En Mandíbula el lector se encuentra ante una serie de preocupaciones que, desde hace años, la autora ecuatoriana ha planteado y explorado en obras anteriores. Lo siniestro y perturbador ya se hallaba, por ejemplo, en los personajes de Nefando (2016), en aquella extrañeza y repulsión que se sentía al leer sobre la experiencia de abuso sexual a la que habían sido sometidos por su padre, durante la infancia, los hermanos Terán, y que, años más tarde, estos usan como material visual para un videojuego que suben a la Deep Web, o asimsmo, se percibía en los adolescentes que protagonizaban la porno-novela que escribía Kiki Ortega. Sin embargo, en Mandíbula lo siniestro alcanza niveles mucho más desconcertantes y aterradores. Las protagonistas de esta obra no solo exploran el erotismo o la sumisión de los cuerpos o los modos de dar forma a la experiencia del miedo escribiendo y narrando creepypastas, sino que, con performativa audacia, encarnan lo monstruoso y dejan atrás las fronteras de estos juegos.
Como planteaba Freud, lo siniestro, en una de sus manifestaciones más hirientes, se halla en lo cotidiano, en lo aparentemente más puro, en eso de lo que nunca se sospecharía, en lo inocuo, en la profesora Clara López Valverde, cuyo destino, en Mandíbula, señala la oscuridad. Lo Unheimliche se encuentra en el Dios Blanco que crea Annelise Van Isschot, también está en las perturbadoras obsesiones sexuales de esta adolescente. «Lo desconocido, decía, obviamente es siempre terrorífico, pero lo horrible, lo que en verdad nos petrifica los órganos, es lo que conocemos a medias; lo que tenemos cerca y, a pesar de ello, somos incapaces de entender» (204-205). Lo Unheimliche habita en el tabú del sexo ligado a la religión, y en las madres que odian o temen a sus hijas, y en el silencio del Dr. Aguilar, psiquiatra de Fernanda Montero, testigo inmóvil y mudo, que parece un espectador que disfrutara de un espectáculo; se halla también en el desajuste de las relaciones filiales donde la maternidad o la amistad se convierten en algo aterrador, y se hace notar, con dolorosa intensidad, en el juego del doble. Freud afirmaba que, entre los temas que evocan un efecto siniestro, la aparición de un doble hace espantoso algo que, normalmente, sería solo algo familiar. Hay, según el psicoanalista, un efecto unheimlich en verse reflejado, reproducido, en otro ser, en el hermano o la hermana gemela con rasgos faciales, expresiones y comportamientos compartidos, de tal forma que la identificación del carácter único e individual se vuelve ilusoria y, a su vez, la pérdida de la identidad se hace posible.
En Mandíbula las relaciones filiales se establecen a través de juegos de poder y manipulaciones psicológicas, aparentemente inofensivos y cotidianos, pero que ocultan el grado de perversión y horror que une a las protagonistas. Cuando la profesora Clara López Valverde se esfuerza por parecerse a su madre, a Elena Valverde, usando el mismo tipo de vestuario o imitando alguno de los gestos o expresiones de esta, no hace otra cosa que reproducir un juego de infancia en el que se imita un modelo que sirve de referencia para construir, más adelante, una personalidad propia. Sin embargo, en la novela se cuestiona el momento en el que el juego de imitación se transforma en una experiencia de apropiación o borrado de la identidad. Clara se viste, se peina y actua como lo habría hecho su madre en los ochentas. Clara se esfuerza, incluso, por caminar y desviar su columna vertebral para reproducir la escoliosis neuromuscular que padece la madre. Lo Unheimliche se encarna en el doble tenebroso que es Clara respecto de Elena, en la obsesión morbosa que lleva al personaje a apoderarse, incluso, de la profesión de su progenitora «-de todas las cosas que la hija le arrebató de su identidad era esa, la profesión perdida, la que consolidó su resentimiento filial-» (29). Clara termina consumiendo a la madre, devorándola para ser ella las dos, para ser, a la postre, una sola. «Ser una hija, entendió en su momento, la había convertido en la muerte de su madre –todos engendraban a sus asesinos, pensó, pero solo las mujeres los daban a luz–» (30). Elena es la madre que no logra escapar de los dientes de su cría. Elena representa al cocodrilo que, al intentar proteger a su cría dentro de sus mandíbulas, en la aparente seguridad de sus dientes, termina siendo devorada desde el interior por aquel ser a quien ha dado vida.
El efecto siniestro a través del doble también se reproduce en la relación de Fernanda y Annelise. Dos jóvenes que crecen, se transforman y se deforman de manera recíproca. Se reconocen como iguales y como compañeras que son mucho más que mejores amigas, son «ñaña gemela», «siamesa perfecta», «hermana», «doble» (231), son dos mentes que desearían ser una, compartir el nombre y consumirse en la voluntad de la otra, expresar sin temor que, para ellas, «el amor empieza con una mordida y un dejarse morder» (245).