El efecto mariposas amarillas
Tal vez porque las más recientes y conocidas adaptaciones de García Márquez al cine ‒El coronel no tiene quien le escriba (dir. Arturo Ripstein, 1999), El amor en tiempos del cólera (dir. Mike Newell, 2007) o Memoria de mis putas tristes (dir. Henning Carlsem 2012)‒ han generado cierta decepción en los espectadores, el anuncio de la adaptación de Cien años de soledad ‒obra mayor de García Márquez, un ya clásico de la literatura latinoamericana y mundial, y demás epítetos sacralizadores‒ha sido recibido con recelo. Me parece que los dos principales focos de atención en torno a la noticia, el quebrando de la negativa del Gabo vender los derechos de la novela para su adaptación y de decretada imposibilidad (algunos afirman que es hasta innecesaria, colmo del rasgarse las vestiduras) de traducir el libro a la pantalla, son resultado de ello, de decepciones previas y de una angustia desacralizadora.
Más bien tendría reflexionarse que, como bien afirma el investigador Álvaro Santana-Acuña del Whitman College:
Cien años de soledad ha inspirado canciones y ballets, una ópera y una obra teatral, docenas de cuadros, una exclusiva bebida japonesa y hasta el nombre de una plataforma petrolífera. Si algo confirma su transformación en una serie es el irrefrenable poder de los clásicos de entrar en nuestras vidas mediante formatos distintos al establecido por sus creadores. Frente a previsiones catastróficas sobre el resultado de su adaptación por Netflix, la realidad es que ningún clásico ha dejado de serlo por culpa de una mala adaptación. Al contrario, el anuncio de que será una serie ha multiplicado las menciones a la novela en medios de comunicación en todo el mundo y ha reforzado así su actualidad como una obra de referencia colectiva.
En realidad, la adaptación de libros (únicos o trilogías, tetralogías, series) no es nuevo ni para Netflix, ni para otros servicios similares, ni para el cine o la televisión. Tan solo por mencionar algunas novelas latinoamericanas adaptadas a series recientemente por plataformas streaming está Diablo guardián (Xavier Velasco, 2003 / Prime Video 2018) de la que ya se anunció segunda temporada, Diablero (basada en El Diablo me obligó de F.G. Haghenbeck 2013/ Netflix 2018), y la tetralogía de Cuatro estaciones en La Habana de Leonardo Padura (novelas 1991-1998 /Netflix 2016). Ejemplos de adaptaciones de libros en otros idiomas hay de sobra. Este 2019, Netflix ha anunciado no solo la adaptación de Cien años, también la de la trilogía (sí, hay trilogía) de Como agua para chocolate, de Laura Esquivel.
Los hijos del Gabo, Gonzalo y Rodrigo García Barcha han encabezado las negociaciones con Netflix, las condiciones ya mencionadas arriba y su participación como productores de la serie. Rodrigo, director de cine y televisión, ha sido quien ha estado más activo ante los medios y quien ha tenido que adelantarse a, y enfrentar, los recelos de la adaptación. Al respecto comenta: “Llevo escuchando la discusión sobre si se venden o no los derechos de Cien años de soledad desde que tengo ocho años”, “No fue una decisión sin complicaciones, para mí, mi hermano o mi madre. Se siente como que se abrió un gran capítulo, pero también que se cerró uno muy largo” (citado en Concepción de León). En efecto, entre los múltiples mitos sobre García Márquez y su obra está la serie de propuestas que recibió ‒de gente de Hollywood‒ o las intenciones de producción que echaron abajo ‒se cuenta por ahí que la agencia literaria Carmen Balcells echó abajo el rodaje de un director húngaro que buscaba hacer una película sobre Cien años en Colombia, por ahí del 2005. Anécdotas (ciertas o no) de las que varias notas toman como fundamento para cuestionar la decisión de los herederos.
En cambio, las objeciones estéticas a la adaptación se concentran es tres motivos: la oscilación de la novela entre la escasez de diálogos y el pronunciamiento de solemnes discursos; la importancia de la dimensión sensorial de la novela; y (lo siguiente solo lo he leído de Santana-Acuña) la complejidad del manejo temporal de la novela, pues “se entremezclan el tiempo lineal […] con el tiempo cíclico”. Más que objeciones, me parece, son retos con lo que se enfrentará la producción y realización de la serie (entre incontables otras), que si bien importantes, no imposibles (como dicen las declaraciones un tanto exageradas), pues el lenguaje cinematográfico cuenta con suficientes recursos para ofrecernos su versión de la novela.
Para Santana-Acuña, quien ha publicado varias notas (“La soledad multitudinaria de García Márquez”) y prepara un libro (How the Novel ‘One Hundred Years of Solitude’ Became a Classic) sobre el proceso de escritura de la novela ahora en el ojo del huracán, señala que quizá el “debate más importante no sea especular sobre la calidad de su serie [de Netlfix] sobre Cien años de soledad —una adaptación fiel de esta novela es tan imposible como innecesaria— sino analizar cómo la distribución global de la serie en más de 190 países puede dar un nuevo impulso a las historias de Macondo y la familia Buendía.”, e incluso apunta que García Márquez recurrió a muchas estrategias cinematográficas para Cien años, y que muchas notas, textos que están en el archivo y manuscrito de la escritura de la novela y eliminados en su publicación podrían ayudar a resolver los retos que presenta la adaptación.
En efecto, Rodrígo García Barcha señala como cuestiones importantes para decidir la venta de los derechos para la adaptación que “ahora es un buen momento de series, y con el alcance de Netflix, yo creo que la obra, el autor, Colombia y el mundo de Macondo van a alcanzar una audiencia más grande” (citado en Cortés), “en la actual época dorada de las series —con el nivel de talentosos escritores y directores, la calidad cinematográfica y la gran recepción mundial del contenido en idiomas extranjeros—, el momento no podría ser mejor para llevar una adaptación a las audiencias globales de Netflix” (en Centro de Prensa Netflix).
Indudablemente, el pase de la novela a la serie estará, forzosamente, acompañado de una diferencia (sin connotaciones negativas o positivas aquí) entre un lenguaje y otro, que para los estudiosos del fenómeno implica, más que una adaptación, una traducción (¡oh! traduttore, traditore), un trasplante. En lo particular me interesará estar al pendiente, a la par de la transformación del universo de Macondo, de las reverberaciones que dicha producción y su distribución global tendrá para la literatura latinoamericana, pues uno de las cuestiones omnipresentes de las historiografía y los debates sobre el estado de la literatura latinoamericana contemporánea (o su definición) tiene como referencia el Boom y al realismo mágico. Ya veremos el efecto de las mariposas amarillas