Empiezo con una noticia de hace algunos años, o más bien con un dato que al haber perdido la inmediatez ha dejado de ser noticia: como muy pocos lectores de aquí saben, pues ya tenemos bastante con los libros que debemos leer y con los libros que nos gusta leer y a los cuales nos dedicamos de manera desinteresada o laboral, el dos de julio del 2013 apareció de forma póstuma la autobiografía de Jenni Rivera, y he de confesar que nunca pensé que alguna vez iba a teclear este nombre. Desde hace varias décadas no es extraño que en el mundo editorial se publiquen este tipo de libros, las autobiografías y biografías autorizadas o no autorizadas de personajes de la farándula inundan las mesas de novedades de librerías, centros comerciales y puestos de periódicos, después pasan a los saldos y acaban sus días en las librerías de viejo, conviviendo con manuales de autoayuda y recetarios de jugoterapia. Lo que llamó mi atención de esta vieja noticia no es el título del libro, ni el epíteto de la cantante (los omito ambos por un dejo de pudor), sino el volumen de ventas alcanzado desde la primera semana de publicación: el libro apareció en inglés y en español, en pasta dura y blanda, además de una “versión exclusiva para Walmart en los dos idiomas” y dos ediciones electrónicas; sin contar estas últimas, se vendieron casi 20 mil ejemplares en menos de cinco días y esto sólo en Estados Unidos, con lo cual se convirtió en el libro de no ficción más vendido en ese país. Desafortunadamente, no hay datos sobre cuántos ejemplares se vendieron en México y otros países de América Latina, ni tampoco sobre la demanda del libro electrónico. Ahora bien, no caeré en el facilismo de confundir volumen de ventas con volumen de lectura, pues sabemos que no todos los libros que se compran se leen, pero también estamos conscientes de que ciertos libros tienden a prestarse más fácilmente que otros, y supongo que esta autobiografía forma parte del grupo de publicaciones que encuentran en el intercambio una más de sus vías de circulación, como las revistas que hojeamos en estéticas y peluquerías o el famoso libro vaquero.
Así pues, supongamos que de esos 20 mil sólo la cuarta parte fueron leídos en su totalidad, olvidémonos de los préstamos, canjes y fotocopias (¿alguien habrá fotocopiado este libro?), y aún nos quedan cinco mil lectores decididos; al comparar esta cifra con el tiraje promedio de una editorial mexicana dedicada a la publicación de “literatura seria”, observaremos que la media es de 1500 ejemplares, conjeturando que todos sean vendidos pero sólo la cuarta parte sean leídos por completo, llegaremos a la cantidad de 350 lecturas. Pero demos un paso más allá y consideremos el promedio de ejemplares que se imprimen de una publicación académica por parte de las editoriales universitarias, en el mejor de los casos las ediciones son de 500 volúmenes, aunque Escalante Gonzalbo señala que en Cambridge y Oxford la cantidad se reduce a 250; quedémonos con nuestros 500 y demos por hecho que sólo la cuarta parte de estos son leídos, que no comprados, para llegar a 125 lectores especializados o en vías de serlo sobre un tema en particular. Este último número representa el 2.5% de los cinco mil lectores de la autobiografía póstuma, una cifra muy pequeña pero de manera alguna nula o insignificante. Estoy consciente de la arbitrariedad del cálculo propuesto, pero lo presento porque sirve para dar una idea de dos aspectos que me interesa destacar aquí: en primer lugar, la lectura no es una actividad que esté desapareciendo, historiadores del libro como Chartier y Darton, teóricos como Jean-Marie Schaeffer y sociólogos como el ya mencionado Escalante Gonzalbo, afirman que en ningún momento anterior se escribieron, editaron y leyeron tantos libros y publicaciones diversas como ahora, lo cual se debe no sólo a los intereses económicos de las industrias culturales, sino también al incremento sostenido en los niveles de alfabetización a escala global. En segundo lugar, los números me permiten señalar la evidente separación entre los intereses de los tipos de lectores, lo cual se debe no sólo a que unos sean “de a pie” y otros “especializados”, sino que también debe considerarse el desplazamiento de la literatura y la cultura en las prioridades de las sociedades actuales.