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La novela de una historia que nunca inicia. Aproximaciones a Desagüe, de Diego Rodríguez Landeros

Diego Rodríguez Landeros. Desagüe. Ciudad de México: Tierra adentro/FCE, 2019, 166 pp.

 

El presente escrito pretende hacer una exploración general, con apenas algunas incursiones más detalladas en posibles rutas para su estudio, de Desagüe, de Diego Rodríguez Landeros (Mazatlán, 1988),1 obra de muy reciente publicación y primera novela del autor.

En el título de este texto me he atrevido a denominar como novela a Desagüe, aunque vale la pena detenerse un momento en este asunto y hacer alguna aclaración al respecto. Como narración digna de nuestro tiempo, el género de Desagüe no está completamente definido o, mejor dicho, hay en ella una hibridación genérica deliberada. La obra colinda constantemente con el ensayo, y, en ocasiones, se torna francamente ensayístico. No se podría afirmar que es una novela histórica, no obstante que sí hay un trabajo de archivo y, hasta cierto punto, de historiografía. De hecho, aunque no con el título de “bibliografía”, se incluye una lista de 33 “Apropiaciones”, elemento poco convencional en un texto que se difunde editorialmente como novela.

Su carácter novelístico está dado por el marco ficcional en el que se articulan el resto de las manifestaciones discursivas, aunque tampoco se puede descartar una lectura de Desagüe como cuento largo o una novela corta.

Su carácter novelístico está dado por el marco ficcional en el que se articulan el resto de las manifestaciones discursivas, aunque tampoco se puede descartar una lectura de Desagüe como cuento largo o una novela corta.

El eje diegético principal es la historia de Indra rememorando a Ixtab, con la compleja y algo difusa entrada posterior del personaje llamado Dios y del propio narrador, Escargot. Si hiciéramos el esfuerzo de resumir el argumento, podríamos decir que Indra, atribulado por el reciente suicidio de Ixtab, planea un recorrido a lo largo del Gran Canal del Desagüe del Valle de México, sólo para llegar a su punto final: la Caja Colectora de Texiquiquiac, lugar donde Ixtab se quitó la vida y donde él pretende hacer lo mismo: “pensó tener motivos válidos para recorrer la senda, que sería el Gran Canal del Desagüe: comenzar en el kilómetro cero y terminar en Zumpango. Una caminata de varios días durante los cuales decidiría matarse, como lo había hecho Ixtab en el túnel, o simplemente no hacerlo. Una oportunidad para deliberar” (23).

Sin embargo, la novela se encarga, solamente, de mostrarnos los hechos previos de este plan, que nunca llega a narrarse propiamente. En este sentido, la obra se destaca estructuralmente, entre otras cosas, por sus características analépticas y digresivas.

El eje diegético secundario está encabezado por Dios y Escargot, los cuales son presentados (y explicados) ya muy avanzada la trama. Dios es un drogadicto, asaltante de combis y limpiaparabrisas (póngase atención en la ironía del nombre) que ha vivido durante diez años “a un costado de las vías del tren suburbano, a pocos metros de la estación Lechería” (83). Después de estar cuatro años en la cárcel y conocer al Plástico (artista hojalatero) y al Murciélago (gran narrador oral), presos también sui generis, Dios sale y se convierte en el creador de Escargot, nuestro narrador, del cual sólo al final del relato se nos dan los detalles. El punto de encuentro narrativo entre Ixtab, Indra, Dios y Escargot, se presenta en la página 160, dos antes de terminar el libro.

Si cabe llamarlo así, un tercer eje narrativo, o más bien discursivo, podría ser aquel que nos presenta, muy fragmentaria y selectivamente, la historia de la construcción y las funciones del Gran Canal del Desagüe, desde sus primeros esbozos coloniales hasta su realización a comienzos del siglo XX, incluyendo siempre algunos detalles de la configuración de la ciudad prehispánica. Básicamente, aunque muy simbólicamente, como la novela siempre está recalcando, el canal sirve para “desaguar” la ciudad, drenarla de aguas manantiales, lacustres, pluviales y, desde luego, aguas negras. Es significativa la múltiple aparición de personajes históricos (ficcionalizados) que guardan una relación íntima con dicho proyecto. Entre ellos, destaca la mención de Enrico Martínez, Adrian Boot y Porfirio Díaz, cuyas vicisitudes se narran con peculiar énfasis y dramatismo.

El gran canal del desagüe del Valle de México. Fuente: Página interior de Desagüe

Como todo texto, este tiene algunas obsesiones que, ya sea explícita o implícitamente, se repiten de manera incesante a lo largo de la historia. Mencionaremos brevemente algunas, con énfasis en dos de ellas. La primera es que siempre está presente, un poco a manera de caracterización de los personajes, el tema del estudiante y de la academia (donde tal vez hay un sesgo autobiográfico por parte del autor). Ambos, Ixtab e Indra, son egresados de la Licenciatura en Letras Hispánicas e Historia, respectivamente, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ambos, también, están cursando un posgrado, aunque no se nos dice en qué exactamente, pero se sabe que Ixtab realizó una investigación sobre los lugares o construcciones preferidas por los suicidas. Mención especial, en este contexto, merece el investigador del Instituto de Investigaciones Históricas, Winfried Georg Austerlitz, amigo de los dos estudiantes, quien es especialista en arquitectura bélica.

Otro tema, desde luego, es el del suicidio, que es planteado, sobre todo desde la mirada de Ixtab, como vía de salida posible. Es especialmente enigmático el apartado XIII, en el que, a diferencia del resto de la novela, la mente que focaliza el narrador no es la de Indra, sino la de la propia Ixtab (cuyo nombre, vale la pena recordar, está dado en honor a la diosa maya del suicidio). Desde que la conoce por vez primera, Ixtab queda encantada por la Caja Colectora de Texiquiquiac:

Nos asomamos [una amiga de infancia y ella] en el parapeto y vimos la boca del túnel, cómo el agua espumosa y negra se perdía en oscuridad. El rugido nos envolvió. Para mí fue impresionante, como descubrir el fin del mundo, un lugar ni siquiera semejante a lo que aparecía en las películas, un agujero donde podía morir la vida misma […]. Nos fuimos corriendo. Yo nunca lo olvidé y a lo largo de los años he pensado muchas veces que es el sitio idóneo para morir, como si hubiera sido construido con ese fin. O como si lo hubieran hecho para mí (60-61).

Un tema más es el de la divinidad o la divinización. Es recurrente la alusión a múltiples divinidades, entre las que sobresalen las prehispánicas, o, en otra categoría, lo que podríamos llamar la divinización de los hombres. Hay un pasaje, muy sugerente, en el que Plástico, compañero de cárcel de Dios, le “explica” (realmente no lo hace) a éste el significado del vocablo Teotihuacán como el “lugar donde los hombres se convierten en dioses”. Según Plástico, los cerebros de los primeros teotihuacanos

sintonizaron mensajes siderales que les decían: ‘Aquí está lo bueno, aquí se transformarán en algo superior’. Los rayos magnéticos les entraban por las cabezas y bajaban a través de sus venas. Cuando llegaban a sus pies, volvían a subir y regresaban al espacio. Por efecto de ese movimiento energético que cruzaba sus cuerpos, durante generaciones la sangre de los teotihuacanos se emulsionó y alteró su composición, se convirtió en sangre de dioses (111).

También alude con bastante frecuencia al monstruo o la monstruosidad. La ciudad como monstruo, el gran canal como serpiente monstruosa, los humanos como seres monstruosos, etc. La novela misma da una posible respuesta a la función social o psicológica que cumple la figuración del monstruo en la cultura: “Massimo Izzi asegura que un monstruo es un ser creado por los hombres como expresión de una exigencia simbólica de la psique que no encuentra plena correspondencia en ninguna realidad conocida” (18-19). La propuesta del texto es entender al monstruo como figuración de un estado psíquico no representado aún en la realidad cotidiana.

La novela, como se ha intentado explicar, está surcada constantemente por trazos de lo que podría enunciarse como lo extraño, a veces incluso kafkiano, si se nos permite usar este adjetivo, y también por lo francamente maravilloso, si pensamos en la tipología clásica de Tzvetan Todorov. Esta condición de lo extraño o maravilloso, cuando gran parte de la novela se ocupa de lo histórico o historiográfico, le da un peculiar cariz narrativo a Desagüe.

En todo caso, importa destacar dos perspectivas que me parecen las más sugerentes de todo el relato, sobre todo porque lo intervienen de inicio a fin y porque se integran en una tradición narrativa de largo aliento. En primer lugar, la que se refiere concretamente a la novela de la ciudad. Cuando se hable de Desagüe, debe pensársela, casi de modo obligado, como una novela sobre la Ciudad de México. De hecho, si la afirmación no fuera un absoluto contrasentido (gracias a su improcedencia narratológica), el lector se vería tentado de decir que Ciudad de México es la protagonista o personaje principal de esta narración. Siguiendo los más estrictos estándares de análisis narrativo, diríamos, más bien, que la ciudad se construye como el espacio por excelencia donde suceden los hechos narrativos. La ciudad, en este caso latinoamericana, alberga una serie de lógicas que determinan el andar de los personajes, además de que le confiere ciertos simbolismos y connotaciones a todo lo que se desarrolle en su terreno. En ese sentido, no debe perderse de vista que América Latina es la región más urbanizada del mundo y ese es un elemento que toma relevancia en la obra. En Desagüe, por ejemplo, la Ciudad de México aparece poblada de monstruos; es un espacio sumamente lumpenizado, denigrante, peligroso, oscuro y maloliente. Es el hogar de indigentes, perros callejeros, prostitutas y ratas, todos puestos en el mismo nivel de convivencia.

La novela es, también, un ejemplo de lo que Néstor García Canclini llama heterogeneidad multitemporal, es decir, la convivencia problemática de varios estratos, épocas, prácticas, costumbres, etc., en un mismo espacio y tiempo. Como es tradicional, la Ciudad de México aparece como crisol de lo prehispánico, lo colonial y lo moderno, con sus respectivas manifestaciones urbanísticas. Especialmente llamativo es el pasaje en que Indra sale a dar un paseo en bicicleta por la calzada de Tlalpan, de la cual se nos da una historia pormenorizada que abarca las multitemporalidades enunciadas. Un fragmento:

Frente a la estación [del metro] Villa de Cortés imaginó el primer encuentro de los europeos con el rey Moctezuma, ahí en la antigua calzada de Iztapalapa. Los guerreros mexicas y los soldados españoles, tensos y asombrados. Cientos de pares de ojos atentos a la escena, con intención de comprenderla. Ojos en la calzada y sobre el agua, en las canoas. Ojos de centinelas guarecidos en puestos de vigilancia. Ojos crispados, dilatados. Tantos ojos como luces de alumbrado público y cámaras de seguridad tiene hoy la urbe (36).

Desde luego, otra gran obsesión de la novela es el agua, pero no el agua per se, sino la urbana. Inundaciones, desecación, drenajes, lluvias, etc. Vale la pena destacar, en este caso, al personaje llamado Agustín, que se presenta a sí mismo como juez, profeta, filósofo, confesor e historiador de la Ciudad de México. Agustín es uno de tantos elementos que participan en el halo extraño-fantástico-maravilloso de la novela. El personaje afirma haber estado en la época de los asesinatos de Madero y Pino Suárez, y desde ahí comenzar a interesarse por las aguas urbanas, en especial por el Gran Canal. Agustín tiene una habilidad sin par: leer la historia de la ciudad, incluida la de los habitantes, en sus aguas negras. Es, tal vez, uno de los momentos más esperados de la novela, cuando Agustín practica una interpretación del flujo de las aguas, símbolo de la hibridación detrítica de todos los aconteceres urbanos. Las aguas atraviesan todas nuestras prácticas y llevan todas nuestras experiencias.

Desde ese día de la muerte del señor Madero en que se me ocurrió la idea de asomarme a la orilla del Gran Canal, desde entonces no he dejado de ir, y gracias a ello me he convertido en especialista de la ciudad […] yo abarco el panorama subterráneo, los secretos, las debilidades de los empingorotados y de los desgraciados, sin que nadie se me escape, pues algo de ellos forzosamente pasa por el dichoso Canal del Desagüe. Allí la corriente arrastra los desperdicios fisiológicos del Presidente de la República y del arzobispo juntos, igualados con los de los presos infelices, con los de las actrices cotizadas y los enfermos […] Eh, buen joven, yo leo en las aguas negras las huellas de las caricias buenas y malas, los desechos de festines y bacanales, la estría inacabable de semen que se deja caer en lavabos y retretes […] mujeres asesinadas que no tenían dolientes ni quién reclamara sus despojos, víctimas políticas, suicidas solitarios (140-143).

Este pasaje es un concentrado de la novela, que integra muchos de los intereses temáticos ya referidos, y que sintetiza, también, el sentir de Indra y de su futura (y nunca narrada) excursión. Es muy simbólico pensar que una de las cosas que atraviesan a todos los ciudadanos es la de los desechos. La gran red de los distintos canales de desagüe es la red social y de integración que la estratificación urbana y capitalista nunca podrá alcanzar.

En segundo lugar, me interesa referirme a la idea de la ausencia de origen o inicio de las cosas, tema presente en prácticamente todo el libro, sobre todo en lo que se refiere a las historias o a los ríos: el origen y el final como eco o huella, inicio y fin como parte de un uróboros (17, 27, 29, 48, 75-76, 107, 134). Si lo quisiéramos pensar filosóficamente, podríamos recordar el descentramiento, la diferancia o la huella derrideanos, pues se trata, precisamente, de la imposibilidad del origen y de la textualidad de la cultura, donde uno es uno, pero también es otro, donde el origen y el fin se confunden con otros no fines y no orígenes, interminablemente.

Esta dimensión de análisis es importante, porque tiene una relevancia estructural en la obra. Hemos dicho antes que la historia de Indra no comienza nunca. La historia de su recorrido por el Gran Canal del Desagüe se posterga indefinidamente. Es una historia que siempre está comenzando, pero no llega a ser narrada, de manera que el lector implícito se queda en el más sentido estricto de la indeterminación literaria. “Era de mañana y él estaba a punto de arribar al Gran Canal del Desagüe, decidido a recorrer los 47.5 kilómetros que se extienden a partir de ahí, sinuosos como el cuerpo de una víbora, hasta la desembocadura, en Zumpango” (16). Lo mismo sucede más de cien páginas después: “La historia de Indra comienza en el kilómetro cero del Gran Canal del Desagüe, pero también podría hacerlo en el Monumento Hipsográfico, que se empezó a construir en 1877, año en que Porfirio Díaz asumió por primera vez la Presidencia de la República” (134) (nótese el juego con el inicio). Hay otro inicio que, tal vez no se menciona como tal, pero que es importante como correlato de este otro “comienzo”: el de suicidio de Ixtab. Todo el relato es un vaivén de analepsis entre el no inicio del kilómetro cero y el no inicio del viaje a Zumpango que termina con la muerte de Ixtab, atestiguada por Indra. El relato estructura la misma idea que tematiza.

Diego Rodríguez Landeros. Fotografía: Carlos Zataráin

Para concluir, hay otro origen que me parece fundamental mencionar, pues, además de darle cierto rasgo de originalidad a la obra, contribuye con el espectro de lo extraño-maravilloso-fantástico: el origen de la voz narrativa. La novela arranca con un apartado sumamente críptico, que no será explicado sino al final de todo el texto, dándole, además, una redondez estructural:

Aspiren el humo y aguarden. Con mis dos caras, cuatro ojos y dos bocas contaré algo. Yo lo sé todo; conozco lo ocurrido, los hechos verdaderos y falsos, las quimeras que he inventado. Yo mismo soy una. Escuchen. Pierdan su mirada en las formas ascendentes del humo y vean surgir de ellas los contornos de la historia. Imaginen cómo se dibuja el kilómetro cero del Gran Canal del Desagüe del Valle de México […] Aspiren de nuevo, escuchen (15).

Algo similar sucede en otras secciones del texto (47-48, 107). Uno estaría tentado de explicar estas intervenciones del narrador como un elemento metaficcional, sobre todo cuando no nos dice cómo “se llaman” los personajes, sino cómo él los “nombra”: “llamémosle Indra, en homenaje al dios; de la misma manera que a ella llamaremos Ixtab” (18). Sin embargo, muy avanzada la trama, nos daremos cuenta de que el narrador es realmente intradiegético, una especie de narrador testigo. Vale la pena citar el pasaje en el que Dios crea a nuestro narrador:

Creo en Dios porque él me hizo cuando regresó a su choza de las vías del ferrocarril, tras cuatro años de reclusión y cuatro días y medio de caminata. Él, como el doctor Víctor Frankenstein, recogió en baldíos y basureros los materiales con que estoy hecho. Los ensambló, mezcló el aserrín con resistol, me puso brazos, dedos crispados. Me dio pies. Modeló mis dos rostros. Sudoroso y con los ojos colorados, Dios encendió una lumbre en la tierra y, con un alambre al rojo vivo, cocinó partes de mi anatomía, chamuscó profundidades en mis costillas, cartílagos en mis orejas. Con las uñas sucias fijó para siempre el gesto suspicaz de mis párpados y encajó en mis cuencas caparazones de gasterópodo panteonero. Me puso dos narices huecas como juncos para flautas. Cavó un hoyo en mi cabeza. Meticuloso y harapiento otorrino, hurgó en mi interior canales de respiración, túneles que comunicaban el agujero craneal con los conductos nasales. Dios estaba drogado al hacerme. Estaba marihuano, como poseído (117-118).

Escargot (nombre dado por sus ojos de caracol), como podrá entenderse al final del relato, es una pipa para fumar marihuana, la cual es vendida por Dios a Ixtab e Indra en su viaje por Zumpango. De hecho, es la condición misma de pipa lo que parece darle los dotes narrativos. Dios tiene la capacidad de dar vida a “este duende que habla, que cuenta historias, que sabe todas las cosas del mundo, que tiene en su mente los libros que se han escrito y las palabras dichas aquí y en otros lugares. ⸺Pero para que el duende les hable ⸺advirtió Dios⸺, deben ponerle mota en su cabeza y fumarla por sus dos narices (160-161). “Era evidente”, nos dice Escargot, que sobre Indra e Ixtab “se ceñía ya un cerco trágico del cual me hubiera gustado hablarles, quizá prevenirlos. No pude porque ninguno de los dos quiso fumar en mí, y yo solo hablo con quienes lo hacen, así que acerquen otra vez el fuego y aspiren el humo, si en verdad quieren escuchar el resto de esta historia” (161). El final sirve de cierre a la propuesta enigmática del comienzo de la novela, que queda explicado por dimensiones diegéticas:

Indra atestiguó los hechos [el suicidio de Ixtab] a unos pasos de distancia. Permaneció en el lugar varios minutos, quizá un par de horas. Ya era media mañana cuando regresó al hotel. Recogió sus cosas, incluyéndome a mí, y volvimos a la Ciudad de México, a este departamento donde ella y él habían vivido y en el que ahora, tras un año de abandono, ustedes, los nuevos inquilinos, me encontraron y se atrevieron a usarme (162).

Esta última fórmula narrativa debería ser una de las dimensiones más analizables de la novela: un narrador que se activa con un narratario, a través de un ejercicio ritual de uso de una sustancia psicotrópica. Esta estrategia narrativa pone en tensión la verosimilitud del relato, pues no sabemos, bien a bien, gracias a qué tipo de magia estamos escuchando (el narrador habla) la historia. Es curioso que el autor haya decido convertir lo que en un inicio eran una serie de ensayos históricos sobre el Gran Canal del Desagüe en una historia contada por una pipa de marihuana. Es un destacado ejercicio de oscilación entre ficción e historia, donde, din duda, predomina el pacto de ficción, gracias a esta característica del narrador y el narratario.

Como se ha visto, la novela Desagüe posee múltiples dimensiones de análisis que necesitan ser revisadas en otros acercamientos críticos. Lo que he intentado hacer ahora es apenas un esbozo de sus posibilidades temáticas y estructurales desde mi propio acto de lectura, esperando que sea útil como guía para otras lecturas que exploten otras vetas interpretativas de la obra, que no son pocas.

Referencias

García Canclini, Néstor. Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. México: Debolsillo, 2009.

Derrida, Jacques. “La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas”. La escritura y la diferencia. Trad. Patricio Peñalver. Barcelona: Anthropos, 1989: 383-401 (Pensamiento Crítico/Pensamiento Utópico, 38).

Pimentel, Luz Aurora. El relato en perspectiva. México: UNAM‒Siglo XXI, 1998 (lingüística y teoría literaria).

Rodríguez Landeros, Diego. Desagüe. Ciudad de México: Tierra Adentro/FCE, 2019.

Sehtman Alejandro y Elizabeth Zenteno (coords.). Continuidades, rupturas y emergencias. Las desigualdades urbanas en América Latina. México: UNAM-Coordinación de Humanidades-PUEC-CIALC-PPELA, 2015: 340.

Todorov, Tzvetan, Introducción a la literatura fantástica. Trad. Silvia Delpy. Buenos Aires: Tiempo Contemporáneo, 1972.

Algunas reseñas

Ortiz González, Miguel. “Una lectura de Desagüe, la novela de Diego Rodríguez Landeros”. Disponible en: http://vicamswitch.mx/2020/02/28/una-lectura-un-tanto-desordenada-de-desague-la-novela-de-diego-rodriguez-landeros/?fbclid=IwAR3x6tbMMdYwd7vYFrNrUlQpv26rsE2iZvYexuGl0o3k3f9PRUXThNhfuZ8

Pierre Herrera. “Confiar en la oscuridad”. Disponible en: http://www.puntoenlinea.unam.mx/index.php/798-punto-en-linea-no-83/1473-no-83-resena-confiar-en-la-oscuridad-pierre-herrera

Pliego, Roberto. “Desagüe: nos robaron la ficción”. Disponible en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto/desague-diego-rodriguez-landeros-critica-libro

Valenzuela, Alejandro: “Desagüe de Diego Rodríguez Landeros”. Disponible en: http://vicamswitch.mx/2019/12/11/desague-de-diego-rodriguez-landeros/?fbclid=IwAR1yELU48Y7IS6b3J2-VHZ8KftDn4zXMIoGHjf3fGdJYjmaZR3KqocuSZBQ

Acerca del autor

Daniel Castañeda García

Es Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas y Maestro en Letras Latinoamericanas por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es profesor desde 2016 en las asignaturas del área de Teoría de la Literatura…

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Notas al pie:

  1. Diego Rodríguez Landeros, nos dice su ficha en la página web de la editorial Tierra Adentro, “estudió letras hispánicas en la UNAM. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Programa Jóvenes Creadores del Fonca. Textos suyos se han publicado en medios nacionales y en las antologías Álbum rojo. Narrativa sinaloense de no Ficción (2018) y Ciudades aprehendidas y otros apegos (2019). Es autor de El investigador perverso (2014) y Nadie es tan desvergonzado como desea (2019)”.