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El cuerpo en disputa. Ideología y Estado en El pacto de la hoguera de Alfredo Núñez Lanz

Núñez Lanz, Alfredo. El pacto de la hoguera. México: Era, 2018, 136 pp.

 

Protegido por la noche y el dinero con el cual han sobornado a los guardias, un grupo reducido y eficaz transporta el cargamento de alcohol que será distribuido entre la población tabasqueña para satisfacer la afición etílica que no ha podido erradicar el Estado. Durante el día, a la vista de todo el mundo, los individuos entonan canciones comprometidas con la causa, trabajan hombro a hombro para erradicar la desigualdad que corroe las relaciones humanas; sin embargo, por la noche, ocultos en espacios donde el Estado no puede penetrar, los mismos individuos invierten sus papeles y se abandonan al placer que han condenado con ahínco durante el día. Los acontecimientos ocurren en el Tabasco de los años treinta, en el México postrevolucionario, donde el gobernador Tomás Garrido Canabal ha prohibido el alcohol y la religión católica en aras del nuevo dios y de un nuevo culto que encabeza. Su finalidad, lograr el progreso y la igualdad de todos los hombres; sus obstáculos, los cuerpos anónimos cuyos deseos y acciones son casi imposibles de prever. Esta imagen encarna un doble juego de máscaras y de apariencias, un espacio donde se mezclan el espacio privado y el público, donde el individuo y los proyectos políticos, económicos e ideológicos que lo atraviesan quedan expuestos y reflejados para el escarnio público, o por lo menos literario. El pacto de la hoguera, primera novela de Alfredo Núñez Lanz, parte de estos temas y muestra un importante ejercicio sobre la configuración del Yo a partir del Otro.

La novela está construida a partir de dos narradores: José y Amador, dos amigos de la infancia, cuyos relatos entrecruzan y exponen una historia compartida, a través de la cual es posible seguir el crecimiento y la afirmación de la identidad personal, siempre ligada a la presencia o ausencia de un proyecto ideológico. Por sus voces, se sabe que han crecido en la misma casa, antes de que la fuerza del Estado volviera evidentes los destinos que tenían al nacer: mientras José puede elegir entre tomar un camino o huir, pues ser el hijo de “la patrona” le da ventajas que otros no pueden disponer; Amador, debe abrirse camino entre la doctrina del Estado, aunque esto signifique traicionarse a sí mismo, en múltiples grados y situaciones. La relación de estos dos amigos, ligada por un deseo de regreso y huida, evidencia la manera en la cual el individuo (ni siquiera dueño de sí mismo) se enfrenta a la violencia ideológica que norma y condiciona cada uno de sus actos.

Por su disposición al cambio y debido a una seguridad despreocupada, José termina por ser el punto nodal de la diégesis, pues sus decisiones no sólo lo convierten en un opositor tangible del régimen, sino que también arrastran a los demás personajes a establecer una posición con respecto a ellas. Firme en la arrogancia que Amador no puede tener, José adquiere tres roles que se oponen directamente al Estado: traficante de alcohol, líder religioso y, al final, exiliado. Los tres roles, adquiridos como consecuencia del propio acto de rebeldía, se alimentan y se compenetran entre sí, aunque sea el interés personal, y no la oposición al dogma, el que los sustenta. Para no formar parte de la estructura estatal y ganar más dinero que el resto, el joven trabaja para don Gregorio, un hombre poderoso que ha establecido una red de contrabando, en donde están inmiscuidas autoridades de todos los niveles; sin embargo, su verdadera proeza ocurre cuando, ante el destrozo de las fuerzas del orden, rescata una efigie de Cristo que se ha mantenido entera tras el asedio de una Iglesia. En ese momento, para los feligreses, se transforma en una especie de mesías, en un salvador que ha dado orden al caos.

Alfredo Nuñez Lanz. Fotografía: Ricardo Velmor

En este punto, es importante destacar que la prohibición del rito católico y del alcohol es, en sí misma, una manera en la que el Estado no sólo incide en el espacio público, sino también la manera en la cual trata de controlar el espacio privado. A partir de la lógica del gobierno, se crean y se establecen los lazos y los lugares de encuentro: Amador, formará amistades y tendrá encuentros en espacios y situaciones reguladas de ante mano; asimismo, José tendrá un espacio y una red de encuentros ligada directamente con el medio que ha impuesto la autoridad estatal. Lo múltiple y lo diverso serán reducidos y acotados hasta que sean dos contradicciones que no tengan cabida en la dinámica social. En una primera lectura, es posible pensar que las acciones de José (tanto el tráfico de alcohol como el tráfico del rito católico) son dos acciones que subvierten y crean nuevos espacios de diálogo, sin embargo, esto no es del todo verdadero, pues la disidencia también tiene un lugar establecido en ese medio (no debido al control efectuado por el poder, sino a causa de las propias relaciones entre sus integrantes). Con el paso de las hojas, se comprende que el tráfico de alcohol está dirigido por altos mandos en la escala de poder, y que el rito prohibido tiene adeptos entre los guardianes del orden (Amador, entre ellos). Ante esto, es más loable pensar que la pervivencia de los actos vedados tiene que ver con el pacto de los individuos por hacer perdurar la integridad de cada uno de ellos. Al rescatar al Señor de las Llamas, José expresa la integración que existe entre los creyentes: “La misma gente ya había hecho del cuarto del fondo una capilla; las mujeres fueron trayendo a escondidas, bajo los rebozos, veladoras, incienso y carpetas tejidas a mano con figuras del Espíritu Santo para colocarlas en el pedestal” (36). Este acto es muy diferente al escarnio y la burla que el poder político hace de los espacios y de las actividades anteriores (basadas sobre todo en la diversión y en una creencia). Por este motivo, al hablar sobre la prohibición del alcohol, Amador escribe:

Nos trajeron las cervezas y las pusieron sobre una mesita maltrecha. Allí todavía no llegaba la ley seca, estábamos alejados de la capital. Allá  en Villahermosa, hacía tres años, el gobernador había mandado quitar las puertas de los bares y los parroquianos se agachaban ante los mostradores de setenta centímetros para beber sacando el culo hacia afuera. Esto con tal de provocarles vergüenza (27).

Ahora bien, si la lógica del Estado hace que exista una diferenciación (imposible y, a larga, infructuosa) entre el estar dentro y el estar fuera, en donde lo exterior es ridiculizado para eliminar la empatía que pudieran sentir sus integrantes, también crea espacios de sociabilización que se sustentan por la fraternidad y la complicidad de sus integrantes. Sin embargo, si la complicidad de los fieles cristianos se da por la fe y el interés económico de José, los camisas rojas fundan su complicidad en la violencia que promueve la subordinación. Este hecho queda evidenciado en dos momentos: el primero, cuando Amador participa como payaso de rodeo, para sufrir la novatada que le abrirá las puertas en la cadena de mando; el segundo, y más importante, cuando viola a un joven militante con la complicidad de uno de sus camaradas. En el segundo caso, la homosexualidad reprimida del narrador se convierte en un ejercicio del poder, uno vedado y silencioso, pero que cumple la misma función dentro del sistema. En este caso, el reconocimiento de la homosexualidad no significa una autoafirmación (como lo sería declarar su amor a José), sino una manera de sustentar la posición que ocupa en la estructura del poder. Amador, mártir y cobarde, títulos que el mismo se adjudica, es incapaz de ir en contra de las órdenes establecidas; por lo cual, estos elementos lo hace un subordinado perfecto: es capaz de sacrificarse y de anteponer cualquier dogma (ya sea el de los camisas rojas, el cristianismo o el amor no correspondido por José) a su propia felicidad.

La equiparación del marxismo con el dogma cristiano ha ocupado cientos de páginas en la literatura, desde las reflexiones de Albert Camus en El hombre rebelde, hasta las reflexiones de José Revueltas en Los días terrenales, pasando La guerra del fin del mundo de Mario Vargas Llosa; no obstante, la novela de Alfredo Núñez no sólo ahonda en este tema (tan fácilmente aceptado desde el colapso de los proyectos socialistas en el mundo), sino que también centra su diégesis en cómo los individuos se adaptan a cualquier sistema de pensamiento para sobrevivir. Es decir, más que comprender la novela como la lucha antagónica del individuo frente al Estado, de lo diverso contra lo único, donde un héroe capitalista restituye el valor de lo privado y demuestra los errores del proyecto socialista encabezado por Tomás Garrido Canabal, la novela funciona como un recordatorio de las emociones egoístas y desinteresadas que sustentan, y en algún modo determinan, los proyectos ideológicos, cuyos dogmas terminan por fuerza, siendo reinterpretados, confundidos o burlados. Cuando los cristianos perseguidos reordenan su congregación y su fe, rotando a la efigie salvada entre las casas y estableciendo medidas de seguridad, el culto no se mantiene indemne. La abuela de José oficia bodas clandestinas y, exclama: “En ausencia de un representante de Dios, yo, Juana Lanz, con todo el respeto que me merece la fe católica, los declaro marido y mujer” (39). De la misma manera, un socialista homosexual, en medio de un estamento patriarcal, logra ir escalando los peldaños del poder, sin que su situación le impida ser al mismo tiempo un camisa roja y un protector oculto del cristianismo.

Amador, quien ha sido educado para ser siervo, para servir a los amos, ha adoptado dos preceptos para sobrevivir: pertenecer para ser y ser siempre otro. Por estos motivos está habituado a los disfraces y a los roles que deba tener, ya sea un torero de broma o un camisa roja: “Si te molesta el traje, imagínate los disfraces que los curas han usado por siglos para dominarnos” (43). Si su actuar en algún punto tiene correferencia con la historia del apóstol Pablo (quien de ser perseguidor pasa a ser un ferviente defensor del dogma), su verdadero eco se encuentra con Judas Iscariote, el traidor. Por su condición de superviviente, traiciona a su comunidad (al ser camisa roja), a los camisas rojas (al proteger a José y al culto cristiano), y a José (al tratar de suplantar, con la delación, la afición que tiene por él). No obstante, su traición es similar a la de José quien se queda con el dinero recolectado por su comunidad y monta un negocio de plátanos, para construir un nuevo espacio privado, lejos de Villahermosa, lejos de su abuela, lejos de Amador, lejos de todo para seguir siendo un amo.

La novela describe la relación del individuo frente a las ideologías que tratan de controlar y disciplinar a los cuerpos, para normarlos e indicarles, no sólo lo que deben de desear, sino cómo deben de desearlo. No obstante, lejos del cristianismo o del marxismo, la única ideología totalizante termina siendo el amor, el cual es capaz de subordinar al individuo a la esclavitud más intolerable, donde la contradicción y el negarse a sí mismo es parte de lo cotidiano. El amor, como una ideología, impone el ritmo y las acciones, moldea los hábitos y el sentido de las delaciones; a partir de él, el ser humano es un mártir y un verdugo. Consciente de su falta de voluntad, de no aceptar su condición de amante, Amador escribe a José: “Mi devoción por ti doblegaba mi propia cólera y aquello había llegado demasiado lejos” (68). Asimismo, el joven socialista termina en un estado de completa indeterminación: “No te llamo ni te sigo, aunque siento que debo acompañarte a cualquier parte, ayudarte con las latas de alcohol y defenderte, morir juntos. Pero me quedo; me quedé” (29).

Por estos elementos, El pacto de la hoguera es una de las obras recientes que toma en sus manos la tarea de repensar el pasado postrevolucionario, para leer la historia personal como una historia global. Asimismo, propone una manera distinta de discutir la disidencia, una que no precisa de ideales puros ni protagonismos revolucionarios, sino de hombres y mujeres, firmes y confundidos, cuyas acciones son las que dan sentido al fuego revolucionario.

Acerca del autor

Edivaldo González Ramírez

Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Maestro en Letras (Latinoamericanas) de la misma institución con una tesis sobre la apropiación del existencialismo en la obra de Mario Vargas Llosa…

  

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