Boxeador, Arrobabooks, Grupo Planeta Spain, 2015.

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La ausencia de sí mismo y el encuentro con el otro: de la mirada, la sombra, el sueño y el espejo en el cuento “Boxeador”, de Carlos Wynter

 

Wynter, Carlos. Boxeador. España: Arrobabooks, Grupo Planeta, 2015.

Espejos de metal, enmascarado
espejo de caoba que en la bruma
de su rojo crepúsculo disfuma
ese rostro que mira y es mirado,

Infinitos los veo, elementales
ejecutores de un antiguo pacto,
multiplicar el mundo como el acto
generativo, insomnes y fatales.

Jorge Luis Borges, «Los espejos»

I

La ausencia es uno de los elementos clave para hablar del desdoblamiento de “La Sombra” Martínez, el personaje protagonista del cuento por analizar en las siguientes líneas. Sucede que, a través de ese espacio vacío donde la palabra se esfuma y el sonido calla, lo inesperado y lo indeterminado pueden ocurrir infinitamente. Así que el carácter-estado ausente del pugilista derivará en la búsqueda de sí mismo o en el encuentro con el otro: el autoconocimiento o el desdoblamiento.

En el cuento “Boxeador” (2007),1 del escritor panameño Carlos Wynter (1971), se narra lo previo y lo posterior a la pelea entre “La Sombra” Martínez y Orlando “El Nica” Mojica, centrándose en la personalidad del primer boxeador, cuyo personaje, además, se debate en una batalla interna por descubrir qué o quién causa su permanente desasosiego.

Es, pues, el talante ausente ante las demás personas uno de los rasgos primordiales de “La Sombra” Martínez; así al menos lo caracteriza la voz narrativa: “No sabemos si Martínez es mala persona. Tampoco podríamos decir que es un alma de Dios. Ausente, si alguna palabra lo define es esa: ausente”.2 Esta privación de expresiones, de conjeturas, de sentimientos o de reflexiones, como si el sujeto no existiera por sí mismo o, mejor dicho, como si no fuera un sujeto, implica un vacío orgánico, intelectivo, sensitivo y emotivo en el pugilista. Es en este lugar deshabitado donde lo bueno o malo se difumina. Ahí no hay nociones dicotómicas ni “medias tintas”. Lo anímico es confuso y el gesto es ambiguo. De ahí que la voz narrativa nos afirme: “les diré que Martínez es sencillamente un libro en blanco” (p. 387).

Un libro en blanco es el ejemplo de la nada contenida en un objeto. Una nada que no empieza ni termina, carente de expresiones o significados, pero que es latente. La página en blanco contiene todo y nada en la espera eterna. Así es el perfil de Martínez: su ser ha sido vaciado de significaciones y emociones, tanto que es “incapaz de odiar a alguien” (p. 387), se nos dice. Es un libro en blanco que espera significar: “nadie sabe al instante siguiente qué aparecerá en sus páginas” (p. 387).

En “El significado de la ‘ausencia’” (1997), Consuelo Hernández3 identifica algunos rasgos fundamentales del concepto, así como las significaciones que éste implica. Entre estos, la autora destaca el silencio, lo inefable, la inexpresividad facial, la oscuridad y la muerte; ellos como carencia de (oposición a) ruido, de lo que se puede verbalizar, de la expresividad, de la luz y de la vida. Estos elementos nos ayudarán para distinguir, en primer lugar, las significaciones de dicho concepto y, en un segundo momento, definir el carácter y perfil de “La Sombra” Martínez.

El silencio. Martínez se nos presenta como un sujeto ajeno al público. Su ensimismamiento, enfatizado por su reducida comunicación con los medios periodísticos y con el público en general, nos habla de ese sujeto ausente empecinado en descubrir, tal vez, su interioridad o, al menos, en comprender el desenvolvimiento de sus miedos y temores. Este silencio es más significativo cuando comparamos a Martínez con su oponente “El Nica” Mojica, siendo el segundo un “tipo bocón. Era de esos que repiten una y otra vez que nadie les dura más de un asalto y que el contendiente acabará hecho papilla. Martínez permaneció tranquilo ante sus bravuconadas.” (p. 389) En efecto, lejos de responder con la misma actitud y arremeter con duros mensajes contra Mojica, Martínez se empecinó en su entrenamiento en sigilo.

Lo inefable. En estrecha relación con el silencio, este elemento de la ausencia implica rozar con terrenos de lo misterioso por su naturaleza inaprehensible, diría el mexicano Efrén Hernández (narrador que hizo del silencio una insignia estilística). En el caso de “Boxeador”, lo inefable ocurre –de manera sutil– en el momento en que Martínez jamás describe al sujeto que lo golpea en sus pesadillas, al tipo de las sombras o al que aparece en el espejo. Es cierto que sabremos, al final del cuento, quién es el que aparecerá en el espejo, pero la violencia ejercida por ese ente, así como su descripción, no la sabremos nunca porque existe esa incapacidad para nombrar dichos eventos o rasgos de dicha figura.

La inexpresividad facial. Este elemento de las ‘ausencias que significan’ se caracteriza por la “‘dureza de las facciones’ de algunos rostros, facciones rígidas, sin apenas movimiento, frente al expresivo lenguaje gestual (sonrisa, arqueo de cejas, muecas)”.4 En el caso de “La Sombra” Martínez, su falta de expresividad facial nos da indicios para pensar en un sujeto ensimismado que evita comunicar algo más allá que no sea su boxeo. No muestra ningún interés en exteriorizar ideas, sentimientos o palabras, ni siquiera ademanes o gestos que indiquen su personalidad.5 Incluso, la falta de expresividad crea la idea de que el pugilista es “tonto”. Sin embargo, tal elemento impregna en la figura del boxeador un matiz más de misterio que de cualquier otra cosa.

La oscuridad. Este asunto (uno de los más desarrollados en la literatura) es importante dentro del cuento. A través de ella interpretaremos las sombras, los sueños y pesadillas. Es el espacio predilecto para el misterio, lo sobrenatural, lo desconocido, lo siniestro ferudiano y la muerte. En el cuento de Wynter, la oscuridad sirve de apoyo para el desarrollo de lo siniestro en el desdoblamiento de “La Sombra” Martínez. En la oscuridad, el color negro adquiere mayor presencia cuando hablamos de las sombras realizadas –acto de vaciar los temores del personaje del cuento– en el juego del sombreo o como apodo del mismo Martínez, “La Sombra”.

 

Carlos Wynter. Fotografia de Pich Urdaneta

II

La sombra

La ausencia de Martínez queda representada, precisamente, en su apodo “La Sombra”. Pudiera ser que el sobrenombre ha sido concedido gracias al talento que el pugilista tiene para el sombreo, pues es tan magnífico que “ha ganado miles de apuestas haciendo figuras en el muro. Es tan natural para él como respirar” (338). Sin embargo, desde la lectura que aquí propongo que es un indicio más para hablar de la ausencia de la persona de apellido Martínez: se difumina su vida, su sentir y su pensamiento, para trasladar al sujeto a un espacio vacío y carente de significaciones, esto en profunda relación con la muerte del sujeto histórico. Bajo este supuesto, todo lo diluido de ese sujeto en particular de carne y hueso se vierte en las sombras que se proyectan en la pared, dando como resultado la inversión presencia-ausencia “que bien podían ser las sombras las que proyectaban a Martínez”. Esta inversión (vaciar al sujeto y verter el contenido en el ente) también ocurre en el sueño y en el espejo. Más adelante veremos cómo sobreviene en el cuento.

La ausencia en “La Sombra” Martínez, además, tiene su origen debido al tormento interno que sufre: los terribles recuerdos de la infancia. Estos le provocan el desasosiego y la inestabilidad emocional:

Cuando tenía como seis años –y eso es algo que no olvidó nunca-, un tipo le robó los chicles que vendía. Le dijo: Pelaíto, yo te voy a comprar todos tus chicles, todos, pero tienes que dármelos y esperar un momentito aquí; yo regresaré con tu plata. El tipo, por supuesto, nunca regresó. Ese día Martínez juró por todos los santos que no volverían a aprovecharse de él. (388)

La condición marginal de un muy joven Martínez le generó un malestar que ya en etapa adulta seguía condicionando su manera de enfrentar la vida. Él evitará a toda costa ser nuevamente humillado; y, es mediante el boxeo que encuentra una manera de defenderse ante los embates de la vida y de las personas. Pero, en su carácter ausente, en esa interioridad, se configura un sujeto que encarna el perfil de un hombre atormentado y propenso a la violencia. En este nuevo ente se vierte todo el vaciado que “La Sombra” Martínez trata de eliminar: la expresividad y la emotividad. En un primer momento, el boxeador no reconoce al ente que le causa el malestar, y en este desconocimiento surge la explosiva violencia que ejerce sobre su contrincante “El Nica” Mojica que, no obstante, aun derrotándolo rápidamente, Martínez no logró encontrar la tranquilidad deseada: “yo pensé que al ganarle iban a parar [las pesadillas]” (390), afirma. Mas no es así.

“La Sombra” Martínez es un sujeto taciturno e introvertido que difumina las líneas de lo consciente y lo inconsciente en su ser. Es un sujeto en conflicto constante, cuya batalla principal radica en su interioridad: es el ente violento interno que, además causarle un desasosiego existencial, lo lleva a través del miedo a empeñarse con suma disciplina en el boxeo, logrando ser excelente en el manejo del sombreo boxístico.

Insisto: en el cuento hay una inversión significativa de las sombras. No es Martínez el creador de las sombras, sino que las sombras son las creadoras del gran pugilista que es. “Alguien dijo una noche, maravillado por la habilidad del boxeador, que bien podrían ser las sombras las que proyectaban a Martínez. Yo lo he observado mucho y por Dios que, a simple vista, eso parece” (389). Esto abona a la lectura, que aquí propongo, sobre la ausencia de la figura de Martínez, al vaciado de su ser para migrar a la sombra.

El reflejo también es inverso. Entonces, ¿quién refleja a quién? En este dualismo, el pugilista es sólo el resultado del juego de las dos figuras: la sombra del infante y la sombra de la pantera. La primera como espacio de confort y seguridad, el deseo de la infancia como felicidad; y, la segunda como la figuración exacta del salvajismo, de la cacería, del cazador que acecha a la víctima: pareciera ser que es la sombra del felino, con las garras en alto, quien agrede al pugilista.

En el aspecto psicológico, la sombra responde a los intereses más oscuros del ser humano:

De acuerdo con la psicología de C. G. Jung la sombra, está constituida por el conjunto de las frustraciones, experiencias vergonzosas, dolorosas, temores, inseguridades, rencor, agresividad que se alojan en lo inconsciente del ser humano formando un complejo, muchas veces, disociado de la consciencia. La sombra contiene todo lo negativo de la personalidad que el yo, que es el centro rector de la parte consciente, no está siempre en condiciones de asumir y que, por lo mismo, puede llegar a frenar la manifestación de nuestra auténtica forma de ser y de sentir.6

La concentración de la negatividad presente en el pugilista, se configura en las sombra y en las pesadillas. Este acto, esa inversión (el traslado de lo negativo), personifica a la sombra como un otro yo de manera más intensa. Diría J. L. Borges de esta inversión: “Vivo, soy una sombra que la Sombra amenaza”. 7 La sombra es, finalmente, la dualidad del sujeto. En el cuento, como ya anteriormente se dijo, el ente surge en las pesadillas, no obstante, éste se corporeiza cabalmente a través de las sombras. Visto de otra manera, la sombra contiene todos los elementos que integran (sensibilidad, emotividad) a Martínez. “La Sombra” ve a “alguien” sin rostro en sus sueños, pero es en sus sombras donde se corporeiza en mayor grado. Sin embargo, aún se desconoce su identidad: ¿cómo saber quién es?

Del tránsito de la ausencia (vaciado del contenido) a la figuración (vertido del contenido) da paso al surgimiento del Otro y/o al reconocimiento de sí mismo en el Otro. Esto lo podremos ver en dos motivos: en el sueño y en el espejo.

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III

El sueño

En el cuento, el sueño cumple la función premonitoria de la presencia del Otro: en las pesadillas de “La Sombra” se releva el otro yo. Sin embargo, el misterio que encierra a esta figura no puede ser revelado: “Varias veces soñó lo mismo: se miraba en un espejo y del azogue oscuro brotaba un rostro que no alcanzaba a definirse y salía un puño y otro y Martínez no sabía ni de dónde le venían los puñetes” (Wynter: 388, las cursivas son mías). La agresividad de dicha figura es una declarada irrupción por manifestarte como “alguien” que reclama: “Mientras lo apaleaban, una voz decía: Ya estás viejo, boxeador, ya estás muy viejo, te has vuelto débil” (388).

Esta vociferación onírica, sumamente enérgica, arremete en contra del pugilista para advertirle sobre su condición física y edad mayor previa a la pelea. Algo que “La Sombra” siempre negó, según afirma la voz narrativa. Sin embargo, es en sus pesadillas donde lo terrible, lo deforme y lo extraño pueden ocurrir sin algún tipo de censura. Ramona Lagos expone que “lo onírico cumple una función dinámica desplazadora de lo consciente, creando formas mixtas, realidades monstruosas. […] capturando lo visible, lo patente logra, en una especie de «furor simétrico» incorporar la zona oculta, lo censurable, lo imprevisible.”8

En efecto, el sueño trae consigo situaciones o realidades siniestras exacerbadas por el inconsciente. En lo onírico del cuento, las pesadillas generan el espacio para los ataques que “La Sombra” recibe por el sujeto que emerge del fondo de sus sueños. En este espacio las reglas de la lógica se desvanecen y surge la irracionalidad que atenta contra el orden y el recato. Aquí se generan las condiciones adecuadas para el reclamo y surgimiento del Otro. En este cuento lentamente se configura un nuevo sujeto: el no yo o, mejor dicho, el otro yo.

El rostro que no alcanzaba a definirse y que aturde a golpes a Martínez, en este primer momento, es un ejemplo de ese vacío-ausencia que emerge en y da forma a una segunda identidad cargada de aquello que se intenta reprimir, pero que se nutre de lo negado: de la furia, de la indignación y del rencor. El surgimiento de este dualismo pretende buscar la unidad del yo en una síntesis. Es decir, de la duplicidad de voces, del binarismo del humano (bueno-malo, objetivo-subjetivo, por ejemplo), se intenta unificar ambos polos para formar un sólo ser. Louis Stevenson perfila esta idea:

Descubrí la dualidad humana en mí mismo y en la parte moral de mi persona: vi que, si en el campo de mi conciencia se destacaba una forma de mi naturaleza, yo no podía identificarme con ella sino bajo la condición de identificarme a la vez con la otra.9

Es necesario enfatizar que la dualidad latente en el sueño del pugilista, si bien se presenta de manera violenta apelando en primera instancia a una posible dualidad, la separación de los polos en un yo agresivo y un yo pasivo, en el final del cuento, tendrán un giro a la manera que señala Stevenson: la identificación de ambas caras del sujeto en un único ser.

En este escenario angustioso, que incumbe a lo siniestro, el «Señor Hyde» emergente en “La Sombra” Martínez le infundirá el terror necesario para profundizar el ensimismamiento del pugilista en el entrenamiento, disciplina que el objetivo de librarse –una forma de expiación– de los malestares causados por ente onírico. Cabe mencionar que tal figura, además, lo agrede verbalmente con frases como «ya estás viejo». Rasgo físico que Martínez deseará vaciar de su ser para mantenerse activo en la disciplina boxística; luchar contra la vejez para continuar como un ídolo ante sus seguidores: “Quizás ese miedo oculto lo llevó a esforzarse extraordinariamente. Él nunca aceptó que estaba viejo. Para él, había Martínez para rato. Y ya a nadie le cabe duda después de su pelea con El Nica. La gente lo respetaba otra vez” (Wynter: 388).

A través del sueño de Martínez podemos observar el constante intento por vaciar de su sistema todo aquello que lo acongoja y que lo lleva a un profundo desasosiego. Este vaciado de frustraciones y miedos del pugilista ahora es vertido en esa figura onírica que emerge y que, más adelante, figurará como su otro yo.

No obstante, es interesante cómo se produce ese vaciado: no sólo tiene que ver con los recuerdos reprimidos de Martínez, sino que, además, las sombras por momentos también adquieren aquellos momentos de felicidad y tranquilidad: “su figura preferida es la de un niño caminando, con su perfil muy bien definido, los brazos al compás de la marcha y las piernas flexionándose una y otra vez”. (389) Lo anterior nos da pauta para reafirmar que la ausencia de Martínez (su inexpresividad, sus sentimientos) se vierten en las sombras; y, a través de éstas, podemos observar dos momentos, dos yo: el otro feliz y el otro infeliz, siendo este último el de mayor presencia en su vida.

 

Fotografía: Brendan Murphy

IV

El espejo

Como prisión de espejos,
dondequiera que me vuelva
miro al Dios de la Dualidad.
Pero, ¿dónde está la mentira?
¿dónde está la verdad?
¡Embriágate, oh, embriágate!

Poema anónimo náhuatl

Mirar a través del espejo es tal vez uno de los actos simbólicos más interesantes dentro de la literatura universal. Este objeto reflector mantiene un increíble misterio en torno a su naturaleza, “Espejos, nadie en rigor dijo nunca / en qué esencialmente consistís”10 dijo Reiner Maria Rilke, en Los Sonetos a Orfeo. Y no es para menos, el espejo refleja, desvanece, acentúa, afirma, miente, oculta o devela. Es el objeto misterioso que también muestra la otra cara de la identidad propia. En este hecho, las miradas se entrecruzan, las realidades son difusas y, recordando a Jorge Luis Borges en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, los hombres se multiplican.11 En otras palabras, surge el desdoblamiento de quien se contempla. Y mirar “la mirada que mira” es un horror constante: “Mis ojos en el espejo son ojos ciegos que miran los ojos con los que veo”,12 diría Antonio Machado.

En la aceptación de que hay un otro el desdoblamiento se confirma. En este tenor, se puede pensar en el cuento de Gabriel García Márquez, “Diálogo del espejo” (1949), donde se hace presente un reconocimiento del que está enfrente –dentro del espejo–, la visión del Otro. Jorge Gómez Jiménez en el artículo “Yo y mi otro yo” dice que, en líneas generales,

El del doppelgänger –literalmente «doble que camina»– […] es pues uno más de los mitos engendrados por la idea de dualidad con la que el hombre percibe su entorno. Todo tiene su antónimo: el día en la noche, el fuego en el agua, la vida en la muerte. Aunque la realidad es percibida a través de una infinita gama de matices, por lo general se la suele dividir en dos grandes grupos antónimos representados en las nociones de luz y oscuridad, bondad y maldad. Mi antónimo es mi doppelgänger. 13

En la anterior cita podemos ver que, en primera instancia, el doppelgänger 14 se configura como un ente antagónico al sujeto que lo contiene. Es su polo opuesto. El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde es el más célebre ejemplo donde el desdoblamiento y la configuración del otro es paradigmática. Esta novela habla sobre la dualidad del alma que oscila entre el bien y el mal. No me detendré en este punto, sino centrar mi atención en el punto que anteriormente mencioné: la duplicidad de voces pretende, posiblemente, la unidad del ser humano. Para abonar a este argumento, me permito añadir el siguiente fragmento de la novela arriba señalada de Louis Stevenson:

Y, sin embargo, cuando contemplé la fealdad de aquel ídolo en el espejo no sentí repugnancia alguna; antes bien, lo recibí con un impulso de alegría. Aquel era también mi propio ser. Parecía natural y humano. A mis ojos presentaba una imagen más viva del espíritu, parecía más directa y simple que la apariencia imperfecta y compleja que hasta entonces me había acostumbrado a llamar mía.15

Como se puede observar, el reconocimiento de la otredad como parte de una dualidad constitutiva de un solo individuo ocurre. Es decir, no existe un intento de rechazo a lo aparentemente ajeno, al contrario, es la asimilación de dos ethos en una sola persona. Este reconocimiento del Otro, en la mirada frente al espejo, se puede ver en el cuento “Boxeador”.

Líneas arriba menciono que “La Sombra” Martínez es, en un primer momento, un sujeto ausente que dentro de sus pesadillas se vislumbra el surgimiento del Otro y que más tarde o se corporeiza en las sombras reflejadas en la pared, estas últimas concentran los rasgos de la personalidad del boxeador (por ejemplo, del odio presente en Martínez), hasta tal punto que son éstas quienes lo proyectan. Ahora, ya en la pelea en contra de Orlando “El Nica” Mojica, las sombras vuelven, se internan en Martínez como resultado de su enojo, pues “Se me metió entre ceja y ceja que El Nica era el rostro en el espejo, el de la pesadilla. Creí que El Nica era mi destino y me daba un hijueputa miedo mi destino, ¿me entiendes?” (Wynter: 390), dice Martínez; no obstante, no era Mojica quien representaba el terror interno del pugilista, sino el Otro, el doble que se encontraba en su interior.

“La Sombra” Martínez ya no es un sujeto ausente cuando reconoce que alguien está en su interior. La ausencia ha terminado, pero ¿quién es aquél que lo golpeaba en las pesadillas, que salía del espejo y que lo hizo otra persona? La voz narrativa nos encamina en esta idea: “Sé, por ejemplo, las razones por las cuales el campeón dejó su carrera boxística. Y sé también lo que le cambió de manera tan drástica, lo que le hizo, precisamente, otra persona” (Wynter: 389). Luego de la pelea donde «El Nica» Mojica murió, el diálogo entre la voz narrativa y “La Sombra” Martínez revelarán quién irrumpía en su sueño con el espejo; para develar tal misterio me permito agregar el fragmento final:

—No he dejado de pensar en él. Las pesadillas continuaron después de su muerte, ¿sabes? Yo pensé que al ganarle iban a parar.
—¿Y qué tienen que ver las pesadillas con El Nica, campeón?
—Se me metió entre ceja y ceja que El Nica era el rostro en el espejo, el de la pesadilla. Creí que El Nica era mi destino y me daba un hijueputa miedo mi destino, ¿me entiendes?
Nos quedamos en silencio. Era la primera vez que La Sombra me hablaba desde su corazón. Añadió como si hablara solo:
—Las pesadillas continuaron después de su muerte porque yo no he resuelto nada con vencer al Nica. Me concentré en superar mi destino y en realidad no superé nada.
Volvíamos a callar.
—¿Recuerdas lo que dijo el tipo de mis sombras?, ¿que no sabía si ellas eran quienes me proyectaban a mí? Bueno, yo tampoco lo sé. Yo no sé si el odio me movía contra El Nica. Yo no sé si le pegué con saña. No lo sé.
—Ya no piense en eso —le dije para calmarlo.
—No te preocupes. No hablo con angustia. De este momento en adelante, soy libre, para bien o para mal. Ya nada me importa demasiado. ¡Descubrí la identidad del rostro de la pesadilla! Todo es muy obvio, amigo: cuando uno se mira en un espejo, ¿de quién es la cara que aparece? (390, las cursivas son mías)

El espejo en “Boxeador”, al igual que en El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, es el objeto revelador de la identidad de aquel sujeto que perturbaba a “La Sombra” Martínez. Éste, a través de ese objeto, observa ese desdoblamiento en su otro yo; además, sirve para reconocer que ese otro es parte ineludible de su ser. Xavier Villaurrutia también así lo entiende: “vuelvo a la media sombra del cuarto y me asomo al espejo del tocador. Su luz me traiciona un poco, alargándome. Ya nos acostumbraremos los dos a vernos.”16

Por último, el reconocimiento es el encuentro de la dualidad en una unidad. Es decir, “La Sombra” entiende que ese sujeto violento que apareció en sus pesadillas no era sino una extensión, mejor dicho: un desdoblamiento de su ser. La ausencia de la que hablé anteriormente ahora ha desaparecido, el pugilista se ha encontrado a sí mismo en la mirada del espejo. Y esta revelación le permite aceptar algo imposible de cambiar, le permite descansar. “No sabemos si Martínez es mala persona”, en efecto, no lo sabemos ni lo sabremos, porque, finalmente, es un libro en blanco que espera significar: “nadie sabe al instante siguiente qué aparecerá en sus páginas” (Wynter: 387).

Colaborador invitado

Pedro Ernesto Velázquez Mora

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Notas al pie:

  1. Originalmente este cuento formó parte de la antología Bogotá 39, la cual integró a 39 jóvenes escritores (menos de 40 años cumplidos) de 17 países de Latinoamérica.
  2. Carlos Wynter, “Boxeador” en El futuro no es nuestro. Nueva Narrativa latinoamericana, Diego Tréllez (selección y prólogo), Oaxaca de Juárez: Sur+ Ediciones, 2009, p. 387. En adelante, sólo anoto entre paréntesis las páginas citadas.
  3. Hernández Carrasco, Consuelo (1997) “El significado de la ‘ausencia’”, en Actas del XXXII Congreso Español: uniendo culturas, Valencia, España, pp. 109-117.
  4. Hernández Carrasco, “El significado de la ‘ausencia’”, op. cit. 113.
  5. Recordemos a uno de los personajes cinematográficos más emblemáticos del cine mudo cuyo rasgo primordial de su personalidad era, precisamente, su falta de expresividad facial, motivo por el que fue apodado «Cara de Piedra»: Buster Keaton. Si bien esto pertenece a otra expresión artística, su inexpresividad facial sigue siendo un misterio en los estudios cinematográficos.
  6. Rebecca Retamales Rojas, “El encuentro con la propia sombra y la autoestima”. Ponencia presentada en la Conferencia Internacional “El Arte de la Paz”, organizada por la Universidad Tecnológica Nacional y el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de Venezuela, Caracas, Venezuela, 27 y 28 de abril, 2007, pp. 1-20.
  7. Jorge Luis Borges, Poesía completa, México, Debolsillo, 2016, p. 444.
  8. Ramona Lagos, Jorge Luis Borges 1923-1980. Laberintos del espíritu, interjecciones del cuerpo, Barcelona: Ediciones del Mall, 1986, p. 144.
  9. Véase Alberto Ignacio Rebolledo López “La dualidad del alma humana: perspectiva freudiana. Desde los sueños hasta lo siniestro”, en Calameo, Universidad de Santiago de Chile, 2014, pp. 6.
  10. Poesía, España, Lumen, edición bilingüe, 1995, p. 97.
  11. La cita completa es “los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres”, Jorge Luis Borges, Cuentos completos, México: Lumen, 2011, p. 91.
  12. Antonio Machado, Poesías Completas, Espasa-Calpe, Madrid, 1989, p. 672.
  13. “Yo y mi otro yo”, en El nuevo cojo, Revista de opinión y arte, noviembre, 2003, https://www.elnuevocojo.com/literatura/item/229-yo-y-mi-otro-yo, consultado el día 23 de marzo de 2020.
  14. No me detendré en analizar este aspecto en el cuento, no obstante, recomiendo la lectura de «Pesadillas de la sombra: una lectura a ‘Boxeador’ de Carlos Wynter», (2019) de Daniel Rojas Pachas, donde se habla de lo inefable a partir de la interrelación de lo onírico y el doble, argumentando lo anterior con el apoyo de «lo ominoso», de Sigmund Freud, y el tema del doble desarrollado por Otto Rank y, más tarde, por Luisa Valenzuela. Véase en Revista Estudios, número 38, junio-noviembre, 2019, disponible en https://revistas.ucr.ac.cr/index.php/estudios/article/view/37465/38270
  15. Aguado Terrón “La antropodicea y el salón de los espejos: la interpretación de la violencia en la era de la comunicación”, en Sphera Pública. Revista de Ciencias Sociales y de la Comunicación, núm. 3, Murcia, 2003, p. 7, disponible en: https://www.redalyc.org/html/297/29700301/index.html
  16. Xavier Villaurrutia, Dama de corazones, México: Ediciones Ulises, p. 9.