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Ficción y realidad de los circuitos literarios: Biblioteca mínima de Alejandro Arteaga

Alejandro Arteaga. Biblioteca mínima. México: INBAL- Instituto Sonorense de Cultura – Rythm & Books, 2019, 80p.

 

Robert Darnton, en su artículo “¿Qué es la historia del libro?”, propone un circuito de comunicación y repasa cada uno de sus elementos: autores, editores, impresores, expedidores, libreros y lectores. Además de las personas implicadas en la consolidación de una obra, Darnton también menciona, como parte del circuito, a las bibliotecas, la publicidad, las sanciones políticas y legales, la coyuntura económica y social; de manera que cada aspecto forma parte de un conjunto y es de utilidad para el estudio de textos literarios junto con su contexto.1

La obra que se revisa a continuación resalta por estar inscrita en ese circuito como cualquier otra, pero además por tematizar el campo literario dentro de su propia ficción: los textos breves que la componen son contraportadas o cuartas de forros ficcionales que inventan nuevos libros acompañados de sus portadas ficticias, donde es visible el diseño de editoriales conocidas para construir la idea de una biblioteca. Por lo tanto, en primer lugar se hablará de la ficcionalización de los circuitos de comunicación en el mundo de la literatura, es decir, la modelización artística de los recintos literarios en el contexto de la publicación y, en segundo lugar, de las huellas editoriales que encaminaron al libro para su conformación.

I

El libro Biblioteca mínima de Alejandro Arteaga se publicó en el 2019 por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), el Instituto Sonorense de Cultura y Rythm & Books. Fue acreedor al Premio Bellas Artes de Minificción Edmundo Valadés, certamen que se realizó el año pasado por vez primera. Biblioteca mínima se compone de relatos cortos que juegan a ser contraportadas de 33 libros ficticios. Para esto se utilizan imágenes de portadas, esenciales para ilustrar la idea de los “umbrales” del libro: aquello que enmarca el objeto literario.

En la solapa de la obra que aquí se reseña hay una aclaración sobre las 33 imágenes: “la composición gráfica de todas ellas, proviene de la iniciativa creativa del autor, y son un homenaje a la tradición literaria de las distintas casas editoriales que integran este acervo bibliográfico”. Como consecuencia, los lectores podemos apreciar portadas de supuestos libros con el mismo diseño editorial de esas casas, elementos tipográficos y los datos indispensables: título, autor y nombre de la editorial. Las ediciones que se “citan” y reinventan son mexicanas y extranjeras con su diseño original; así aparecen, tanto en nombre como en ilustración, Alfaguara, Anagrama, Seix Barral, Tusquets, Joaquín Mortiz, Fondo de Cultura Económica, Siglo Veintiuno, Sur, RBA, Siruela, entre otras.

El primer texto del volumen, es decir, la primera sinopsis, pertenece a un libro homónimo al que los lectores tenemos en nuestras manos, Biblioteca mínima, pero en esta ocasión se le adjudica su autoría a John Bernard Sick, de la editorial Universale Economica Feltrinelli; la contraportada de éste es la misma de la obra ganadora del concurso Edmundo Valadés. La duplicación de los títulos y de los textos manifiesta una postura contundente por medio de una cita apócrifa del “médico” Arthur Conan Doyle: “todo escritor que se precie habrá de elaborar para sí mismo una biblioteca imaginaria a la que recurra cuando le plazca, una biblioteca personal de los libros que habrá querido escribir pero, sobre todo, de los libros que habría deseado leer y aún no se escriben o quizá no se escribirán nunca” (8). Sentencia de la que se desprende un objetivo y justificación de los mismos relatos y sus ilustraciones.

 

Imagen del interior del libro

Ahora bien, cuando el paratexto pone en duda la veracidad del objeto que enmarca, como ocurre en este título homónimo y su resumen, se vuelve cómplice del apócrifo. El paratexto es definido por Gérard Genette, en su libro Umbrales, como “el acompañamiento de un cierto número de producciones, verbales o no, como el nombre del autor, un título, un prefacio, ilustraciones, que no sabemos ni debemos considerarlas o no como pertenecientes al texto, pero que en todo caso lo rodean y lo prolongan precisamente por presentarlo” (7). El paratexto por tanto, da presencia al texto bajo la forma de un libro.

Los paratextos conforman una materialización gráfica pues requieren un campo espacial; Genette los explica a través de la sumatoria: “paratexto = peritexto + epitexto”. El primer aspecto de la fórmula se refiere a los componentes que están alrededor del texto, en el espacio del volumen y, con el segundo, a los que están en el exterior del libro, generalmente con un soporte mediático, como las entrevistas, correspondencias o diarios íntimos. Otro rasgo derivado del mismo paratexto es el heterónimo: el apócrifo del yo o el nombre falso, el cual provoca una relación architextual entre el nombre anunciado como real y su misma fractura. En el caso de Biblioteca mínima, la repetición no se observa en el nombre de los autores, pero sí del título y resumen del libro.

Los textos apócrifos conservan una tradición que se remonta a tiempos antiguos, dentro del mundo de la ficción son notables las alusiones apócrifas en relación al Quijote. En la literatura, el carácter apócrifo rompe los pactos de veracidad para retar los límites de la ficción. Como señala José María Merino respecto a este fenómeno: “el intento de invadir la realidad desde la ficción se hace aquí de forma opuesta, invadiendo la ficción desde la realidad” (86). En la obra ganadora al Premio Edmundo Valadés, la ficción se invade con el uso de los paratextos, como las ilustraciones, los títulos y conformación de los nombres.

Además de una biblioteca, el libro de Arteaga no deja de recordar los catálogos editoriales muy poco estudiados como resultado del campo literario, pero que en conjunto dejan ver ciertas poéticas de la casa editora. Los catálogos de libros inexistentes es “un género cómico, que se originó con la novela de François Rabelais, tuvo una gran difusión internacional desde el siglo XVI. Escritores conocidos como Johann Fischart, John Donne, Thomas Browne, Leibniz y Multatuli se han aventurado en el género.” (“Tarde de estudio”). En el caso de Biblioteca mínima, con la inclusión de distintas editoriales, reluce una poética sobre los lugares comunes de la canonización literaria y, por lo tanto, de lo que conforma una biblioteca, pues es en lo común donde podemos darnos cuenta de las repeticiones. Con base en lo frecuente y habitual, el autor construye los circuitos de comunicación literaria que representan cierta época.

Imagen del interior del libro
Imagen del interior del libro

En cuanto a los géneros literarios, la novela es mayoría en la Biblioteca mínima. La justificación se encuentra en que el género extenso va dirigido a un público más amplio, lo que da verosimilitud a la composición del catálogo de Arteaga. Además, la novela es el género más comercial y por ende el más rentable para las editoriales, pues se publica el libro que garantice ingresos. Por lo que la predilección por el género de la novela es coherente con el homenaje editorial anunciado desde un inicio. En el Diccionario de Estudios Culturales se dice que el canon “remite a un espacio que institucionaliza, o bien, a una lista que conglomera para intentar fijar ciertas normas o valores en un campo cultural” (50). La Biblioteca de Alejandro Arteaga precisamente conglomera al género canónico y hace uso de los elementos reconocibles y reiterativos de una posible biblioteca personal, de tal manera que los lectores podemos identificar (nos) nuestros objetos bibliográficos, no en títulos homónimos, pero sí en gustos de tipos editoriales. La ausencia del género de la minificción en la Biblioteca va de la mano con la falta de editoriales que apuesten por su publicación y coincide con que el 2019 sea el primer año que el INBAL dedique un premio a esta forma de escritura.

El homenaje editorial, como se nombra en la solapa de la obra, se conforma de un pastiche donde la base tipográfica debe ser un elemento en común entre la obra y el lector y por tanto una copia. Pero la conformación de los textos también se basa en los discursos habituales de resumen o introducción que manifiestan las contraportadas para invitar al lector a la compra del mismo y a la vez enaltecer el contenido. Sin embargo, la idea de copia o lugar común no debe ser entendida de manera negativa, sino lúdica: un juego con los elementos establecidos que generan un puente con el lector. En consecuencia, aquello que se retoma de los circuitos de comunicación ha de sufrir un desvío, donde el autor, Alejandro Arteaga, crea su propia Biblioteca. El giro que les da a las portadas y respectivos resúmenes son homenaje, pero sin dejar de asentar una postura crítica que estudia con detenimiento los paratextos editoriales.

II

Para seguir el trazo o circuito de un libro se requiere tomar en cuenta el concepto de “enunciación editorial” propuesto por Emmanuel Souchier y retomado, entre otros, por Anne Cayuela; ella lo explica como un texto segundo, es decir, la materialidad del soporte y de la escritura, la organización del texto y todo lo que constituye su existencia material. En este sentido, “la función del texto segundo consiste en dar a conocer el texto primero”. Por lo tanto, para trazar una trayectoria, se deben seguir las huellas de quienes participan en el transcurso de la conformación del libro. Las decisiones editoriales, como reediciones, compilaciones, premios o estudios preliminares influyen en el desarrollo del objeto literario. Cayuela menciona que “cuantos intervienen en el proceso de elaboración, producción, circulación, recepción del texto, contribuyen a la pluralidad enunciativa que abarca la enunciación editorial” (78). En este sentido y sobre todo porque Biblioteca mínima es ganador de un certamen, conviene preguntarse cómo son las huellas de un concurso literario.

Los concursos literarios están vigentes desde la antigüedad, a veces estaban a cargo de los mecenas que apoyaban a algún artista. Más adelante, en la época colonial se realizaban certámenes en el marco de fiestas religiosas. En un contexto de celebración y representatividad, los concursos presuponen dar a conocer el epítome de la literatura del momento. Bajo esta premisa, el estudio de los galardones puede dar a conocer obras de calidad, pero también la poética que se tiene en el momento del concurso, es decir, los criterios literarios que permean las perspectivas de apreciación, y teóricamente celebran aquello que represente determinada época y espacio.

En México la tradición de los concursos, en específico de cuento, tiene ya un amplio recorrido. Un antecedente de gran prestigio y trayectoria en la historia de los concursos de cuento es el que fuera convocado por la revista El cuento. Revista de imaginación a cargo de Edmundo Valadés. La publicación apareció por primera vez en 1939 con cinco entregas en su primera época, y una segunda en 1964. El certamen llevaba por título “Concurso de cuento brevísimo” y fue gracias a sus convocatorias que aparece por primera vez el concepto de minificción.

Actualmente, la principal instancia que realiza concursos de cuento en México es el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura que pertenece a la Secretaría de Cultura. El INBAL en coordinación con otros estados del país convocan los certámenes. En muchos casos el título de la convocatoria es el nombre de algún autor nacido en esa zona, como es el caso de los concursos: Amparo Dávila, Juan de la Cabada, Gilberto Owen, José Revueltas, María Luisa Ocampo, Julio Torri, Beatriz Espejo, Agustín Yáñez, Nellie Campobello, por mencionar únicamente los de narrativa. El certamen “Edmundo Valadés”, en el que participó el libro de Alejandro Arteaga, lleva el nombre de un escritor canónico en el rubro de la minificción, así como los otros títulos dan muestra de la representatividad en la narrativa.

El estudio de los concursos de cuento y su funcionamiento es de utilidad para explicar fenómenos literarios. En 1957 la fundación William Faulkner patrocinó un premio de novela que ganó el chileno José Donoso con su obra Coronación; “con este premio, por primera vez se reconoce la existencia de la nueva novela en Hispanoamérica” (Guerra 36). Asimismo, es posible estudiar, por ejemplo, cómo los premios convocados por la editorial Seix Barral influyeron en el Boom latinoamericano, pues después de ser otorgados a autores catalanes, es en 1962 cuando se le entrega a Mario Vargas Llosa y en 1967 a Carlos Fuentes.

El concurso de Minificción Edmundo Valadés, otorgado por el INBAL, se convoca por primera vez el año pasado; en comparación con otros certámenes dedicados a un género literario (como novela o poesía), el de minificción se tardó en aparecer. Las razones están relacionadas con el tiempo que ha tardado la canonización del género, pues para esto ha tenido que pasar un proceso de solidificación: diez congresos internacionales, estudios académicos al respecto y casas editoras (pocas e independientes) que han apostado por la publicación de esta forma literaria. Además de los propios procesos en las instancias culturales que, así como crean certámenes, también los desaparecen en función de su demanda.

Fotografía cortesía del autor

III

Para concluir, es importante señalar que los circuitos de comunicación literaria, desde las huellas que conforman la publicación de una obra, hasta la ficcionalización (poco usual) de los mecanismos literarios para comercializar los libros, son muestra de costumbres lectoras; la conformación de una biblioteca, como plantea el libro de Arteaga, depende de hábitos lectores. Pero también los procesos de un concurso literario trabajan a favor de un público mayor y, por tanto,deben atender a la representatividad. La minificción, que hibrida la narrativa con géneros literarios y extraliterarios como las contraportadas, permite la premiación de un libro que utiliza la brevedad como pivote para resumir y por lo tanto para construir esta forma paratextual.

Hasta ahora, no se le ha dado su lugar a las contraportadas como un género literario que utiliza mecanismos similares: la sinopsis y la invitación, sutil u obvia, para el lector; pero con el libro de Arteaga es posible encontrarlas como ejercicios de concisión, al tiempo que homenajean los criterios editoriales tradicionales. Este libro es un péndulo que presenta elementos tipográficos para ir de lo concreto a lo apócrifo y de regreso, por medio de un género meramente lúdico como la minificción, que exige la participación del lector para reconocer los elementos extratextuales y la crítica directa a los paratextos que acompañan una biblioteca mínima.

 

Bibliografía

Cayuela, Anne. “Análisis de la enunciación editorial en algunas colecciones de novelas cortas del siglo XVII”. Ficciones en la ficción. Poéticas de la narración inserta (siglos XV- XVII). Ed. Valentín. Barcelona: Universidad Autónoma de Barcelona, 2013: 77-98.

___. Diccionario de Estudios Culturales Latinoamericanos. Coord. Mónica Szurmuk y Robert Mckee. México: Siglo XXI – Instituto Mora, 2009.

Genette, Gérard. Umbrales. México: Siglo XXI, 2001.

Guerra González, Jenny. Hacia un nuevo fenómeno de masificación en la narrativa latinoamericana: producción, circulación y consumo. Tesis maestría. México: UNAM, 2009.

Merino, José María. “Los límites de la ficción”. Revista Anthropos, 208 (2005): 82-91.

___. “Tarde de estudio y presentación del libro Bibliotecas imaginarias”: http://www.romanisten.nl/?p=1710. Consultado por última vez el 16 de enero 2020.

Acerca de la autora

Laura Elisa Vizcaíno Mosqueda

Doctora y maestra en Letras por la UNAM. Realizó la licenciatura en Literatura Latinoamericana en la Universidad Iberoamericana y estancias de investigación en la Universidad de Buenos Aires y en la Autónoma de Barcelona…

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Notas al pie:

  1. Robert Darnton, “¿Qué es la historia del libro?”, Prismas. Revista de historia intelectual 12 (2008): 135-155. Trad. Horacio Pons.