Si entendemos, como afirma Patricia Waugh, que la metaficción es aquella: “escritura ficcional que, de forma consciente y sistemática, atrae la atención a su estatus como artefacto [literario] para formular preguntas sobre la relación entre ficción y realidad. Al hacer una crítica sobre sus propios métodos de construcción, tales escritos no sólo examinan las fundamentales estructuras narrativas, también exploran la posible ficcionalidad del mundo fuera del texto literario” (Metaficcion 2), tan sólo por la configuración del personaje-narrador de El Gordo, Las bestias y Río Quibú reclaman su estatuto de metaficciones. Cuando dicho personaje se postula como autor ficcional de las mismas y, sobre todo, cuando Menéndez introduce su ensayo sobre el devenir de la isla tras el fallecimiento de El General, el carácter metaficcional de las novelas resalta su naturaleza de “discurso frontera”, un tipo de escritura que dramatiza su posición entre la ficción y la crítica literaria (Currie Metaficcion).
En esta lógica, me gustaría resaltar que entre ambas novelas hay una diferencia en cómo Menendez introduce y emplea a El Gordo como personaje y narrador-escritor ficcional. En Río Quibú la presencia de El Gordo atraviesa la novela en diferentes formas siempre como mediación de la historia:
-Se alterna la narración en tercera persona (focalizada principalmente en Claudio) y la primera persona (el Gordo testigo y narrador-escritor).
-Se enfatiza cómo el Gordo logra conocer toda la información de la historia a partir de fuentes distintas: Claudio, Bill, el diario, la Tesis.
-Su intervención en los sucesos narrados es como confidente o facilitador; si decide malinformar a Bill es porque éste lo insulta, no por un interés en obstruir el asesinato de Claudio.
Todo ello evidencia constantemente y de manera lúdica la consciencia de El Gordo como autor del relato y mediador de la narración, y por ende, el carácter de artificio de la ficción. Ello resulta en una serie de “comentarios críticos” (Dällenbach) o “metacomentarios” (Jameson-Hutcheon), esto es, aquellos discursos teórico-críticos de las narraciones (auto)reflexivas que pueden aparecer de manera abierta o encubierta, y funcionan ya sea como una instrucción de lectura de la obra que lo alberga o bien, para dennotar la consciencia que los personajes o la trama tienen sobre el artificio literario. Por ejemplo, tras salir victorioso de la confrontación con Jack, El Gordo felicita a Claudio “por aquel inesperado giro dramático” y afirma que la suya “es una buena historia y voy a escribirla” (Las bestias 86); o cuando el narrador (El Gordo) señala que “el Gordo se siente sometido a la técnica de distanciamiento (brechtiana), y decide oponerle el recurso del método (de Stanislavsky) colocándose dentro de su personaje y pidiendo una rápida explicación del problema” (87). O finalmente, cuando al encontrar muerto a Claudio en propio departamento el narrador señala “le digo al muerto que él va a ser un personaje difícil” (129). En este caso no hay una instrucción de lectura, sino una lúdica puesta en evidencia del carácter ficcional de los personajes y del relato en tanto artificio literario. A lo anterior se suma la estructura misma de la novela: La Trama ‒lo narrado por El Gordo-testigo‒, un Epílogo a la trama ‒sobre el hallazgo de Claudio muerto en su departamento y del diario de los últimos días de aquél‒, el Diario ‒de Claudio‒ y La Oscuridad (fragmento de la Tesis) ‒supuestamente de Claudio, pero que sirve como verdadero Epílogo a la novela.
En cambio, en Río Quibú El Gordo aparece como personaje hacia la mitad de la novela; no es sino hasta los últimos capítulos que se devela el cambio cualitativo más sustancial del recurso de este personaje-escritor por parte de Menéndez. El Gordo interviene en el desarrollo de los sucesos con el objetivo, primero, de salvar el pellejo, y segundo, de encontrar un final para su puesta en trama, por lo que, deducimos, es nuevamente el artífice ficcional del relato. El teniente Aristóteles ha mandado a Junior a intentar asesinar a El Gordo; éste descubre la conspiración, manda torturas y eliminar al teniente y pregunta Junior el motivo del intento de asesinato. Es para desmentir la acusación del asesinato de Julia que El Gordo anuncia (para cerrar el capítulo 34) su injerencia ficcional en la puesta en trama: “Ahora te voy a contar quién fue el que mató a tu madre, qué sentía y cómo lo hizo.” (146), para, acto seguido, enmarcar en el capítulo 35 dicho relato.
En el capítulo 36 y final de Río Quibú El Gordo interviene directamente en los hechos, los provoca; aún más, se prepara para las diferentes posibilidades de acción a las que pueden optar Junior y Yoni. Primero, El Gordo revela que Yoni le ha contado sobre el asesinato de Julia a) porque se lo pidió El Gordo para escribirlo y b) para que Junior se enterara e intentar conseguir su perdón; segundo, pregunta Junior si mataría a su padrastro, éste contesta afirmativamente; El Gordo se congratula, pues, afirma “Mi intuición nunca falla…, dicen que no se debe intervenir en la trama con otra cosa que no sea la trama misma”. Tercero, traen al Yoni y El Gordo ofrece un arma a Junior para que convierta en acción su amenaza “cuando mis muchachos iban a despacharlo, se me ocurrió que no debía matar todavía a Yoni el Rubio…, todo sea los por los giros de la trama. Aquí lo tienes, ahora podrás cumplir tu venganza” (153). Cuando Junior se niega efectivamente a matar a su padrastro, El Gordo aplaude “los giros inesperados” (154), pregunta a Junior cómo quiere ser cocinado al día siguiente y ofrece ahora el arma a Yoni, su sobrevivencia en libertad a cambio de la muerte de su hijastro. La frase final de la novela reza así: “Cuando el Yoni alza el revólver llorando con su ojo asimétrico y pidiéndome perdón, sé que ya estoy muerto.” (155).
La narración que subyace entre Las bestias y Río Quibú es la del devenir escritor de El Gordo; si en la primera novela hay una preocupación mayor por la construcción de los personajes y por el dominio de la instancia narrativa, en Río Quibú destaca su trabajo en la puesta en trama al grado de intervenir en el desarrollo de los hechos a fin de dar un final contundente a su novela “todo sea por los giros de la trama” (Río Quibú 153).