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Aprender a leer teoría: Clases 1985. Algunos problemas de teoría literaria de Josefina Ludmer

Ludmer, Josefina, Clases 1985. Algunos problemas de teoría literaria. Edición y prólogo Annick Louis, Buenos Aires: Paidós, 2015.

Alumna: Yo no entiendo nada.
Profesora: La idea es que ustedes con esto puedan leer los textos que hablan de esto. […] yo creo que simplemente la meta debe ser señalar, abrirles el camino de la lectura.
Josefina Ludmer, Clases 1985

 

Hasta hace no mucho tiempo se repetía como una verdad indudable que los latinoamericanos somos ajenos a la teoría, particularmente a la teoría de la literatura; la “resistencia a la teoría”, como se le ha llamado entre veras y burlas, era evidente no sólo por los limitados aparatos teóricos empleados por los estudiosos de la literatura en sus investigaciones, sino también por la “indudable inexistencia” del pensamiento teórico latinoamericano. Frente a las grandes escuelas teóricas desarrolladas en Europa y Estados Unidos, cuando menos desde la consolidación del Formalismo ruso en la segunda década del siglo XX, la ciudad letrada latinoamericana aparecía como un campo eriazo de teoría.1 Se suponía que los estudiosos de la literatura latinoamericana (todos hombre respetables) conocían y aplicaban con mayor o menor capacidad las teorías construidas en torno a otras literaturas, a partir de ahí realizaban sus trabajos historiográficos y críticos sin crear nuevas herramientas para interpretar nuestra literatura.

Me gustaría decir que las líneas anteriores son exageradas, pero desafortunadamente no es así; a pesar de que la supuesta resistencia a la teoría ha sido cuestionada y, quiero pensar, refutada sin lugar a dudas, lo cierto es que se asume sin más que la teoría literaria siempre viene de afuera; aunque en las investigaciones especializadas y en los centros de investigación la presencia de teóricas y teóricos latinoamericanos es cada vez mayor, en las aulas universitarias la situación es completamente distinta: actualmente casi cualquier estudiante de literatura conoce cuando menos los nombres de varios teóricos europeos (principalmente franceses), pero dudaría al nombrar a algunos latinoamericanos. Este desconocimiento en ningún caso debe atribuirse sólo a los estudiantes, sin duda se desprende de los enfoques que rigen los planes de estudio de licenciatura, en los cuales el área de teoría se organiza a partir de los clásicos de la antigüedad (Platón, Aristóteles y Horacio), quizá algunas poéticas renacentistas y salta al siglo XX, iniciando con los formalistas para llegar, en el mejor de los casos, a algunos autores englobados bajo el posestructuralismo. La complejidad, amplitud y prestigio de los textos y teóricos europeos estudiados, desecha de plano la posibilidad de revisar, aunque sea superficialmente, alguna de las “obras clásicas” de la teoría desarrollada por latinoamericanos, incluso cuando en ellas se discute en torno a la literatura a partir de marcos filosóficos y conceptuales compartidos con teóricos europeos, tal como sucede en El deslinde. Prolegómenos a la teoría literaria (1944), obra en la cual Alfonso Reyes parte de una perspectiva fenomenológica (que él llama “fenomenográfica”) para “aprehender” la especificidad literaria, objetivo y método que comparte con formalistas rusos y estructuralistas checos.

 

Sin duda el prestigio en las aulas del pensamiento teórico europeo y norteamericano, y el consecuente desplazamiento de la teoría latinoamericana, se explica a partir de lo que Aníbal Quijano ha caracterizado como la “colonialidad del saber” (1992); en este sentido, descolonizar nuestro pensamiento teórico es urgente, aunque indudablemente complejo y agotador… me interesa enfatizar que esta descolonización no debe darse sólo en el debate entre teóricos (como ocurrió en los setenta), sino que necesariamente tiene que trascender hacia las aulas universitarias e incidir directamente en las actualizaciones de los planes de estudio para que los alumnos de licenciatura conozcan la tradición teórica latinoamericana, lo que de ninguna manera implica eliminar otras tradiciones.

Me pareció pertinente iniciar con estas reflexiones porque el libro que reseño parte precisamente de la experiencia docente de una de las teóricas y críticas latinoamericanas más importantes de las últimas décadas. El trabajo académico de Josefina Ludmer (1939-2016) inició en 1964 cuando se convirtió en profesora de letras en la Universidad Nacional de Rosario; en 1966 se trasladó a Buenos Aires para formar parte de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Después del golpe de estado de 1976, Ludmer y muchos otros profesores que habían sido despedidos de las universidades por considerarlos contrarios al régimen militar, inician la llamada “Universidad de las catacumbas”, la cual consistía en dar clases en sus casas o en otros lugares de manera clandestina, con lo cual conformaron una universidad paralela a la controlada por los militares. En 1985, durante el largo proceso de vuelta a la democracia, Josefina Ludmer impartió el primer seminario de teoría en la carrera de Letras de la UBA, el cual tenía por título “Algunos problemas de teoría literaria”; rápidamente el curso se convirtió en uno de los grandes acontecimientos académicos de la universidad, llegando a contabilizarse hasta quinientos alumnos que asistían regularmente.

A partir de las notas y grabaciones que se hicieron del curso, Annick Louis editó y prologó el volumen Clases 1985. Algunos problemas de teoría literaria (2015), en el cual se recogen todas las sesiones impartidas por Josefina Ludmer entre agosto y noviembre de ese año, además de las preguntas y respuestas con las que concluían cada una de las clases. Antes de destacar algunos aspectos del libro, continuaré el breve recuento del trabajo docente realizado por Ludmer porque lo considero fundamental para el desarrollo de su propio pensamiento teórico. Entre 1991 y el 2015 la crítica argentina fue profesora en la Universidad de Yale, de la que recibió el emeritazgo; volvió a Argentina los últimos años de su vida y se integró como profesora en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Durante las más de cuatro décadas de actividad docente, Josefina Ludmer publicó un sinfín de artículos y un puñado de libros esenciales para comprender la literatura latinoamericana: Cien años de soledad, una interpretación (1972); Onetti, los procesos de construcción del relato (1977); El género gauchesco (1988); El cuerpo del delito (1999) y Aquí América latina. Una especulación (2010), este último es una suerte de “diario de teoría” que rápidamente se convirtió en uno de los referentes para estudiar las obras literarias más recientes a partir de propuestas tan poderosas como la de “literaturas postautónomas”.

Fotografía: Lucio Ramírez

En el “Prólogo” a Clases 1985. Algunos problemas de teoría literaria, Annick Louis destaca los rasgos que, desde su perspectiva, dotan de un carácter transgresor y constructor a las clases impartidas por Ludmer; para entender esto es necesario situarnos en el contexto universitario argentino posterior a la dictadura, en el cual muchos de los profesores que se reintegraban a la vida académica habían estado exiliados o impartiendo clases de manera clandestina, con lo cual su vuelta a las aulas era tanto una conquista académica como un acto político. En este sentido, el curso de teoría implicó para las primeras generaciones que ingresaron a la universidad después de la dictadura, de las cuales formaba parte Louis, una verdadera revelación y un profundo sacudimiento epistemológico que los hizo repensar y problematizar su propia cultura a partir de parámetros que ni siquiera habían imaginado: “Existe una forma de suerte histórica. Quienes ingresamos a la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en el año 1984 la tuvimos, no solamente porque nuestra entrada coincidió con el regreso a la democracia del país, sino porque la propia carrera de Letras conoció un proceso rápido de democratización, el más rápido del país” (Louis, 13).

Esta “suerte histórica” no sólo fue provechosa para los estudiantes, los profesores que regresaron a las aulas fueron conscientes tanto de su responsabilidad, como de la oportunidad de renovar los estudios literarios universitarios. Annik Louis destaca cómo en las clases de Ludmer, en ocasiones sumamente densas, “[n]o solamente se enseña; se reflexiona acerca de qué, por qué, para qué, cómo y bajo qué forma se enseña” (18); de tal forma que en el curso no sólo se presentaban de manera magistral los contenidos de teoría de la literatura, sino también se propiciaba la reflexión sobre el propio proceso de enseñanza y la manera en que se emplearán los conocimientos adquiridos. En el “Prólogo” Louis destaca dos de las afirmaciones que guiaban la práctica pedagógica de Ludmer: “la idea de que, si lo que se enseña en una clase se puede aprender en un libro, la enseñanza no tiene sentido […] y la convicción de que nunca las concepciones de la literatura son individuales, sino que siempre son sociales” (19), la segunda afirmación puede parecernos poco relevante, sólo debemos considerar que Ludmer la hizo después de la dictadura y ahí adquiere mayor sentido y fuerza. En contraste, la primera afirmación no ha perdido vigencia y resulta sumamente retadora: ¿cómo enseñar teoría de la literatura sin que en la clase se aprenda lo que puede aprenderse en un libro?

Sin duda la respuesta no es sencilla, y para saber cómo lo hizo Josefina Ludmer están las clases editadas en este volumen. Cada una de las sesiones impartidas por la crítica argentina aparecen en esta obra, se dejaron fuera las dictadas por profesores invitados (como Walter Mignolo). En la primera clase Ludmer hace una extensa presentación del curso, en la cual explica los contenidos, el enfoque y la forma de evaluación; aquí vale destacar que los autores revisados corresponden básicamente a la tradición europea y norteamericana, además de varias clases en las que la profesora mostró en la práctica como “emplear” la teoría en relación con algunas obras. Sin duda esto puede ser desalentador, pues podría esperarse que el curso incluyera propuestas teóricas latinoamericanas dado que quien lo dictó es una teórica argentina… no obstante, lo que considero sumamente valioso en esta obra no es el recuento de escuelas y autores, ni tampoco la brillante exposición y ejemplificación hecha por Ludmer, sino el objetivo principal del curso, enunciado desde la primera clase:

Otro objetivo fundamental para nosotros es que ustedes aprendan a leer teoría: ¿cómo y para qué leerla? O sea, ¿qué sentido tiene la teoría literaria? ¿Para qué sirve? ¿Qué lugar ocupa?, etc. ¿Cómo pueden enfrentar un texto teórico, qué necesitan para hacerlo y qué tienen que preguntarle? Nos importa que cuando se enfrenten con cualquier problema de teoría sepan orientarse o, por lo menos, sepan dónde y cómo buscar los elementos para hacerlo (Ludmer 35. Cursivas mías).

Frente a la concepción bancaria de la educación, estudiada por Paulo Freire en varios de sus libros, en la cual el docente transmite sus conocimientos a las “mentes vacías” de los estudiantes, el objetivo propuesto por Ludmer es notablemente transgresor y actual: no se trata de que los alumnos aprendan un conjunto de conceptos, sino de que desarrollen una capacidad que les permitirá adquirir conocimientos teóricos a lo largo se su vida; enseñar a leer teoría es sin duda mucho más complejo que enseñar conceptos de teoría. Durante varios años he impartido cursos de teoría de la literatura a nivel licenciatura, en los cuales he enfrentado la profunda confusión de los estudiantes frente a ciertos conceptos o perspectivas, incluso frente a metodologías de análisis literario; en la mayoría de mis cursos consideraba alcanzada una meta cuando los alumnos comprendían un concepto o realizaban con mayor o menor precisión el análisis de una obra. Sin duda comprender nociones y aplicar métodos es un paso importante en el estudio de la literatura, pero tal como lo destaca Ludmer, es mucho más trascendente lograr el desarrollo de una habilidad que la mera adquisición de información. En este sentido, Clases 1985. Algunos problemas de teoría no enseña cómo enseñar a leer teoría, pero sí muestra la manera personal desarrollada por Josefina Ludmer para lograr esta meta; una forma que puede imitarse en ciertos aspectos, siempre y cuando seamos conscientes de que cada contexto educativo es distinto y demanda estrategias diferentes.

La postura de la teórica argentina frente a los modelos de análisis literario es también demoledora, si bien los valora positivamente al señalar que “la teoría se diferencia de lo que podría ser una metodología literaria o metodología de análisis literario. Un modelo es un esquema sobre cómo puede analizarse un texto” (45) y añade que aplicar un modelo es un paso en el aprendizaje, necesario para los estudiantes de licenciatura, más adelante afirma:

Pero hacer de eso [la aplicación del modelo] el fin de la crítica literaria, de la enseñanza de la literatura y de su difusión es para nosotros inconcebible. Una persona que aplica modelos es una persona que traslada un objeto de un lugar a otro y eso no es la reflexión ni la actividad intelectual; muy poco aprecio se tiene de la inteligencia si se condena a la gente a copiar modelos de un lado y pasarlos a otro lado. […] Sería una actividad de repetición que giraría como un círculo vicioso volviendo al modelo a su punto de partida (45).

Esto no significa que Ludmer deseche de plano las metodologías de análisis literario, sino que enfatiza que aprender teoría no debe limitarse a este conocimiento y que, por lo tanto, la enseñanza de la teoría debe de ser mucho más ambiciosa y abarcadora. Para poner a prueba si propia manera de enseñar, al final del curso la crítica realiza el análisis e interpretación de Fausto de Estanislao del Campo, uno de los poemas gauchescos más importantes del siglo XIX, y con ello muestra su forma de aproximarse a un texto y el para qué de la teoría literaria; aunque analiza formalmente ciertos pasajes de la obra, su interés principal no es establecer separaciones entre forma y contenido, o privilegiar el estudio inmanente frente al trascendente, sino proponer una lectura que aborde la complejidad del poema en relación con las circunstancias históricas en las que surge, enfatizando tanto la temporalidad de la obra como la del propio proceso de interpretación.

Además del indudable valor para la historia cultural latinoamericana, Clases 1985. Algunos problemas de teoría literaria plantea una profunda reflexión sobre el lugar de la teoría en los estudios literarios y, fundamentalmente, sobre las formas en las que se enseña teoría; sin duda no es ni busca ser un manual de historia de la teoría literaria, tampoco una introducción a esta materia; es ante todo una invitación a cuestionar y problematizar nuestros enfoques y prácticas académicas y, con ello, se propone como una de las muchas obras que nos ayudan a descolonizar nuestro pensamiento.

Acerca del autor

Armando Octavio Velázquez Soto

Profesor Asociado de Tiempo Completo en el Colegio de Letras Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Doctor en Letras por la UNAM. Es profesor en las áreas de teoría de la literatura y literatura iberoamericana (colonial y contemporánea)… 

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Notas al pie:

  1.  Vale la pena recordar el llamado hecho por Roberto Fernández Retamar para construir nuestra propia teoría en “Para una teoría de la literatura hispanoamericana” (1973) y el aparente fracaso de este intento señalado por Antonio Cornejo Polar en “Para una teoría de la literatura hispanoamericana: a veinte años de un debate decisivo” (1999). No obstante el desolador panorama planteado por el crítico peruano, recientemente apareció Crítica literaria y teoría cultural en América Latina. Para una antología del siglo XX, recopilado por Clara María Parra Triana y Raúl Rodríguez Freire, volumen que ha revelado los vastos y variados caminos del pensamiento teórico latinoamericano del último siglo; la amplitud y utilidad de esta obra le ha permitido conocer ya dos ediciones (2015 y 2017), algo verdaderamente inusitado para un trabajo de estas características.