Portada de la reedición de 2019 de la novela Ygdrasil. Fuente: cuenta de twitter del autor @baradit.

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Distopías del poder en el cyberpunk latinoamericano: Ygdrasil de Jorge Baradit

Portada de la reedición de 2019 de la novela Ygdrasil. Fuente: cuenta de twitter del autor @baradit.

El Estado, en tanto que figura depositaria de las representaciones del poder político, social y militar de nuestras sociedades, ha sido siempre un tema central en las obras de ciencia ficción. La especulación sobre el papel que jugará el Estado dentro las sociedades hipertecnologizadas del futuro próximo, fue una preocupación fundamental dentro de la ciencia ficción clásica. Un claro ejemplo lo encontramos en una de primeras obras distópicas, Un Mundo Feliz (1932), del británico Aldous Huxley. En dicha novela advertimos cómo, tras el colapso mundial provocado por la Guerra de los Nueve Años, el mundo es gobernado por un Estado mundial totalitario que, mediante herramientas tecnológicas, ejerce control absoluto sobre casi todos los habitantes del orbe. El poder político y tecnológico amasado por este gobierno mundial controla todos y cada uno de los aspectos de la población, al determinar, proveer o censurar las actividades, opiniones o placeres de esta sociedad futurista. El control es tal, que los “ciudadanos” de esta sociedad no advierten la opresión ni la disciplina de las que son objeto, abrazando con convicción esta servidumbre. Un fragmento del prólogo (el cual suele atribuirse a Huxley, pero que probablemente pertenezca a Theodor W. Adorno), el cual acompaña a la edición castellana de Un Mundo Feliz, editada por Plaza & Janés, ilustra esta condición:

Un estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre. Inducirles a amarla es la tarea asignada en los actuales estados totalitarios a los ministerios de propaganda, los directores de los periódicos y los maestros de escuela (Huxley 12).

Lo anterior también es constatable en la obra de ciencia ficción 1984, de George Orwell, publicada en 1949. En ella, el control político y social del Estado totalitario se ejerce (como lo teorizará posteriormente Michel Foucault en Vigilar y castigar) a través de un modelo de vigilancia y disciplina absoluta –potenciado por la tecnología y basado en la propaganda y el control de Estado– encarnado en la figura omnipresente del Gran Hermano.

Este artículo examina algunas de las características principales del subgénero de la ciencia ficción conocido como cyberpunk, así como sus cuestionamientos al mundo contemporáneo y las especulaciones que hace sobre el futuro. A través de un análisis del origen del subgénero en la tradición anglosajona, y su paso por manifestaciones estéticas japonesas, el artículo pretende mostrar cómo la tradición latinoamericana, particularmente la novela Ygdarsil del chileno Jorge Baradit, asimila y se apropia, mediante un movimiento de “antropofagia cultural”, de estos discursos y estéticas para generar una versión propia del subgénero.

En la ciencia ficción de los años 80 y 90, generalmente enmarcada bajo el término cyberpunk, el poder y el control sobre las sociedades da un viraje: no es más la figura del Estado la que condensa la omnipotencia y la disciplina social, sino las corporaciones. Las distopías cyberpunk, advirtiendo el cada vez más menguado poder del Estado-nación (fenómeno que se ha dado en paralelo a la implementación del internet y de la globalización económica de las últimas décadas del siglo XX), postulan un nuevo baluarte del control mundial: la empresa o la corporación.

Es importante observar la aparición de este cuestionamiento en la cinematografía contemporánea. Ya desde Blade Runner (1982), del director Ridley Scott, película inspirada parcialmente en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick, presenciamos un decadente futuro postindustrial situado en la ciudad de Los Ángeles. Bajo un clima constante de incertidumbre y sospecha, atendemos a una sociedad lúgubre, sobrepoblada, caótica e inundada de crimen y basura. En este escenario, la miseria social convive con la alta tecnología de la corporación Tyrell, empresa capaz de producir sofisticadas formas humanoides de vida conocidas como replicantes. Por ello, Blade Runner es considerada la ejemplificación perfecta de la máxima acuñada, algunos años después, por Bruce Sterling para describir la esencia del cyberpunk: “Low life – High Tech” (xiv).

Poster del filme Blade Runner, 1982. Fuente: flickr.com

En un esfuerzo por tipificar estas ficciones, en Cyberculture, The Key Concepts, el teórico David Bell define el cyberpunk como una corriente dentro de la ciencia ficción que comenzó con la publicación del Neuromancer de William Gibson en 1984 (38). Generalmente, al subgénero se le atribuye la representación de un mundo posmoderno en constante conflicto con la tecnología digital y cibernética. Algunos críticos han argumentado que las novelas de autores canónicos del género, como las de Gibson y Sterling, pueden ser leídas como una teoría social sobre las posibilidades del futuro cercano. En términos generales, el cyberpunk es un género que problematiza el impacto de la tecnología, la realidad virtual y la biotecnología en la existencia humana, ya sea a nivel individual o colectivo (39). Enfocada en las consecuencias indeseables de la tecnología en sociedades futuristas donde el desarrollo tecnológico no ha sido acompañado por el progreso social y moral, en la ciencia ficción cyberpunk el poder y el control no recaen más en el Estado, sino en los organismos que monopolizan el conocimiento tecnológico: las corporaciones.

[…] una mirada más cercana a esas novelas revela que casi siempre retratan sociedades futuristas en las que los gobiernos se han vuelto débiles y patéticos. Las populares historias de ciencia ficción, de Gibson, Williams, Cadigan y otros, representan acumulaciones orwellianas de poder en el próximo siglo, pero casi siempre en las manos secretas de una adinerada élite corporativa (Brin 187; la traducción es mía).

Lo anterior es visible en obras como las de James Cameron, Terminator de 1984, y su secuela de 1991. En estos filmes, fuertemente influenciados por la estética cyberpunk, la responsable del infierno nuclear que aniquila a gran parte de la humanidad es la compañía Cyberdyne Systems. En la película Robocop (1987), la responsabilidad la tiene la compañía Omni Consumer Products (OCP). Por su parte, la mezcla entre el poder militar de Estado y el científico-corporativo, vistos como rectores del nuevo orden, es característica de la vertiente japonesa de este subgénero. De ahí que en el anime Akira de 1988, de Katsuhiro Otomo, el Proyecto Akira sea parte de la división científico-militar del gobierno japonés encargada de estudiar los poderes telekinéticos que provocaron la destrucción de Tokio y que, supuestamente, detonaron la Tercera Guerra Mundial. En el caso de Ghost in the Shell (1995), se trata de la Sección 9 de Seguridad Pública, una gendarmería científico-militar secreta del gobierno japonés que investiga actos de ciberterrorismo. De forma similar, en el anime Neon Genesis Evangelion (1995), usualmente asociado al subgénero, NERV es el nombre de la organización paramilitar mundial que posee la tecnología de los evangelions, organismos cibernéticos que constituyen el arma más destructiva sobre la Tierra.

¿Cómo sería esta suerte de entidad corporativa-militar, asociada a un Estado totalitario, si imagináramos un futuro cyberpunk en Latinoamérica? ¿Cómo habremos de visualizar la estética de este subgénero de la ciencia ficción, comúnmente asociado a grandes urbes industrializadas e hipertecnologizadas del llamado primer mundo, si se emplazara en la realidad latinoamericana? Estas preguntas no son mal intencionadas, pues, por el contrario, intentan poner de manifiesto un prejuicio: la estética cyberpunk, tan popularizada por las grandes producciones cinematográficas, pareciera ser representable sólo en países altamente desarrollados, económica y tecnológicamente. Es decir, se suele asumir que las posibilidades que el subgénero ofrece sólo competen a latitudes cuyo desarrollo económico permite especular sobre un futuro hipertecnologizado, en el cual se llevan al límite conceptos fundamentales de la posmodernidad: el individuo y su cuerpo, la sociedad, la tecnología, la democracia, el Estado-nación, la empresa o corporación, y por supuesto, la libertad.

Portada del manga The Ghost in the Shell.

¿Cómo habrán de sortear este prejuicio y cuáles serán las estrategias de apropiación del género por parte de autores, cineastas, ilustradores o historietistas en Latinoamérica? ¿Cuáles son las características y cómo es posible este viraje en Latinoamérica, para pasar de consumidor voraz y pasivo de productos culturales, a convertirse en productor de ellos? Aunque pocos, existen críticos que se han aventurado en esta empresa, poniendo de manifiesto que no sólo existen dignos representantes del género, sino que las características con las que se apropiaron de él son de tal particularidad que es posible hablar de cyberpunk latinoamericano; es decir, no se trata de una reproducción del género, sino una adaptación de él. La novela Ygdrasil (2005) del chileno Jorge Baradit es un ejemplo de ello. Así lo atestiguan varios críticos y asiduos lectores del cyberpunk, entre ellos Jaime Araya Miranda:

En el caso de la ciencia ficción, hay diversos subgéneros dentro de los cuales está el cyberpunk inserto. En Chile el máximo exponente de este subgénero en la actualidad es Jorge Baradit, quien con su novela Ygdrasil (2005) instaura un nuevo paradigma que fusiona la tecnología y lo chamánico de manera que el cyberpunk tiene su variante propia en este autor (s.p.).

Ahora bien, ¿es posible trazar una línea directa de influencia entre la literatura de ciencia ficción de los años 80, las grandes producciones cinematográficas de cyberpunk norteamericano, la estética cyberpunk del manga y el anime japonés de los noventa, y obras literarias en Latinoamérica? Ygdrasil es un claro ejemplo de que esta antropofagia cultural no sólo es posible, sino que es condición sine qua non del género en Latinoamérica. En los años 20, el brasileño Oswald de Andrade, mediante el concepto de “antropofagia cultural” y de una dialéctica que se propone transformar lo ajeno en propio, trata de mostrar que es factible una asimilación positiva y creativa de los productos culturales hegemónicos. Al respecto, remito al ensayo de Horst Nitschack “Antropofagia cultural y tecnología”, quien hace un sucinto pero esclarecedor recorrido histórico de las implicaciones y consecuencias, tanto filosóficas como tecnológicas, de la propuesta de Andrade.

La antropofagia oswaldiana y su ‘bárbaro tecnizado’, expresan la convicción de la posibilidad de apropiación y la transformación de su racionalidad alienadora sin prejuicios para la cultura brasileña, considerando sus cualidades ‘antropófagas’ y su capacidad de convertir lo ajeno en lo propio. El “Manifiesto antropófago” (1928) de Oswald de Andrade es con certeza una de las propuestas más contundentes para la construcción de una cultura independiente de la hegemonía cultural nórdica. Sus provocadoras reflexiones darán inicio a una estrategia de apropiación de las culturas hegemónicas, la ‘Antropofagia cultural’, que en las últimas décadas ha sido ampliamente discutida por los Estudios Culturales (Nitschak 159).

Sin muchas reticencias, pues, podemos colocar a Ygdrasil dentro de la categoría de novela cyberpunk. En ella, se visualiza a México en un futuro indeterminado: una sociedad decadente y fanática la cual se encuentra a merced de un gobierno brutal y corrupto que, sin advertirlo, sirve a los intereses de una malévola corporación llamada Chrysler. Esta compañía posee una misteriosa tecnología que le permite disociar las almas de los cuerpos de las personas y usarlas a conveniencia para secretos y oscuros fines. A través de una trama noir detectivesca, cargada de acción y brutalidad, viajes astrales, potentes drogas sintéticas, sórdidos y perversos personajes con implantes cibernéticos y nanotecnológicos, una suerte de sexualidad gore-new age, mezclada con chamanismo y elementos del imaginario mapuche y chilote, Ygdrasil nos inserta en un mundo que Miquel Barceló, editor de la colección NOVA de ciencia ficción de Ediciones B (sello donde apareció en 2007 la edición española de la novela), describe como “ciberchamanismo”. La publicación de esta novela detonará la carrera de Baradit como escritor de ciencia ficción y lo convertirá rápidamente en uno de sus más importantes representantes chilenos, como recuerda Araya Miranda:

[…] en el 2006 gana en España el premio UPC, de la Universidad de Catalunya, uno de los premios más importantes de la CF en español, con su novela Trinidad. En junio de 2007 publica Ygdrasil en España […] permitiéndole a Baradit considerársele como uno de los autores de género más relevante en la historia de la Ciencia Ficción chilena. Más tarde en el año 2008, la antología UPC encabezada por Trinidad gana el Premio Ignotus, mientras que en noviembre del mismo año publica su tercera novela, Synco, una ucronía acerca del golpe militar en el Chile de 1973. […] En Octubre de 2009, publica la novela Kalfukura, mito relato que mezcla la fantasía y las leyendas mitológicas chilenas con Steampunk y esotería pseudocientífica. (s.p.).

Jorge Baradit. Fuente: Wikisource.

La protagonista de Ygdrasil es Marina, una asesina adicta a una droga sintética llamada “maíz”, cuyo cuerpo será cibernéticamente modificado mediante implantes nanotecnológicos que le permitirán conectarse a redes informáticas y robar datos de diversas instituciones. De inmediato, Mariana nos recuerda a la mayor Motoko Kusanagi de la serie de manga y anime, Ghost in the Shell, creada por Masamune Shirow. Conforme se desarrolla la novela, pueden ser trazados algunos paralelismos con otros personajes femeninos, como Sarah Connor, de la franquicia Terminator; Molly Millions, del Neuromancer; e, incluso, con la teniente Ellen Ripley, de la franquicia Alien. En cuanto a la figura del hacker informático pueden trazare vínculos, por ejemplo, entre Mariana y Neo, de la franquicia Matrix, o con el propio Henry Case de Gibson. A través de misiones suicidas, chantajes y misterios tecnológicos, que poco a poco serán revelados, Mariana nos conducirá al origen y propósito del proyecto Ygdrasil, una suerte de red biológico-cibernética que necesita de almas humanas para convertir a la Tierra en un gran ordenador, una especie de anima mundi de la cual todas las almas del planeta participan y en la cual se fusionan.

Este elemento es, a mi parecer, el más perturbador e interesante de la propuesta de Baradit, pues está en estrecha relación con las representaciones del poder presentes en el desarrollo de la ciencia ficción, las cuales delineé al comienzo: el Estado totalitario mundial, la corporación globalizadora y, ahora, la red mundial cibernética que no necesita de mecanismos de control, pues ha suprimido todo forma de individualidad y resistencia. El proyecto Ygdrasil, tal como ha sido concebido por Baradit, hace patente una de las grandes preocupaciones éticas la ciencia ficción cyberpunk y pone de manifiesto la consecuencia última del Internet y la interconexión: la disolución del individuo y, por tanto, de la identidad, en el momento en que la sociedad deviene un amasijo homogéneo donde las consciencias particulares son indiscernibles.

Este asunto no es nuevo en el género y quizá las más importantes referencias de Baradit sean los mangas y animes japoneses Akira y Neon Genesis Evangelion. Al final de Akira, los poderes telekinéticos del adolescente Tetsuo se desbordan y, de tan ilimitados, comienzan a expenderse en una suerte de materia orgánica-cibernética que amenaza con abarcarlo todo y destruir por completo a la humanidad. Por su parte, en Neon Genesis Evangelion, el Eva 01, piloteado por el adolescente Shinji, se convierte en una especie de médium con la capacidad de culminar el Proyecto de Complementación Humana. Este proyecto, similar a la postulación ética de Akira, pretende forzar la evolución humana fusionando las consciencias (y las almas) individuales en un solo ente metafísico que lo abarca todo. No he pretendido aquí desentrañar el complejísimo significado y las múltiples lecturas de estas obras, sino dilucidar los vasos comunicantes y las referencias con las que dialoga Baradit. No olvidemos que, en la mitología nórdica, el Yggdrasil es el árbol de la vida que comunica y unifica los reinos y universos que conformaban el imaginario religioso vikingo, aquellos que Odín tuvo que recorrer para conocer el secreto de las runas.

En última instancia, la teoría de la unicidad del universo y de un anima mundi unitaria que pone en movimiento a todos los seres, puede rastrearse en diferentes discursos filosóficos y mitológicos, desde el Timeo de Platón, la filosofía estoica, el dios uno de Spinoza, la monadología de Leibniz, la Hipótesis Gaia de Lovelock y, como propone Baradit, en la mitología chilota y la religión mapuche. En Ygdrasil, la estética del manga y el anime japonés, las referencias al cristianismo, la mitología nórdica o el pensamiento occidental, conviven con el chamanismo mapuche, la teoría de chakras, una desconcertante sexualidad y referencias a la historia latinoamericana. Esto es patente a lo largo de la narración, por ejemplo, donde se lee:

En 1971, un equipo del área esotérica del Ministerio del Interior del gobierno de Salvador Allende descubre que se está construyendo una runa en cobre, de doce kilómetros de diámetro, en un área boscosa del sur de Chile. Esta esvástica levógira sería el primer electrodo de un circuito impreso planetario; un nuevo intento, luego de milenios, de estimular los chakras del mundo con acupuntura geodésica para fines desconocidos. Una tosca inscripción hecha con un clavo rezaba: “Esta es la semilla del Ygdrasil”. Allende confisca el cobre y exige explicaciones. Es borrado del mapa, el orden se restablece y los trabajos continúan. (198).

Si los autores norteamericanos especulan sobre la posibilidad de que las máquinas adquieran consciencia, aniquilen a la mitad humanidad y se libren batallas futuristas en los remanentes de ciudades como Nueva York o Los Ángeles; si los japoneses especulan con un estado de evolución humana potenciado por la tecnología que desencadenará la destrucción de Tokyo; ¿por qué no habremos de especular con chamanes que orbitan la Tierra y acupuntura geodésica en el sur de Chile? Esto es lo que habilita la narración de Baradit, donde vemos implicada a la geografía latinoamericana:

El Ygdrasil es una estructura desaforada y monstruosa que nace desde el suelo marino del océano Atlántico […] La resistencia que regula la energía-información que se desplaza desde la parte sumergida a la parte superficial es la catedral de Cuzco […] Un chamán se desplaza en órbita geoestacionaria sobre el desierto de Atacama. Es tan perfecto que ha reemplazado sus funciones biológicas por los cantos y oraciones que lo sostienen. (201-38).

El gran mérito de Ygdrasil de Baradit es, quizá, su mayor debilidad: tanto en la trama como en los temas, la ambición por conjuntar tantos y tan variados elementos provoca confusión y dispersión. Ygdrasil confecciona un delirante pastiche futurista que incorpora y asimila cinematografía, anime, literatura, religiosidad, mitología, biotecnología, redes informáticas, realidad virtual, viajes astrales, chamanismo, drogas sintéticas, tortura y perturbadoras prácticas sexuales. El autor nos ofrece todos estos elementos bajo el formato de novela detectivesca de ciencia ficción, con largas secuencias de acción narrativa. Los cabos son tantos que es inevitable que varios queden sueltos; debido a ello, el argumento de la novela algunas veces divaga y, para poder ser efectivo, el autor debe poner en boca de sus personajes explícitas aclaraciones y justificaciones. Sin embargo, Baradit ha asimilado un conjunto de referencias culturales tan variadas y, a la vez, definitorias de una generación de amantes de la ciencia ficción en Latinoamérica que, inevitablemente, genera y potencia una multiplicidad de lecturas. Una aguda lectura es la de Juan Ignacio Muñoz Zapata, quien ve en las prácticas de coerción y tortura de la novela una metáfora del trauma social que la dictadura militar implantó en la sociedad chilena. A partir de los derroteros abiertos por El Manifiesto Cyborg (1983) de Donna Haraway, Macarena Areco ve en la fragmentariedad de los sujetos y personajes de la novela de Baradit una denuncia con tintes apocalípticos de los discursos alienantes de la globalización.

Tras un largo tiempo despreciada en Latinoamérica, entre otros motivos por sus referencias y su anclaje en la cultura popular, la literatura que podemos tildar como cyberpunk no ha tenido la atención que merece por parte de la crítica. Sin embargo, como atestiguan recientes publicaciones en revistas, suplementos y sitios de internet, existe un creciente interés en el estudio y revalorización de la literatura cyberpunk latinoamericana.1 Considerando la situación política, económica y social por la que atraviesan nuestros países, así como la geopolítica de la región, el estudio de la literatura de ciencia ficción cyberpunk podría brindarnos posibilidades de especulación crítica sobre nuestro futuro y actualidad. Literaturas que desmenucen los derroteros del poder y la tecnología en Latinoamérica parecen más necesarias que nunca.

 

 

Obra citada:

-Araya Miranda, Jaime. “Ygdrasil, una novela cyberpunk chilena”. Puerta de Escape. 2011. Recuperado el 27 de octubre de 2019 de: http://www.puerto-de-escape.cl/2011/ygdrasil-una-novela-cyberpunk-chilena/#_ftn3

-Areco, Macarena. “Más allá del sujeto fragmentado: las desventuras de la identidad en Ygdrasil de Jorge Baradit”. Revista Iberoamericana, 76 (232), Julio-Diciembre 2010, pp. 839-853.

-Baradit, Jorge. Ygdrasil. Chile: Ediciones B, 2005.

-Bell, David, Loader, Brian D., et al. Cyberculture. The Key Concepts. New York: Routledge, 2004.

– Brin, David. The Transparent Society: Will Technology Force Us To Choose Between Privacy And Freedom? New York: Basic Books, 1998.

-Haraway, Donna. Simians, Cyborgs, and Women: The Reinvention of Nature. London: Free Association, 1991.

-Huxley, Aldous. Un Mundo Feliz. Barcelona: Plaza & Janés, 1969.

-Muñoz Zapata, Juan Ignacio. “Jorge Baradit’s Ygdrasil: Simulacra and Virtual Trauma in Chilean Cyberpunk”. Recuperado el 27 de octubre de 2019 de: https://www.academia.edu/36081529/Simulacra_and_Virtual_Trauma_in_Chilean_Cyberpunk

-Nitschack, Horst. “Antropofagia cultural y tecnología”. UNIVERSUM, 31(2), 2016, pp. 157-171.

-Sterling, Bruce. Preface. Burning Chrome, by William Gibson. HarperCollins, 1986.

Acerca del autor

Oscar Zapata

Editor y traductor. Egresado de la Maestría bilingüe en Creación Literaria de la Universidad de Texas en El Paso (UTEP) y de la Licenciatura en Filosofía de la UNAM. Ha coordinado y colaborado en proyectos editoriales como…

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Notas al pie:

  1. Una lectura obligada sobre el panorama del género en Latinoamérica es el ensayo de Marcelo Novoa “Dejando atrás las ruinas de lo real: Tras las huellas digitales del cyberpunk latinoamericano”. Novoa además dirige la web chilena de ciencia ficción y fantasía www.puerto-de-escape.cl

    El artículo está disponible en: http://www.latinamericanliteraturetoday.org/es/2018/febrero/dejando-atrás-las-ruinas-de-lo-real-tras-las-huellas-digitales-del-cyberpunk ).