo; las colindancias con la metaficción; la reelaboración del cliché y el lugar común; el trabajo literario con la memoria; el plagio como propuesta estética; la cultura popular, la industria cultural y la influencia del mercado transnacional; los enredos del conflicto familiar; la dictadura y la democracia; la superposición entre mundo objetivo y mundo ficcional; el juego con la sexualidad, el erotismo y la homosexualidad; el incesto; la modernidad, el estado fallido y el reinado de un individualismo salvaje; entre otros. Desde luego, la novela es explicable o interpretable desde cualquiera de estas perspectivas, siendo esta, precisamente, la “virtud” estructural de la novela de Paz Soldán.
Habría que decir que esta dispersión produce, a lo largo de la obra, lo que podemos caracterizar como estructuras secuenciales que no llegan a alcanzar una “glorificación”, según nomenclatura de Roland Barthes (30-32).[i] Dicho de otra manera, esto implica que el juego lógico y consecutivo que se instaura con la repetida y vinculada aparición de diferentes elementos no posee una conclusión o cierre equivalente a su tratamiento secuencial.[ii] De hecho, si la consideramos como un acierto, esta falta de consolidación en términos estructurales parecería ser una de las propuestas estéticas de la obra toda: la práctica de una novela total destotalizada, el planteamiento de un mundo completo que en el camino pierde universalidad, la múltiple apertura de caminos que no se resuelven o que adquieren una resolución diferente a la proyectada por el lector (implícito).
Estructuralmente, la obra parece jugar el juego del detective: todas estas perspectivas diseminadas adquieren la dimensión de “pista” para resolver un crimen, y, con ello, el lector implícito intenta anudar todos los cabos para el arribo a un final que, como en el policial clásico, sea sorprendente, enigmático, inesperado, etcétera, equivalente a la resolución del crimen por parte del detective. Sin embargo, en el caso de Río fugitivo, me parece que las resoluciones (cuando llega a haberlas) son más bien frustraciones de la secuencia.
Para ejemplificar esto, el caso policiaco al interior de la novela sirve como modelo de explicación estructural de toda la narración. La constante aparición de elementos relacionados con el relato policial nos hace pensar en la existencia o proyección un sentido segundo, connotativo, metafórico, de propuesta estética o de manifestación de una visión del mundo (que, en realidad, nunca llegaremos a conocer): la mención recurrente de obras clásicas del relato policiaco (Los crímenes de la calle Morgue, El estudio en escarlata, El halcón maltés, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, entre muchas otras); la repetida aparición de detectives y casos referentes a estas obras (Auguste Dupin, Sherlock Holmes, Sam Spade, Rick Deckard, por mencionar algunos); la relectura que hace Roberto de una Historia de la novela policial; la insistente mención del juego Clue; el detective Mario Martínez y la ciudad de Río fugitivo y la sugerida, aunque nunca realizada, fusión con sus contrapartes no ficcionales, es decir, Roberto mismo y Cochabamba. Todos los elementos de esta secuencia, relacionados a su vez con el resto de secuencias abiertas por la narración, parecerían ir hacia un punto de convergencia de sentido. Desde la idea inicial sobre el crimen perfecto, hasta el conato de incendio de la casa de Mauricio, pasando por la noción de la guerra o del suicidio como posibles generadores de crímenes perfectos, se teje con hilos muy sueltos una secuencia que va a venir a ser frustrada (o glorificada en sentido contrario, si se me permite) con el epílogo de la obra.