Rogelio Pineda Rojas. Permite que tus huesos se curen a la luz. Mazatlán: Horson, Ediciones Escolares, 2017, 181 pp.
Desde un lugar ominoso, secreto, una suerte de prisión, confesionario o mausoleo, Raymundo Félix sueña despierto, se recuperan sus huesos como cristales rotos, se aclara su visión lentamente; parece recobrarse de un viaje y a la vez volver a él mientras su voz se desdobla como se desdobla la narración de un niño, acotada por esa otra voz, dispuesta a enfrentar de nuevo a los fantasmas del pasado, a admitir emociones vergonzosas, sentimientos atrapados en la carne que lo devoran. Desde este encierro que deja entrever un ritual, una regresión purificadora, poco a poco el recuerdo de la infancia surge vívido gracias a las palabras, siempre precisas, que detallan cada visión.
Muchos escritores, sospecho, nos dedicamos en un momento u otro a escribir sobre la infancia en un intento tal vez por recobrarla, por asirla y plasmarla en el papel, asimilarla y darle sentido a través de un lenguaje nuevo, intrincado. Todos fuimos niños alguna vez, dijo Saint-Exupéry, aunque pocos lo recuerden, y la infancia, como los libros, son difíciles de procesar y digerir, de recordar y evocar. Es un ejercicio traicionero, rememorar la infancia, con sus desproporcionados triunfos y humillaciones, sus tesoros y sus pérdidas; es, queremos creer, la época de la fantasía, pero como el libro de Rogelio Pineda Rojas demuestra, es también la época del realismo más descarnado, más demoledor, del aprendizaje violento y de la decepción recurrente y sin medias tintas. En Permite que tus huesos se curen a la luz, novela ganadora del Premio Binacional Valladolid a las Letras, Rogelio Pineda nos lleva justamente a esa etapa de la vida en que la cotidianidad es un estado constante de indefensión ante el mundo monstruoso de los adultos, aunque también un estado de descubrimiento sucesivo, en donde todo es hecho y visto por primera vez: atarse las agujetas es la mayor prueba de destreza e independencia, jugar a las luchas con el padre es un idilio, reparar el juguete descompuesto nos convierte en sabios y todopoderosos.