Por ello, la identidad se expresará como un proceso de transtextualidad y transexualidad, donde lo que desconcierta es la paradoja mencionada por Mitchell. Se trata de una serie de aporías que van desde la reconciliación de los géneros sexuales (resulta útil la diferenciación en lengua inglesa: gender) opuestos en un mismo cuerpo hasta el encuentro de lo vivo y lo muerto en un instante de indeterminación liminal entre ambos fenómenos biológicos. Como el mismo Roland Barthes advierte en La cámara lúcida:
La inmovilidad de la Foto es como el resultado de una confusión perversa entre dos conceptos: lo Real y lo Viviente: atestiguando que el objeto ha sido real, la Foto induce subrepticiamente a creer que es viviente, a causa de ese señuelo que nos hace atribuir a lo real un valor absolutamente superior, eterno; pero deportando ese valor hacia el pasado (“esto ha sido”), la Foto sugiere que éste está ya muerto (2006: 124).
Esta crisis entre lo real y lo viviente, ente lo presente y lo pasado y por ello entre la vida y la muerte, es lo que Witkin pone en juego en sus imágenes. La indagación ontológica vincula el cuerpo como lenguaje e identidad. Ya Goldsmith advertía el sentido ontológico del apropiacionismo al afirmar que:
I don´t think that there´s a stable or essential “me”. I am an amalgamation of many things […] Transgendered persons are trying to become the people who they are, not the ones they were born as […] I don´t think that I can possibly define what´s mine and what isn’t (83-84).
El cuerpo individual es una colectividad de identidades, pero también ese espacio de indeterminación, ese guiño estático que nos hace ver la imagen de la muerte fotografiada como ese estatismo habitual de la fotografía. Se trata, siguiendo aún a Barthes, de “la imagen viviente de la cosa muerta” (2006: 123). La estética de Witkin nos confronta a revalorar los elementos: vida y muerte, identidad individual y colectiva, género sexual como identidad definida. Este es el uso del lenguaje (del cuerpo como corpus textual) que Goldsmith evocaba al criticar a otro autor, quien ejecutaba lo opuesto: “[he] uses language to describe the body instead of using the body itself” (79). Esto es lo que en las fotografías del estadounidense atrae (o repele), este es el elemento que construye o provoca lo que Barthes llama el punctum, eso que fascina, lo que no se puede racionalizar.
De esta manera, podemos observar cómo desde dos disciplinas distintas, desde dos estéticas, el empleo del apropiacionismo permite el ejercicio de lo ensayístico como forma, del collage y de la composición como montaje. Se trata de ensayar y apropiar, y eso implica la ejecución de la mencionada crítica aguda y desestabilizadora de los principios con que se construye lo que se dice. Las obras de Blanco y Witkin adquieren ese rasgo de herejía, pero también de aporía. Son, en suma, dos estéticas que confrontan no sólo los principios del arte sino también al receptor, a pensar de una nueva vez la identidad y el mundo. Este es el alcance de dos géneros que suelen ser relegados, el ensayo y el collage, que aquí reivindican su capacidad transgresora y su fortaleza artística y crítica.
Obras citadas
Adorno, Theodor W. (1962). “El ensayo como forma” en Notas de literatura. Barcelona: Ariel.
Barthes, Roland (1989). La cámara lúcida. Barcelona: Paidós.
Blanco, Alberto (1987). Un año de bondad. México: SEP-CREA.
Eco, Umberto (1995). “Estructura del mal gusto”, en Apocalípticos e integrados. Barcelona: Lumen.
Fernández Mallo, Agustín (2009). Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma. Barcelona: Anagrama.
Goldsmisth, Kennet (2011). Uncreative Writing: Managing Language in the Digital Age. New York: Columbia University Press.
Kibédi Varga, A. (2000). “Criterios para describir las relaciones entre palabra e imagen” en Antonio Monegal (comp.) Literatura y pintura. Madrid: Arco/Libros.
Lethem, Jonathan (2008). Contra la originalidad o El éxtasis de las influencias. México: Tumbona.
Mitchell, W. J. T. (2009). Teoría de la imagen. Ensayos sobre representación verbal y visual. Madrid: Akal.