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La huella imposible: algunas reflexiones sobre la violencia en Norte, de Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán. Norte. Mondadori, 2011.

 

Todos los días somos testigos de brotes de violencia en apariencia espontáneos, violaciones a la cotidianidad cuya explicación parece trascender cualquier explicación. En consecuencia, nos conmovemos ante la capacidad de los seres humanos para dañar a otros y apelamos a la divinidad en un vano intento por aceptar lo que ocurre por monstruoso que parezca. Esos actos escandalosos, que día a día transgreden nuestro mundo por su impacto y a causa de la supuesta carencia de empatía de sus ejecutores, se han convertido en acciones que más bien corresponden a la fantasía.

En cine y televisión se ven representaciones elaboradas de los actos más grotescos. En el periodismo, por su parte, se observa el intento del amarillismo feroz por vender y a la vez asustar a las masas, por ejemplo, para legitimar el uso de la fuerza estatal en contextos como la guerra contra el narcotráfico. Frente a estos espacios donde la reflexión sobre la violencia resulta nula, pues no se identifican las causas que permitan describir los actos más allá de situaciones espontáneas, está la tematización de la violencia en la literatura, espacio en el que la representación de contextos —tanto de interacción humana como ideológicos— permite rastrear sus causas y así objetar su carácter natural, espontáneo.

 Norte (Mondadori, 2011), del boliviano Edmundo Paz Soldán (1967), es una ficción que permite reflexionar en torno a la violencia. En este ensayo hablaré brevemente sobre los personajes principales de la novela, Martín, Jesús, Michelle y Rafael, la violencia que experimentan y las soluciones aparentes que encuentran como escape. La perspectiva que propongo considera la condición migrante de los personajes. Para ello, utilizaré las perspectivas críticas de Slavoj Žižek1 y de Sayak Valencia en torno a la violencia, combinadas con notas sobre la configuración identitaria del «sujeto heterogéneo», en especial, el «migrante» (Bueno Chávez).2

Norte se divide en tres núcleos, tres historias diferentes agrupadas bajo el común denominador de la migración como tema. La primera es la de Jesús, un hombre de Ciudad Juárez que creció en el abandono, se convirtió en ladrón de casas y en asesino en un intento por «purgar al mundo de infieles»; sigue la historia de Michelle, una escritora boliviana que pretende refundir los clásicos latinoamericanos como historias de zombies, ella se muda a Estados Unidos para estudiar, allí entabla una relación azarosa con su profesor de literatura, aborta y es abandonada por su amante adicto a las drogas y el alcohol; la última es la historia de Martín, un inmigrante ilegal quien padece un trastorno no aclarado, el cual le impide establecer relaciones con los otros, razón por la que es recluido en un centro psiquiátrico donde se convierte en pintor.

Edmundo Paz Soldán. Fuente: diariovivo.com

Jesús: fanático religioso

Quizás el personaje de Jesús sea el más rico del relato en cuanto a la configuración de su mente figural y por ser agente de «violencia subjetiva». Se trata, también, de un sujeto migrante, quien, entre otras razones, cruza la fontera para robar y matar siguiendo la ruta del tren; de ahí que transite por distintas zonas de contacto. Efecto éste que se potencia al ser recluido en prisión en un país extranjero.

Expondré dos vías para entender cómo opera la violencia en él cuyo punto de encuentro es la sexualidad tácita del personaje. En las primeras escenas, se muestra como un hombre heterosexual que ejerce violencia sobre los cuerpos con el fin de empoderarse; sin embargo, durante su estancia en prisión, se revela que siente placer, mezclado con culpa, al participar en prácticas homosexuales: «Jesús no quiso admitir que eso que le dolía en el culo también le producía placer» (Paz Soldán 131).

La primera propuesta se relaciona con la condición de Jesús como «sujeto endriago», es decir, aquél que rompe «con la lógica del trabajo que es esencialmente prohibitivo y racional, catapultándonos a un nuevo estado donde el trabajo se reinterpreta y es equiparable con la violencia» (Valencia 103). Su empleo, asesinar, le provee los medios económicos suficientes para mantener una vida aceptable. No obstante, el personaje no elige esta actividad, sino que es orillado a ello por una infancia de carencias y nulo margen de movilidad social por medios convencionales; el abandono lo obliga a desarrollarse al margen, trabajando en un mercado ilegítimo. Estos dos factores, combinados con el hecho de que «[d]esear propiedad y poder es legitimar, en tanto que permite a un individuo alcanzar la independencia de otros» (Žižek 81), provocan que el personaje se consolide mediante prácticas violentas que le permiten obtener ingresos suficientes para tener una vida digna en una sociedad que valora según el poder adquisitivo y la propiedad.

Así, se explican los actos de violencia cometidos por Jesús para ganar una vida aceptable; sin embargo, no resulta útil al proponer una solución al hecho de que la mayoría de sus víctimas son mujeres. Tomemos en cuenta que ocultar la homosexualidad, en los contextos en que se obliga a hacerlo, puede ser una suerte de negación del «otro» y de «sí»; por lo que corresponde a una acción de «sentido» para oponerse a una «sociedad de riesgo». Jesús fue maltratado por su madre y rechazado por las mujeres de su edad, este tipo de acercamiento con el «otro» activa mecanismos de defensa, en este caso y debido a las experiencias del personaje, asesinar a aquellos que los marginalizaron o a quienes representan a las estructuras que lo desplazaron. Sumado a esto, el componente sexual de sus agresiones, además de las desfiguraciones y otras vejaciones contra los cadáveres, van encaminados a borrar los rasgos de identidad social (Rueda 233).

 La segunda lectura posible sobre Jesús se relaciona con la violencia arraigada en el fanatismo religioso. Por una parte, Jesús es católico o, por lo menos, recibió una educación católica; por otra parte, la novela vincula su fe con el dios del Antiguo Testamento, aquél que privilegia el castigo como medio para la reivindicación, motivo con el que se justifica su eventual conversión al Judaísmo. Él se asume como un híbrido entre hombre y ángel, reafirmación de su heterogeneidad, que combatirá a los impuros en nombre del dios al que sirve y del que espera recibir la salvación por su servicio de vengador rumbo al juicio final. Jesús se ubica en una Guerra Santa, al tiempo que se asume como mesías, de ahí también su nombre.

Ahora bien, Žižek señala que «al luchar contra el otro pecador se lucha contra sí mismo» (106). La violencia «divina» ejercida por Jesús no sólo encarna una misión purificadora, de la cual deviene la salvación propia; también es el instrumento con el que castiga a quienes poseen lo que él desea aunque no lo reconozca. Así, asesinarlos es una batalla contra los aspectos de sí que oculta, contra sus apetitos. Esto funciona en dos vías: la primera, mata a aquellos que poseen una condición aceptable en el sistema capitalista por medios legítimos, lo que a él le es imposible; la segunda, ataca a las mujeres porque pueden «pecar» sobre lo que él no, porque tinen la libertad de dormir con quien él quiere dormir.

El híbrido hombre-ángel castiga a los otros, quienes son el continente de su culpa, son un vehículo para la autoexpiación, de ahí que su misión se vea aletargada debido a que no se encuentra en comunión con su dios. Las acciones de Jesús, en beneficio del Innombrable, están vacías. La trama en torno a él no resuelve de manera positiva la «tarea» que le fue encomendada, al contrario, la angustia al momento de su ejecución se convierte en muestra de que su labor es un ejercicio sin sentido: «Jesús dijo algo en hebreo. Pensó en el Innombrable y le pidió que no le fallara» (Paz Soldán 279). Su deidad es incapaz de prevenir su muerte o, incluso, de conducirlo a la gracia, por ello, la ficción condena el medio de creación —el asesinato— con el que Jesús intentó eludir la precariedad de su vida.

Martín: la tierra perdida de las imágenes

Martín Ramírez es el tercer migrante en ser introducido. Su relato inicia en los primeros años de la década de 1930 en una estación de trenes de Stockton, California, donde el personaje pasa el tiempo y espera. Es ajeno al sistema, se encuentra ahí por sus escasas habilidades para integrarse a la comunidad pues, además de ser extraño al idioma, hay indicios de un desorden mental en el personaje, el cual le impide vincularse con el resto y lo obliga a la interiorización, al refugió en sí frente al mundo que desconoce y lo oprime.

Él es un sujeto completamente heterogéneo: por un lado, conoce su diferencia; por el otro, niega la posibilidad de asimilar su cultura dentro de la imperante que lo envuelve y asfixia. El personaje objeta aprender el idioma de ese país y seguir sus costumbres. Su presencia en la estación de trenes llama la atención de los otros quienes pronto perciben el desvarío que causa, pues «el otro está bien, pero sólo mientras su presencia no sea invasiva, mientras ese otro no sea realmente otro» (Žižek 57). La «otredad» de Martín, junto con su negativa para responder las preguntas y cumplir las exigencias de quienes controlan la realidad en que se desenvuelve, lo condenan al confinamiento en un centro psiquiátrico, basurero donde en no pocas ocasiones van a parar aquellos cuya diferencia es incomprensible y con quienes la tolerancia se convierte en la necesidad de brindar un trato especial para que no «causen daños».

El encierro de Martín, en tanto migrante y discapacitado, se entiende como la manera en que una sociedad intenta defender su «universo de sentido» frente a las amenazas traídas desde las «sociedades de riesgo», en las que, por exteriores y abiertas, impera el caos: Martín es originario de una sociedad de riesgo, su sola presencia en el espacio cerrado al que sus habitantes intentan significar atenta contra la idea que sustenta el universo de sentido. Su confinamiento es útil para mantener el orden. No obstante, éste potencia su heterogeneidad, lo coloca en un margen particular que multiplica su no pertenencia, originada en su migración; el centro psiquiátrico es una nueva franja, una zona de contacto poblada por desplazados.

A pesar de que el «sentido» es el mecanismo de defensa de una sociedad contra lo «otro», supone asimilismo, un acto de violencia contra el recluido, el desplazado. Frente al encierro, Martín recuerda y nombra en su idioma y con sus prejuicios, «Les puso nombre a los enfermeros, El Güero, el Tentenelaire…» (Paz Soldán 140); en oposición a la barrera lingüística, halla un espacio subjetivo en sus dibujos. Su conciencia, espacio último de libertad, jamás se ve pervertida y se desdobla en las pinturas con las que desafía a la lengua que lo ata al silencio.

 

Michelle: la libertad trunca

El caso de Michelle es distinto comparado con los otros. La historia de la mujer protagonista es conocida por su propia voz, es una narración autodiegética. Siguiendo la línea de María Elena Rueda, al tiempo que se considera que la modalidad autodiegética logra que la mente figural imite a la humana en términos de testimonialidad, el relato, suerte de testimonio ficcional, permite reconocer la violencia, además de enfrentarse a ella gracias a un discurso que posibilita adentrarse en el caso y comprender sus orígenes.

Ahora bien, hay que señalar que Michelle, a diferencia de los otros sujetos migrantes desplegados por la ficción, muestra deseos de «mestizaje cultural», por lo que espera ser comprendida por su entorno como un «sujeto multicultural». Este personaje pertenece a la minoría de migrantes donde opera un enfoque asimilacionista, quienes «con el objeto de encajar abandonarán su propia cultura a favor de la cultura de acogida» (Bauer y Thomson 39). Sin embargo, frente a la pretención de personajes como Michelle por pertenecer a la sociedad de acogida según la integración de costumbres del sistema ajeno en el propio y la mezcla del lenguaje de los otros con el materno, la sociedad de acogida los identifica como entidades ajenas. De ahí que, con prácticas de sentido, provoque la operación de una segregación voluntaria.

No es gratuito que Michelle realice trabajos asociados a la comunidad latina, que sus estudios sean relacionados con lo hispano, que sus vínculos se den en el círculo de los latinos que viven en Estados Unidos, conformando una sociedad al margen. Asimismo, su labor escritural es un gesto con el que mira desde Latinoamérica hacia el imperio. Utilizar un código de moda de la cultura hegemónica —historias de zombis— para reestructurar relatos clásicos del área subcontinental persigue circular estos textos en la sociedad de acogida, hacerlos presentes en el sistema que los desplazó con el fin de contribuir a recuperar la identidad en disputa. Constituye, entonces, un acto de resistencia tanto a la academia que ella abandonó como a quienes juzgan como obras de segundo grado a los productos latinoamericanos.

No obstante, contra ella también operan antiguos y normalizados métodos de violencia hacia las mujeres, tales como el sometimiento a un compañero para actividades conyugales. Sus relaciones personales impositivas la obligan a convertirse en una mujer que, como muchas migrantes, realiza el movimiento por situaciones familiares o de compañía, no por voluntad ni necesidades propias. Esto es evidente en el pasaje donde intenta marcharse con Fabián, su amante, a Santo Domingo y él se niega a esto.

Durante la narración, Michelle queda embarazada del argentino Fabián, un joven profesor de literatura adicto a las drogas. Experimenta una encrucijada: dar a luz o terminar con la vida de su nonato. La decisión parece libre, pero, al considerar la coacción enmascarada en la charla sobre las consecuencias dada por el hombre que, en apariencia, busca cumplir con su responsabilidad y quien, en el cumplimiento de su deber, expone las fallas del plan de Michelle. El daño que podría ocasionarle a largo plazo es la muestra de que «nuestra libertad de elección funciona a menudo como un gesto de consentimiento a nuestra propia opresión y explotación» (Žižek 178), en este caso, reafirmando la opresión patriarcal de la que es víctima Michelle. Fabián toma la decisión, mas Michelle sufre los efectos, incluida la culpa: «Paralizada, trataba de enfrentarme a ella, a lo que imaginaba era ella o podía ser […], pero fracasaba» (Paz Soldán 207).
Sin embargo, Michelle no es aniquilada por la trama, posee un espacio de subjetividad que es exitoso para enfrentarse a las situaciones que la asfixian: su escritura. La protagonista de su relato —su alterego— recibe una caracterización acabada al final de la novela, superando el bloqueo impuesto por su relación catastrófica con Fabián. Ella dice: «después de tanto esfuerzo, había logrado articular una historia en la que me reconocía, que me parecía convincente y en la que podía cifrar mi futuro» (Paz Soldán 260). El escribir, el crear ficciones, el desplegar mundos potenciales, se define como una herramienta para «exorcizar demonios», al tiempo que se le descubre como un sitio fecundo para proyectar el porvenir, para imaginar el mañana. La creatividad, entonces, triunfa sobre la violencia, siendo el escape idóneo frente a las situaciones límite.

 

Rafael: el cazador cazado

El autor pretendió organizar la novela en tres protagonistas, tres historias de migrantes que conviven en un universo y cuya intersección resulta forzada —el nexo es circunstancial, Michelle se acerca a la obra de Martín por recomendación de una antigua profesora, mientras que un amigo, interesado en asesinos seriales, le habla de Jesús, incluso lo acompaña a su ejecución, la vinculación no tiene mayor incidencia en la trama y no modifica la acción narrativa. No obstante, encuentro que ciertos capítulos concentrados en Jesús permiten identificar una cuarta historia, por lo tanto, un cuarto protagonista .

El cuarto protagonista es Rafael Fernández, un policía texano con orígenes mexicanos cuya historia es corta; sin embargo, me gustaría rescatarla por dos motivos: su carácter «chicano» y su posición respecto al sistema. Rafael podría ser considerado el resultado final de la migración: un sujeto que ya no es heterogéneo y pudo o debió «absorber» las culturas contradictorias en que se desarrolló. Eso no ocurre. Sigue siendo un marginado por su carácter inalienable de latino, por su nombre, por su apellido. Resulta interesante el fracaso del mestizaje como producto último de la pugna cultural.

Rafael reflexiona sobre su situación minoritaria en un país que se esfuerza por sofocar lo diferente, al tiempo que persigue la perpetuidad del sistema generador de la violencia que intenta combatir. El primer rasgo de heterogeneidad se vincula con su situación en el sistema, su posición contradictoria en la hegemonía. Ahora bien, el sujeto «multirracial» es violentado por los conjuntos a los que intenta pertenecer, volviéndolo más heterogéneo aún. Su no pertenencia es potenciada por su intento de insersión a las dinámicas de ambos conjuntos, ya que los dos lo encuentran diferente; latinos y estadounidenses ejercen violencia contra él, concibiéndolo como «el otro». La manera en que trata de sumarse al sistema dominante es a través del combate a los otros, los suyos; con lo que debilita el nexo con su genealogía. El fracaso es en partida doble: en primer sitio, el combate a su gente le impide ser aceptado por su comunidad de origen; en segundo, ser miembro de una minoría le dificulta pertenecer a la mayoría a pesar de resguardarla del «otro».

Frente a la manera en que medios y personas relatan los hechos violentos como parte de un espectáculo atroz en el que no consideran sus orígenes, consecuencias y alcances, surge el «arte abyecto» como aquél que impide borrar la violencia del registro artístico. Al mismo tiempo, se trata de la forma en que la reflexión sobre la violencia y sus alcances tiene un lugar genuino, pues el arte posibilita que el acercamiento al horror cambie, «[y]a no es por tanto [debido a los procesos estéticos y artísticos de la mediación] la mirada fría y desafectada del espectáculo, sino una que se vincula con el dolor» (Guerra Muente 74). Situación que evita que se normalice.

El discurso oficial sobre la violencia propone la condena absoluta, asocia los estallidos con la falta de moralidad y legalidad, sumadas a la maldad, situación que impide la reflexión; al mismo tiempo, el discurso popular no objeta la violencia, sino que la dignifica y la justifica como un medio aceptable para acceder a la movilidad social, situación que, como la anterior, elude pensar el problema. La importancia de Norte, de Edmundo Paz Soldán, no radica en la innovación técnica, sino en la posibilidad de constituirse como un espacio de diálogo y subjetividad frente a los discursos que tienden a minimizar la violencia.
La novela muestra distintos escenarios donde los estallidos violentos, junto con los movimientos migratorios, truncan el desarrollo de sujetos con potencial, lo que acarrea que respondan contra la violencia, a veces de manera acertada y a veces con reacciones aún más grotescas. Sus soluciones intentan comunicarse, no sin tensiones, con los entornos que los asfixian. Los sitios de subjetividad que los personajes inventan frente a estos contextos son variados, van desde los dibujos y la creación literaria, hasta el asesinato, suerte de símbolo genésico, y la propagación del sistema gestor de la violencia. Sin embargo, su situación al margen —la cual se remonta a sus migraciones— los priva de resolver positivamente sus conflictos y los desplaza, con lo que se les niega el acceso al cuidado; son, entonces, sujetos heterogéneos, la violencia que sufren se elabora en torno a esta condición de base.

Bibliografía

Bauer, Elaine, y Paul Thomson. «Migración e identidad multiracial». Historia, antropología y fuentes orales, n.o 28, 2002, pp. 33-46.
Bueno Chávez, Raúl. Antonio Cornejo Polar y los avatares de la cultura latinoamericana. Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2004.
Guerra Muente, Martín. «Poderes de la perversión y estética de lo abyecto en el arte latinoamericano». Guaraguao, n.o 34, 2010, pp. 71-88.
Paz Soldán, Edmundo. Norte. Mondadori, 2011.
Rueda, María Elena. «Nombrar la violencia desde el anonimato: relatos testimoniales en contextos de miedo». Revista canadiense de estudios hispánicos, vol. 34, n.o 1, 2009, pp. 227-41.
Valencia, Sayak. Capitalismo gore. Paidós, 2016.
Žižek, Slavoj. Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales. Traducido por José Antonio Antón Fernández. Austral, 2009.

Acerca del autor

Félix Joaquín Galván Díaz

Egresado de la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Actualmente, es estudiante de la Maestría en Letras Hispanoamericanas de El Colegio de San Luis. Se interesa por las representaciones literarias de la memoria, el papel de la literatura en la formación de culturas del recuerdo, la relación entre violencia y literatura, y la teoría literaria latinoamericana.

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Notas al pie:

  1. A lo largo de las próximas páginas rescato conceptos del filósofo esloveno. Ofrezco una explicación breve de ellos: con «violencia objetiva» entiendo las prácticas violentas simbólicas o sistemáticas cuya percepción se ve debilitada debido a su normalización; como «violencia subjetiva» incluyo los eventos visibles, los actos de crimen y terror con un agente que identificable más allá del sistema de violencia objetiva, pues alteran la realidad normalizada; con «universo de sentido» me refiero a la convivencia normalizada, al sistema cerrado en que los individuos y comunidades se desarrollan día a día con una sensación de seguridad, a lo propio; como «práctica de sentido» ubico a las acciones, simbólicas y no encaminadas a mantener inmutable el universo de sentido; finalmente, por «sociedad de riesgo» entiendo a los grupos abiertos, por lo común subalternos, que atentan contra las máximas que brindan cohesión, seguridad y continuidad a los universos de sentido, en resumen, el lugar del que provienen los otros. Para un desarrollo más puntual de los conceptos y su ejemplificación en diferentes circunstancias, véase: Slavoj Žižek, Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales. Traducido por José Antonio Antón Fernández, Austral, 2009.
  2. La propuesta de Raúl Bueno Chávez parte de una revisión sobre Escribir en el aire de Antonio Cornejo Polar, en ésta sistematiza al «sujeto heterogéneo», quien es motivo recurrente en las producciones culturales latinoamericanas y se construye según contradicciones. El «sujeto migrante» posee el grado máximo de heterogeneidad, debido a que los constantes tránsitos o habitares en «zonas de contacto» integran a su identidad componentes culturales de diversos grupos, lo que provoca que se perciban e identifiquen ajenos a las comunidades que los reciben. Véase con especial atención el primer capítulo de: Raúl Bueno Chávez, Antonio Cornejo Polar y los avatares de la cultura latinoamericana. Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2004.