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Literatura y Revolución: los proyectos latinoamericanistas de los años sesenta

Rafael Rojas. 2018. La polis literaria. El boom, la Revolución y otras polémicas de la Guerra Fría. México: Taurus, 280 pp.

Escrita, debatida, ficcionalizada, la Revolución cubana es uno de los mitos fundacionales más importantes de América Latina. Este evento no sólo logró formar una compleja y extensa red de intelectuales en torno a un proyecto político e ideológico, sino que puso en discusión diversos proyectos latinoamericanistas que se habían gestado en diferentes tradiciones y campos culturales desde hacía varias décadas. Los temas, los fetiches, los tabúes que se crearon a partir de su irrupción en el debate latinoamericano (contenidos en cientos de páginas que ocupan hoy un corpus tan extenso que es apenas analizable), muestran hasta qué punto el caso cubano fue nodal para establecer las relaciones entre lo decible y lo prohibido, entre la ética, los actos y la escritura. Estamos en el fin de la Segunda Guerra Mundial, en el apogeo de la industria editorial en América Latina, y en la crisis provocada por el esquema colonialista iniciado en el siglo XVI. Estamos, asimismo, en un momento en el que la promesa de una revolución definitiva, que abanderarían los pueblos oprimidos, permea todos las discusiones de un mundo en plena reconfiguración política y económica.

Bajo este paradigma, que se encontraría inmerso en el cuestionamiento sartreano sobre la labor de la literatura en la sociedad, la lucha comandada por Fidel Castro tendría un papel fundamental para la construcción de una identidad y consciencia latinoamericana. Sin embargo, si la Revolución cubana fue el punto de convergencia de voluntades complementarias, también fue uno de los grandes centros desde donde se desarticuló esa unión y donde se debatiría no sólo la manera de construir un proyecto latinoamericanista, sino también la manera de escribirlo. Es decir, la Revolución como eje discursivo fue una práctica de poder; por tal motivo, no es raro que en la literatura se haya librado una de las batallas más importantes para la construcción de América Latina.

En este contexto, el libro de Rafael Rojas La polis literaria. El boom, la Revolución y otras polémicas de la Guerra fría entra en el debate ya iniciado por los textos canónicos de Claudia Gilman y Jean Franco, y realiza un análisis agudo sobre el papel que tuvo la literatura durante la segunda mitad del siglo XX en Latinoamérica. Sin embargo, más que el estudio totalizador de las dos autoras referidas, Rafael Rojas propone un análisis que no se basa en los temas o los eventos fundamentales de este periplo histórico, sino que se centra en las posturas literarias de algunos escritores involucrados, como es el caso de Octavio Paz, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Guillermo Cabrera Infante, por nombrar algunos.

Rafael Rojas parte de dos ideas centrales para su estudio: la primera, que la pugna ideológica que atravesó Latinoamérica en estos años, más que estar representada por diversas posturas, se basó en un problema casi exclusivamente de la izquierda; la segunda, que el Estado cubano, a partir de su proyecto político-cultural, fue uno de los constructores de la literatura latinoamericana no sólo por la unión que tuvo con los intelectuales, sino sobre todo por los mecanismos de control y de censura que ejerció sobre el naciente campo cultural latinoamericano. A partir de estos dos grandes ejes, el autor del libro revisa discusiones y polémicas que dejaron del lado proyectos alternativos e individuales, que fueron aplastados por el aparato cultural en Cuba. Si bien, la idea de que la discusión intelectual fue un problema exclusivamente de la izquierda puede ser debatida, pues relativiza la diversidad que dice aceptar, esta idea puede darnos una pista de la línea metodológica del autor: de lo particular a lo general, de lo individual a lo colectivo. En este sentido, Rafael Rojas da preferencia a las acciones del individuo y a partir de él expone los múltiples rostros de un conflicto que parece tan institucionalizado en su exaltación como en su denostación. Con este acto, el autor intenta no caer en polarizaciones que suscriban las acciones individuales a ciertas lecturas preestablecidas, y coloca los grandes debates latinoamericanos (como el papel de la literatura en la lucha revolucionaria, el caso Padilla, la estalinización de la Revolución cubana, la creación del boom latinoamericano, entre otros) bajo la perspectiva de sujetos cambiantes y, muchas veces, contradictorios.

Partiendo de este enfoque —que plantea la lucha de poderes escriturales para mantener una hegemonía discursiva en Latinoamérica— el libro comienza por analizar el papel que tuvieron los críticos latinoamericanos, alineados o no a la Revolución cubana, en la proyección de ciertos autores y en la canonización de obras que sirvieran como modelo o representantes de la nueva literatura latinoamericana. En este sentido, las polémicas y los textos de Ángel Rama, Roberto Fernández Retamar u Óscar Collazos son analizados a partir de la lucha de poderes que estaban moviéndose detrás de los autores y que, de una u otra forma, condicionaban la escritura a una ideología establecida. En la mayor parte de los casos, estas polémicas obedecían a intereses de representatividad y de poder a partir de la internacionalización de la literatura latinoamericana; por tanto, la legitimidad del boom y la inclusión o exclusión de autores en sus filas fue uno de los debates más encarnizados. Al respecto, Rojas escribe:

Los críticos favorables o desfavorables al boom (Emir Rodríguez Monegal, Ángel Rama, Óscar Collazos, Roberto Fernández Retamar, Julio Ortega, Carlos Rincón […]) llevaron la polémica al estatuto mismo de “una teoría de la literatura latinoamericana”, que servía de correlato a las estéticas en pugna. La teoría encapsulada no sólo el tipo de novela que se creía más representativa del latinoamericanismo sino la idea de América Latina que mejor se ajustaba al proyecto ideológico de cada izquierda o cada socialismo (p. 15).

Así, la censura, las fobias y las filias (incluidos los golpes bajos entre intelectuales) son reconsideradas y retomadas para evidenciar cómo detrás de una postura o una decisión editorial se encontraba una voluntad de poder que, en algunos casos, significaba la aniquilación del contrario, pues no había espacio para espacios intermedios. En este caso, la literatura como arma de guerra, no sólo se visualiza como un artefacto donde se articulan los límites de lo decible, sino que su práctica, como cualquier otra profesión, toma un papel trascendental para el establecimiento de ritos burocráticos y de acceso, en donde las estrategias por el poder forman aliados, pero también sicarios literarios.

Gracias al análisis individual que el autor hace a lo largo de más de doscientas cincuenta páginas, entendemos que la canonización de autores, tanto de Retamar, como de Emir Rodríguez Monegal, planteaba una suerte de disputa sobre los poderes escriturales, ya que en cada postura se debatía la capacidad de nombrar y la autoridad moral-intelectual dentro del campo cultural latinoamericano. Ahora bien, la mención de estos dos críticos no es azarosa, pues gran parte del libro se articula a partir de la disputa por el poder simbólico entre la hegemonía cubana, representada por Casa de las Américas y las posturas literarias de los escritores cercanos a la revista Mundo Nuevo editada por Rodríguez Monegal.

Primer número de Mundo Nuevo.

En este punto, se encuentra una de las posturas políticas más visibles en el libro: si bien el autor intenta ser objetivo en el momento de describir las polémicas y las posturas individuales, hay un claro posicionamiento a la hora de describir la injerencia del aparato político-cultural cubano y las voces “silenciadas” por él. De una manera documentada, pero no carente de cierta argumentación efectista, Rojas expone cómo el aparato político cubano ejercía presión sobre autores como Mario Vargas Llosa (después de haber considerado a La ciudad y los perros como la obra que mejor representaba la escritura revolucionaria) y Julio Cortázar, autor que dejara de colaborar para la revista Libre por constituir, escribe Vargas Llosa, “un obstáculo para su reconciliación con Cuba” después del caso Padilla (p. 120). Asimismo, en el libro se detalla el ataque sistemático a autores cercanos a Mundo Nuevo como Octavio Paz o Carlos Fuentes (este último, por ser el artífice de la idea de boom y por ser un intelectual cercano a Rodríguez Monegal). Llama la atención el caso de Carlos Fuentes, pues al ser un escritor que participaba vivamente en los debates políticos y literarios, era considerado “el capo de una mafia intelectual que promocionaba mediáticamente una corriente literaria, el boom de la nueva novela, y una tendencia política, el socialismo no comunista o democrático, en realidad, dos proyectos de enmascaramiento de la derecha contrarrevolucionaria” (p. 67).

Gabriel García Márquez y Fidel Castro. Fotografía de Ángel Esteban y Stéphanie Panichelli.

La polis literaria no sólo documenta puntos álgidos en la discusión sobre la literatura latinoamericana, como la purga de Lunes de Revolución, suplemento dirigido por Cabrera Infante, la expulsión de Jorge Edwards por contrarrevolucionario en 1971, o la censura a Paradiso “por el rechazo de la burocracia cultural y la policía política a los pasajes homoeróticos del capítulo VII, pero también por el abierto catolicismo, el derroche de erudición y la prosa deliberadamente barroca” (p. 106), sino que muestra también una nueva manera de leer textos, muchas veces descontextualizados o leídos a través de una voluntad de ataque o de defensa a Cuba. A pesar de esto, el libro también busca legitimar proyectos como Libre o Mundo Nuevo, por lo cual no se analiza con la misma exhaustividad la creación de estas revistas o su continuidad en el medio cultural. En La polis literaria sólo el Estado cubano ejerce violencia, lo cual reduce la riqueza de las disputas, y convierte a los autores en víctimas o victimarios.

Por lo anterior, el libro de Rafel Rojas es un importante texto para conocer de una manera panorámica las polémicas literarias en Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo XX. El libro no sólo invita a leer o releer textos, muchas veces desanclados del contexto histórico en el que fueron creados, sino también a revisar la importancia de autores como Emir Rodríguez Monegal, y a vislumbrar la cercanía que tuvieron con el poder figuras como Gabriel García Márquez. Finalmente, es necesario subrayar la búsqueda que hace el autor para exponer los mecanismos de entrada y de salida en el campo cultural latinoamericano. En este sentido, las palabras finales de Rafael Rojas podrían dar una breve síntesis de una guerra intestina que configuró los canales y los fantasmas de la literatura latinoamericana actual:

Los dilemas de la polis literaria, en América Latina, emplazaban, a la vez, las poéticas y las políticas del campo intelectual. Tan enconada fue la querella entre las revistas y editoriales que intentaban hegemonizar el proyecto ideológico del boom de la nueva novela como la que dirimía, más específicamente, el modelo estético y el canon literario de la región (p. 259).

Acerca del autor

Edivaldo González Ramírez


Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Maestro en Letras (Latinoamericanas) de la misma institución con una tesis sobre la apropiación del…

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