El cuerpo disidente
Entonces, Zoila de Fruta podrida decide renunciar a la cura para salirse de este entramado complejo del mercado biológico y se opone a servir a un sistema en que las transacciones comerciales han determinado su valor. Zoila, como dice Barrientos, se posiciona como una grieta y podredumbre frente a la perfección que el capitalismo tardío necesita (Barrientos 123). Se reapropia de su cuerpo usando la enfermedad, no sólo abandonándose a ella, sino haciendo mediaciones dobles con su cuerpo y la escritura, es decir, utiliza como “medium” la poesía para comprender su enfermedad y convertirla en algo subversivo, disidente. [iii]
Si el cuerpo es un lugar para la inscripción, entonces la enfermedad es una escritura sobre la piel y el organismo de Zoila, de tal manera que ella luce “desgarbada”, “flaca”, “ojerosa”; Zoila, quien tiene más “hambre que posibilidades de saciarla” (Meruane 35), es desobediente, subversiva, una “fruta prohibida” que se niega a recibir tratamientos, sabotea los exámenes médicos y, cuando se “exporta” al país del Norte, sabotea las investigaciones del Gran Hospital cuya producción explota los cuerpos de “criaturas envueltas en sábanas” (132). La enfermedad forma parte de la identidad de Zoila que en ella hace inscripciones: “La enfermedad es mía, no dejaré que me la quiten, advierto” (78). Por ejemplo, hay un pasaje en que Zoila no pude rascarse el pie debido a la bota de yeso que lo envuelve por lo que toma unas tijeras y comienza a rascarse: “Qué alivio cuando empujas la tijera más adentro, cuando vas rasurando células muertas. Qué sorpresa cuando ves aparecer sangre en la hoja. Es tuya esa sangre que corre tijera abajo hasta untarte la mano” (124). La sangre, la herida y la putrefacción son los signos e inscripciones más evidentes de la diabetes que padece Zoila, pues a lo largo de la novela aparecen metáforas relacionadas con lo podrido y descompuesto, además de constantes menciones a los pies, como en el relato de la anciana cuyas extremidades inferiores fueron amputadas (60-62), los “sabañones” que aparecen en los pies (82) y el pie inexistente de un cuerpo sin “punto final” (185). La ceguera es otro signo de la enfermedad que se hace más presente cuando Zoila platica con el Enfermero en una plaza y aparece un grupo de ciegos tocando latas: “Están tocando todos juntos sus tarros […]. Los observo con los ojos borrosos, los reconozco instalados en la esquina” (98).
Sozialistisches Patienten Kollektiv declara que “la terapia correcta para este desarrollo social [el de la medicalización de la vida y el bio-valor] es la socialización de los medios de producción […] lo cual es también una lucha por la apropiación colectiva de la ciencia […] Por lo tanto, los enfermos deben tomar la ciencia en sus propias manos” (SPK 12). Entonces, Zoila se apropia de la ciencia médica no como medio de producción, sino como un medio de simbolización y significación de la vida.
Debido a esto, Zoila se apodera del lenguaje médico y del lenguaje de su cuerpo para “descomponerlo”, puesto que la literacy médica marca una fuerte división social entre pacientes/enfermos y médicos y también marca una división fundamental del cuerpo y del sujeto, es decir, una “desencarnación” para fines comerciales. La Menor describe la jerga médica como una “lengua enredada” (Meruane 46) que se adhiere a un discurso específico: “Estos médicos son de diversos países, pero todos hablan una misma lengua: el idioma del corte y la confección donde la intrincada dicción parece coser las palabras en un solo hilo que yo no sé desenredar del todo. Entre ellos, en esa lengua de distintos acentos, discuten mi caso”[iv] (Meruane 72). Y más adelante, en el último capítulo, la Enfermera se describe a sí misma con una “retorcida retórica” (141).
Para zanjar esta división que le impide apropiarse de su cuerpo, Zoila recurre a la poesía: “Enrosco las tapas. Abro mi cuaderno y anoto frases que luego descompongo en versos mientras espero la llegada del Enfermero” (58). En este pasaje (y otros dentro de la novela), se relata que Zoila debe escribir en un cuaderno los resultados de las tiras reactivas que utiliza para medir la cantidad de azúcar en su sangre, lo que come, las inyecciones de insulina, el color de su orina, etcétera. Sin embargo, utiliza este cuaderno para escribir poesía y anexar mapas (46), noticias sobre plagas, hospitales y economía. Conforme avanza la novela y el Enfermero le esclarece algunos temas sobre medicina y ciencia, sus cuadernos conforman un lenguaje propio, ecléctico y subversivo:
[…] todos esos cuadernos llenos de mapas, de poemas, de recortes sobre hospitales y enfermedades; todos esos cuadernos de composición donde has anotado y memorizado los síntomas y diagnósticos, cuadernos que te han convertido en la especialista en células, en complejos sistemas defensivos, en mutaciones virales y en la resistencia de las bacterias… El lenguaje del organismo es el único que verdaderamente comprendes: ese idioma es tu única lengua y es tu mejor arma” (124).
Estos escritos, llamados “cuaderno deScomposición” no aparecen íntegros, sino únicamente los poemas que están dentro de la novela como un texto metadiegético que guía una lectura de la misma localizados entre capítulos o mencionados por la Enfermera (183). Destaca el siguiente poema: esta espera saturada / de consonantes y síntomas y / notas conjeturales y pistas / falsas o verdaderas; / esta espera con su S intercalada / entre sustantivos / esa ese / descomponiendo mi cuaderno / entre mis dedos / manchando la superficie cuadriculada / de mi cuerpo” (55). Zoila pone en relación de equivalencia al lenguaje y la enfermedad cuando menciona las consonantes y los síntomas. La “S intercalada” es la “s” de “síntomas”, y la “ese” de la sinécdoque utilizada para hablar de la enfermedad y su lenguaje. Luego, la metáfora del cuerpo como espacio para la escritura: “la superficie cuadriculada de mi cuerpo” haciendo alusión al propio cuaderno cuadriculado que es su cuerpo y la “S” unifica ambas ideas y tiende un puente que enlaza escritura, enfermedad y cuerpo: “esa ese descomponiendo mi cuaderno” es la diabetes que fermenta/descompone la escritura y el cuerpo. Esto confirma la hipótesis: Zoila utiliza la enfermedad para reapropiarse de su cuerpo, arrebatándolo del “gran mercado humano abierto las veinticuatro horas” (160) y, al mismo tiempo, interrumpiendo la producción de biovalor; detiene la acumulación capitalista de la iatrogénesis social mediante la enfermedad, porque ésta produce fuerza laboral no explotable para el capital (SPK 60) y crea un lenguaje, que inscribe tanto en su cuerpo como en la literatura, para introducirse en la literacy médica-científica y posteriormente subvertirla y descomponerla.
En mi opinión, Fruta podrida es una novela que reflexiona sobre la salud como una industria que está coludida con la economía y el capital. Zoila utiliza la poesía y su “cuaderno deScomposición” para apropiarse de la enfermedad y del lenguaje médico para subvertirlo, para “descomponerlo” con la finalidad de rechazar la encarnación hegemónica, es decir, la encarnación de un cuerpo sano, higiénico y eficiente para la industria o la encarnación del paciente que, como un buen salvaje, obedece y acata a los médicos. La poesía funciona a modo de puente para unir la experiencia de la diabetes –cuya expresión material se inscribe sobre el cuerpo de Zoila– con los actos subversivos de una fruta “extremadamente peligrosa” (121). Además, propone nuevas metáforas del cuerpo y, aunque tales no se abordaron en esta ocasión, están presentes. Por ejemplo, desde el comienzo de la novela hay constantes metáforas relacionadas al campo y la fruta: “la tarde se había vuelto ciruela” (14), “Zoila era un bicho recién fumigado” (15), “la menor estaba fermentando” (18) y “Quedaron con las raíces al aire…” (íbidem). Estas metáforas yuxtaponen la explotación del campo y la doble explotación del cuerpo en el Galpón y el Hospital. Meruane, además, forma parte de una tradición de literatura patognóstica en Latinoamérica, y de una tradición teórica sobre el cuerpo y la biopolítica, misma que encuentra sus ecos más próximos en las brillantes propuestas de Diamela Eltit y Pedro Lemebel, propendiendo con ello a la nutrida tradición literaria chilena sobre la narrativa del cuerpo. Fruta podrida es una novela importante porque aborda los problemas del cuerpo (la encarnación) dentro del contexto neoliberal y postdictatorial en Chile y critica el modelo económico y social que sigue vigente desde la dictadura pinochetista.