Mariana Enriquez, Las cosas que perdimos en el fuego, Anagrama, 2016, 197 pp.
Contrario a la idea extendida de que en América Latina la literatura de terror es muy limitada, se pueden encontrar múltiples manifestaciones del género a lo largo de todo el continente, incluso en algunos de los escritores latinoamericanos más célebres. Cuentos como “La puerta condenada” de Julio Cortázar, “La quinta de las celosías” de Amparo Dávila, “Espantos de agosto” de Gabriel García Márquez y “La fiesta brava» de José Emilio Pacheco forman parte de la larga tradición hispanoamericana del terror y del “cuento de miedo». Sin embargo, pocos autores se han insertado en esta tradición con tanto entusiasmo —y habilidad— como Mariana Enriquez (Argentina, 1973), que con sólo dos libros de cuentos publicados ha logrado consolidarse como una de las máximas exponentes de la literatura argentina de terror y latinoamericana contemporánea. Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama, 2016), su segundo libro de cuentos y ganador del premio Ciutat de Barcelona en la categoría “Literatura castellana», jugó un papel fundamental en el reconocimiento que goza la escritora hoy en día.
La lectura de Las cosas que perdimos en el fuego, conformado por doce cuentos, se puede hacer a partir de ciertos elementos característicos de la obra cuentística de Enriquez. El primero, y más importante, es la inscripción al género de terror, manifestada en aspectos formales como la creación de una atmósfera, la tensión, la identificación estética y el uso de tópicos clásicos del género —la casa embrujada, los fantasmas, trastornos psiquiátricos, asesinos seriales, entre otros— a los que incorpora de manera ejemplar prácticas, creencias y seres sobrenaturales específicos de la región del Cono Sur —la Macumba, la Santa Muerte, los pomberos, el Gauchito Gil, la santería y las curanderas—, además de temas y miedos colectivos que surgen del contexto histórico y social latinoamericano, aparecidos/desaparecidos, brutalidad policiaca, gentrificación, niños en condición de calle y violencia contra la mujer, por mencionar algunos. Otra característica importante es el uso preferencial de espacios marginales en la ciudad de Buenos Aires o en las provincias rurales del interior de Argentina. Por último, destaca el empleo de varios modos de lo fantástico, que inscribe parte de su obra en la tradición de la literatura fantástica rioplatense e hispanoamericana.
El vínculo que establece la autora entre el terror y la narrativa fantástica hispanoamericana se concreta de forma excepcional en “La Hostería”. En este relato, las adolescentes Florencia y Rocío entran por la noche al hotel del pueblo para esconder chorizos en los colchones con la intención de vengar al padre de Rocío, quien fue despedido por la dueña del lugar. La travesura es interrumpida cuando ambas chicas presencian un fenómeno fantasmagórico que nadie más puede atestiguar y que está relacionado con el pasado oscuro de la Hostería:
las chicas estaban demasiado asustadas: las había [Elena] escuchado gritar como si las estuvieran matando. […] ellas lloraban o le preguntaban si eso había sido la alarma de la Hostería, qué había sido ese ruido y los tipos que golpeaban. Qué alarma, […] de qué tipos hablan […] [Rocío] dijo que habían escuchado autos, que habían visto faroles, habló otra vez de corridas y golpes en las ventanas. (45-46)
Esta irrupción sobrenatural va acompañada de otros mecanismos que respaldan la inscripción del cuento en el género fantástico, tales como la presentación de un mundo textual que crea una ilusión de realidad y el uso de modalizaciones. Por su parte, el efecto terrorífico se construye a lo largo del cuento mediante algunos mecanismos propios del género —el suspense, la atmósfera y el uso de imágenes y léxico específicos— y que se observan en los siguientes fragmentos: “Ya era casi de noche […] se podía ver a la gente reunida […] rezando el rosario […] Parecía un funeral” (41) o “estaba segura de que iba a iluminar una cara blanca que correría hacia ellas o que el haz de luz dejaría ver los pies de un hombre escondiéndose en un rincón” (43).
En este “relato de fantasmas” es posible observar el giro que Enriquez da a las formas y tópicos del terror y el fantástico para evidenciar las tensiones del presente con el pasado de la dictadura, ya que lo que Florencia y Rocío perciben no es una aparición fantasmal “clásica” (de una persona), sino un instante en el tiempo, es decir, el recuerdo de una casa que fue un cuartel militar durante la dictadura.