Octavio Paz, Luis Echeverría y Carlos Fuentes. Fuente: aristeguinoticias.com

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La tradición de encriptar la erudición: Genealogía de la soberbia intelectual de Enrique Serna

Enrique Serna, Genealogía de la soberbia intelectual, México, Debolsillo, 2015, pp. 402.

 

Bueno es enseñar alguna que otra vez a los bienaventurados de este mundo,
aunque sólo fuera para humillar un instante su necio orgullo,
que existen dichas infinitamente más vastas y refinadas que la suya.
(Charles Baudelaire, Spleen de París)

En el año 1887, Friedrich Nietzsche buscó demoler la moral judeocristiana con su obra Genealogía de la moral. Mucho tiempo después, en el 2015, Enrique Serna retoma la idea y el título nietzschiano con su ensayo titulado Genealogía de la soberbia intelectual, pero con el objetivo de construir una “genealogía del intelecto engreído y beligerante, siguiendo las pautas que el propio Nietzsche fijó para rastrear los orígenes de la moral” (14). En entrevista, el escritor mexicano menciona los siete pecados capitales donde se encuentra la soberbia, posible de ocurrir en cualquier ser humano, pero la vanidad intelectual agranda el abismo entre la cultura popular y la alta cultura;1 la crítica a este fenómeno se manifiesta en las páginas de su ensayo con ejemplos de distintas latitudes y épocas.

El modo de exposición de esta Genealogía resulta un tejido claro de información. En la Introducción, Serna menciona su preferencia por pecar de pedagógico, y ésta ha de ser la razón por la que los datos históricos y culturales se imbrican uno con otro sin faltar la propuesta clara del autor, tal como exige el género del ensayo. Las “amplias ramificaciones en la filosofía, la ciencia política, la historia de las religiones, la psicología y las artes plásticas” (14), pero sobre todo, de la literatura, no son expuestas de manera sesgada ni cronológica, más bien están ordenadas y dosificadas para que el lector no pierda interés en cada uno de los elementos que han obstaculizado el flujo del saber. Cada uno de los diez capítulos incorpora momentos de la antigüedad y del presente, del mundo occidental, oriental y específicamente de México. Otra posible disposición de la información hubiera sido un recuento por años para señalar cómo cada época contribuye a zanjar los poderes del conocimiento, pero el acomodo entrelazado de años demuestra que cada momento cultural, anterior y actual, contribuye a la soberbia intelectual.

Las directrices que sobresalen por su recurrencia en cada apartado atañen al campo de la literatura y están relacionadas con el poder, la autoridad y la información encriptada; por lo tanto destacan las siguientes temáticas: la escritura hermética, la celotipia en el empleo del lenguaje, la superioridad de ciertos escritores y sus relaciones con la política, la autoridad de la mercadotecnia editorial y el estatuto de la academia; en cada sector es visible que quien tiene dominación sobre el resto, será envidioso de los conocimientos.

Desde el principio de los tiempos, las decisiones de muchos sacerdotes, monarcas, faraones y gobernantes hicieron inescrutables las fuentes de sabiduría. Por esta razón, Serna habla del “Monopolio de la escritura”: desde tiempos añejos, “los sacerdotes egipcios no temieron expresarse por escrito, pero complicaron la escritura jeroglífica a tal punto que nadie ajeno a su cofradía pudiera leerla” (25). Lo importante es que este fenómeno del poder se repite en cada época, adaptándose a los cambios culturales, pero sin dejar de resguardar con afán el poder del conocimiento. Donde sí se observó un cambio fue en el modo educativo de Sócrates quien buscaba que cada individuo llegara a la verdad por sí mismo, entonces él reconoce la dignidad en el pueblo a diferencia de cualquier otra minoría intelectual.

Aunque este ensayo no profundiza en la soberbia intelectual masculina desde el punto de vista del género, para ilustrar el afán por resguardar los conocimientos entre cierto sector y reafirmar el peso de las decisiones de las autoridades, se menciona el caso del linchamiento de Hipatia (370-415), la filósofa y matemática más importante de Alejandría, quien fue desollada viva a causa de los celos del obispo Cirilo. Enrique Serna da por sentado que éste fue el culpable de la muerte de Hipatia, pero tal vez por cuestiones de espacio no menciona los debates que también se oponen a esta causa. Lo que sí aumentaría las páginas de este libro son todas las otras razones por las que las mujeres han quedado marginadas de los conocimientos, como un ejemplo claro de las consecuencias de una envidia por la erudición.

Hipatia. Fuente: Wikipedia.

Así como la lectura y la escritura han sido resguardadas por aquellos que tienen cierto poder, el empleo del lenguaje es otro tipo de soberbia que Serna identifica a partir del manejo de arcaísmos: su uso genera un duelo “entre los partidarios de la literatura difícil y los abogados de la literatura light” (294). ¿Hasta qué punto deben ser rescatados los arcaísmos y cuáles son sus consecuencias? “Tanto la sencillez como el barroquismo pueden enriquecer el lenguaje, siempre y cuando la escritura sea un placer compartido” (294, énfasis mío). En ésta y otras sentencias se reafirma uno de los caminos que propone el autor para mitigar la soberbia intelectual: compartir para contrarrestar los límites del conocimiento, pues precisamente todos los casos de soberbia van de la mano con una intención de blindar el saber en beneficio de una o pocas personas, pero no de la masa.

Para desarrollar el concepto de la masa y marcar la distinción de ésta respecto de los intelectuales soberbios, aparecen casos concretos de escritores mexicanos, cuyas actividades o posturas marcaron una diferencia entre ellos y la “mansedumbre bovina”. Desde inicios del siglo xx, con el grupo de los Contemporáneos, los literatos e intelectuales mexicanos necesitaban a la burocracia como medio de supervivencia. Los escritores que Serna retoma para explicar las relaciones con autoridades políticas son: Agustín Yáñez, Martín Luis Guzmán, Carlos Monsivais, Carlos Fuentes, Octavio Paz y Elena Poniatowska. Sobre cada uno narra alguna anécdota con personajes políticos y cómo ésta marcó su imagen.

Octavio Paz, Luis Echeverría y Carlos Fuentes. Fuente: aristeguinoticias.com

En el mismo campo literario, una figura de las letras constante en cada capítulo para ejemplificar el carácter soberbio es Stéphane Mallarmé, quien “acariciaba el virginal anhelo de imposibilitar la interpretación del lector” (64). A lo largo de su ensayo, Enrique Serna tiene cuidado de narrar episodios, dar ejemplos, pero también de exponer su opinión; sobre Mallarmé, critica Un coup de dés, como una posibilidad de caer en lo insustancial; justifica de la misma manera a la poesía vanguardista como si el juego con las palabras fuera también reflejo de la soberbia intelectual, incluso acusa a Haroldo de Campos como “charlatán encarcelado en el verbo” (67). El ensayista es consciente de que los “ismos” de principios del siglo xx quisieron romper con la tradición; sin embargo, en vez de considerar esta perspectiva en contra de la soberbia, la concibe a favor, al olvidar que las vanguardias jamás quisieron sustituir un canon por otro, sino que atacaban mejor que nadie a la imagen del burgués a cambio de un anti-estilo; el hermetismo acontece en el lector si tan sólo se busca en la palabra un vehículo sin personalidad. Desde esta consideración, las vanguardias estarían del otro lado de la trinchera de la soberbia intelectual, al menos en cuanto a sus intenciones manifiestas se refiere.

Stéphane Mallarmé. Fuente: Wikipedia

Por otro lado, como parte de las vertientes literarias, está el poder de la mercadotecnia editorial que beneficia a unos y perjudica a otros. En varios apartados hay una alusión constante a esta forma de autoridad influyente en el futuro de muchos escritores. Por ejemplo, Serna relata lo ocurrido con un prólogo a las Obras de Juan José Arreola en la editorial del Fondo de Cultura Económica. Este prólogo estuvo a cargo de Saúl Yurkiévich, repleto de tanta erudición “que induce a la jaqueca” y que probablemente le restó lectores a un autor como Arreola que ya gozaba de amplia popularidad. Asimismo, es destacable las maniobras mercadológicas cuando se trata de alguna novedad editorial, pues éstas deben tener certificados de calidad a cargo de otro tipo de autoridades, como las solapas escritas por autores famosos. El poderío editorial también repercute en las formas de lectura y más adelante también de escritura. “Como la mercadotecnia editorial tiende a convertir los géneros en fórmulas, la élite intelectual que pretende combatirla ha contraído el hábito de hacer tabla rasa y mandar al basurero toda esta vertiente de la narrativa” (316).2

Un hilo más, compuesto de poder, es la academia, juzgada comúnmente por impenetrable. Las reflexiones en torno a ésta se desarrollan sobre todo en el apartado “Qué es un pedante”. Y aunque es cierto que las estructuras burocráticas en las que está inscrita la academia determinan los peldaños de cierto sector del saber, Serna generaliza de manera tajante este aspecto al considerar que el magisterio y los sinodales “conceden mayor importancia a las citas de autoridades, más lucidoras cuanto más abundantes, que a las ideas aportadas en una tesis” (211). Este tipo de invectiva tiene una larga trayectoria, hay ejemplos que la sustentan y otros que la refutan, lo cierto es que los caminos para acceder no siempre incluyen a la comunidad o la masa como menciona el autor.3

Para criticar a los malos ensayistas, Serna habla también de los buenos, los cuales deben llevar al lector a las conclusiones del autor, pero de una forma pedagógica, haciéndole creer que, de manera lógica y causal, él también ha llegado a ese fin. En este estudio Serna defiende constantemente al lector masificado, es decir, a la comunidad; de esta manera, el final de la Genealogía es coherente con las críticas y perspectivas anteriores, pues la propuesta es contundente: “recuperar el sentimiento comunitario” (389), en lugar de hermetizar el saber a favor de algunos cuantos. Todos los datos que ofrece este libro comprueban que esa debe ser la solución, por lo que este ensayo llega a ser útil y coherente. Otra proposición, quizá más original, se expresa en las primeras páginas, donde el autor advierte que el camino no está en olvidarse de los intelectuales soberbios, al contrario, hay que conocerlos. “Sería un grave error condenar a los genios arrogantes en nombre de la igualdad social, porque el hombre masificado necesita leerlos para transformarse en individuo. Nos guste o no, el camino a la igualdad pasa por ellos, y su lectura compensa con creces al discípulo por los coscorrones que recibe” (37).

Enrique Serna. Fuente: enriqueserna.com.mx

Acerca del autor

Laura Elisa Vizcaíno Mosqueda

Realizó la licenciatura en Literatura Latinoamericana por la Universidad Iberoamericana, la maestría en Letras Mexicanas por la UNAM, desarrolló estancias de investigación en la…

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Notas al pie:

  1. “La soberbia, mayor pecado de los intelectuales”. Entrevista de Héctor Cruz Pérez a Enrique Serna, acceso 29 de agosto 2018, <http://www.chilango.com/cultura/genealogia-de-la-soberbia-intelectual/>
  2.  Respecto al poder editorial, Heriberto Yépez, quien también ha criticado varias formas de soberbia intelectual, menciona que: “El control es económico. Para obtenerlo hay que estar cerca de grupos de poder que se forman mediante redes centralizadas de amistades entre escritores/funcionarios y captación de nuevo talento.” Acceso 29 de agosto 2018, <http://republica32.com/heriberto-yepez-letras-libres-nexos-mafia/>.
  3.  Raúl Rodríguez Freire en “Notas sobre la inteligencia precaria”, señala la cualidad mercadológica de las universidades y al estudiante como cliente y trabajador: “ya no hay Universidad moderna, ya no hay profesores ni estudiantes, únicamente empresas y trabajadores. En: Descampado. Ensayo sobre las contiendas universitarias. Ed. por Raúl Rodríguez Freire y Andrés Tello (Santiago: Sangría editora), 109.