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El cuerpo mercantilizado y el cuerpo disidente en Fruta podrida de Lina Meruane

Cuerpo mercantilizado en Fruta podrida

Fruta podrida es una novela que narra desde tres perspectivas diferentes la historia de las medias hermanas María y Zoila en el Chile de la postdictadura. María trabaja como agroquímica en una empresa frutícola que exporta al extranjero mientras Zoila, su hermana menor, cae en un coma diabético y es llevada al hospital para ser atendida. Sin tener dinero para pagar los tratamientos, el director de hospital le ofrece un trato: hacer investigaciones con la enfermedad de Zoila para buscar una cura y, al mismo tiempo, que María procreé hijos para luego ser donados a la ciencia, una siniestra labor por la que esta última recibirá una compensación económica. Sin embargo, Zoila se opone por completo y desde el principio manifiesta resistencia tanto al tratamiento como a ser usada para las investigaciones de los médicos extranjeros. Conforme avanza la trama, ambas hermanas se distancian y el nudo de la historia llega cuando María, harta de la explotación laboral, decide sabotear la producción de fruta. Perseguida por la policía, María regala el dinero que guardaba a Zoila para que esta última huya al Norte. Cuando llega al Gran Hospital del Norte, Zoila emprende actos subversivos contra las investigaciones llevadas a cabo en los cuerpos de los niños que ahí estaban internados, mismos que posiblemente eran los niños que María donaba al Hospital.

En la novela de Lina Meruane, como se demostrará, se despliega el cuerpo mercantilizado por la industria médica y comercializado a nivel industrial:

el cuerpo del individuo y todas sus funciones están llamadas a estar al servicio de mercados biológicos emergentes en donde la supuesta libertad que otorga el neoliberalismo es en realidad una estrategia discursiva para el máximo aprovechamiento de acciones materiales o intelectuales, fluidos, órganos y tejidos del cuerpo… (Thorndike 72).

Este mercado biológico que denuncia Thorndike es consecuencia de la incursión de la ciencia médica en la cultura, la sociedad y la economía. La medicina se ha convertido en un monopolio que hace de la salud un artículo de consumo, fenómeno que Iván Illich llama “iatrogénesis social[i] (564). Tal pacto comercial entre instituciones médicas y mercado se deja entrever en la novela cuando el Enfermero relata cómo surgió el Hospital a raíz de una negociación:

Esa misma tarde [el Médico] negoció por horas la venta de las instalaciones, decidido a conseguir suficiente dinero para construir un hospital de avanzada en el campo […] Había sido parte de su hábil negociación con los ingenieros de la fruta, conseguir que los mismos camiones que partían cargados del Galpón regresaran abarrotados de aparatos para el hospital (Meruane 83).

Justamente en la novela se nota que la trama está orientada y gira alrededor del hospital y la enfermedad, pues desde el principio, los personajes establecen una fuerte relación con la salud, la economía y la industria. María exclama al Médico que “no tiene plata” para pagar el tratamiento:

María se levantó con náuseas: iba a tener una enfermedad metida dentro de su propia casa, la enfermedad se le había colado y no había manera de erradicarla […] ¿sólo controlarla hasta que llegara el momento y la tecnología del transplante hiciera posible la cura? ¿Pero cómo iba a pagarlo? […] No tendría nunca suficiente plata, no le alcanzaría… (Meruane 28).

Y una escena anterior, hablando con el Médico, María observa una ilustración de anatomía humana en la oficina y evoca en su mente la imagen del cuerpo como una línea de producción, una industria laboriosa:

Y la Mayor observaba ese diagrama del cuerpo imaginando una sofisticada planta procesadora provista de esfínteres de entrada y esfínteres de salida, de intestinos distribuidores, de fajas transportadoras y de arterias […] había almacenes y oficinas donde se elaboran las estrategias de producción. Una máquina perfecta (25)

Aunque la última frase sobre la “máquina perfecta” nos remite al sujeto moderno, lo cierto es que la descripción se asemeja al cuerpo neoliberal que se produce para la industria médica, ya que SPK (Sozialistisches Patienten Kollektiv por sus siglas en alemán) sugiere que la enfermedad —dentro del sistema sanitario conformado por instituciones de salud, farmacéuticas, investigación y facultades de medicina— es devuelta al capital y a la industria mediante el acto de convertir, por varias vías, a la propia enfermedad en un objeto mercantilizado (SPK 78). Una de ellas es la “toxicomanía” que Illich describe como el impulso de recetar medicamentos y poner al alcance de la población los productos de las empresas farmacológicas (Illich 589), por ejemplo, el Médico en Fruta Podrida:

¿Calcio?, preguntó su voz, ¿fierro, vitaminas?, y alcanzándole una caja le dijo que se tomara una pastilla cada mañana o se le caerían los dientes. Es caro el injerto de dientes, son aún más caras las coronas, dijo el Médico. Muy caros los trasplantes, dijo. Tómese esto, dijo. Muestras médicas, agregó, impaciente, un regalo que le hace la industria farmacéutica del Norte, y sus dedos amasaban otra cápsula” (Meruane 23).

También María, la hermana Mayor, participa de esa toxicomanía al tomar compulsivamente vitaminas y medicamentos: “Cuando me acerco veo sus largos dedos ordenando las botellas de tabletas en el mueble de los espejos; las organiza por colores […] masculla con la cara iluminada, con una pastilla entre las muelas. Toma agua. Se sienta flaca como nunca en el borde de la tina, se traga juntas otras tres pastillas” (57). Resulta irónico que más adelante La Mayor ordena que Zoila tome una vitamina porque cada día está “más desgarbada”, aunque María es la que luce “desinflada, envejecida”, pues el papel de la medicina, como dice SPK, no es la salud del paciente, si no mantener explotable a la fuerza laboral y generar plusvalor con la enfermedad para la industria (SPK 60).

Otra vía de mercantilizar la enfermedad, y por ende el cuerpo, es con la investigación médica y la práctica de exámenes médicos que robustecen “la creencia de que la gente son máquinas cuya duración depende de visitas al taller de mantenimiento” (Illich 611 y 612). Por ejemplo, en Fruta podrida, Zoila es objeto de investigaciones por su padecimiento autoinmune y ella “dona” sus fluidos, como su orina y su sangre: “Esas son las botellas donde esa otra que yo soy, esa otra llamada Z.E.C., dona obedientemente su orina para análisis microscópico […] El Enfermero comparece siempre para extraer y llevarse algo de mí: las botellas llenas, la sangre de mis venas” (Meruane 58). Posteriormente esas muestras las analizan los “médicos del Norte” y engrosan el conocimiento de la industria médica que luego emitirá recetas nuevas, nuevos tratamientos y dispositivos tecnológicos (40).

Por último, el papel de los médicos implica la medición del valor biológico y fisiológico de las personas bajo la lógica del capital (SPK 68) y son ellos quienes determinan quién está enfermo o sano, aunque ambos espectros, sanos y enfermos, entran dentro del mismo marco de referencia como “clientes” (Illich 624); por lo tanto, la iatrogénesis social socava otros modos de vida fuera del imperativo higiénico, considerando como subversión abrazar al dolor, la invalidez, la vejez y la enfermedad (640). En un breve pasaje de la novela se describe una escena que concuerda con los postulados tanto de SPK como de Illich:

En tres meses le rendirá [María] cuentas a la junta de Médicos. Les pedirá explicaciones porque nada de lo que me recomiendan parece funcionar en mi tratamiento […] la junta levanta los hombros, suelta un distraído no se preocupe, un quizá, un posiblemente algún día podamos ayudarla si es que la enferma colabora” (Meruane 41).

Así, mediante la iatrogénesis social y la construcción de una subjetividad neoliberal, el cuerpo es mercantilizado y llevado al mercado global por partes o fluidos:

No sabes lo que dices, me dice el Médico, y vas a arrepentirte. No debemos ni podemos quedarnos atrás. En todas partes, en todas las ciudades del mundo, en este preciso instante, hay personas como tú recibiendo órganos enteros o pedazos de órganos por desconocidos… El transplante es simplemente una técnica que viaja de un lugar a otro, como también un órgano se desplaza de un cuerpo a otro (Meruane 86).

Esta visión del cuerpo vendido y transportado por partes es llevada al extremo por María, quien hace “donaciones anuales a la ciencia”, es decir, cada año María pare hijos que entrega al Médico con el propósito de que éste haga experimentos con ellos y él, en retribución, le paga dinero que posteriormente usará para adquirir mercancías: “Este dinero es la casa de María con cada uno de sus ladrillos, puertas de madera y ventanas, la casa con un impermeable tejado que proteja los enseres importados, el televisor a colores, el refrigerador de dos puertas…” (101). Lo anterior es, como menciona Thorndike y se citó antes “poner el cuerpo y sus funciones al servicio del mercado”, pues María utiliza su propio cuerpo como moneda de cambio para consumir productos y servicios.

El cuerpo encarnado

El cuerpo, según Wegenstein es el medio indispensable de la experiencia y el recurso para toda actividad humana (19) y también es un lugar de inscripción. Wegenstein hace la distinción entre el cuerpo como “lo biológico dado” y la encarnación, es decir, la materialización del cuerpo dentro de un entramado de especificidad espacial, temporal y cultural (21), pues cada cultura en diferentes tiempos “despliega la medialidad del cuerpo en formas radicalmente diferentes” (33). Haciendo un resumen: la encarnación del cuerpo en Fruta podrida y su medialidad se mueve entre la somatización del cuerpo como capital individual, como una propiedad en la que se puede invertir y extraer ganancias, o la que utiliza el lenguaje y la escritura para desestabilizar el sistema que mercantiliza los cuerpos. Hay dos momentos en la novela que son claves para entender la especificidad de la encarnación de un cuerpo mercantilizado. El primero después de la escena en la que Zoila sufre un “bajón” de azúcar tras inyectarse insulina y luego, por su necesidad de comer, muerde a María:

Tras vendarse la herida, tras vomitar a puerta cerrada y secarse el sudor de la frente mi hermana se irá arrastrando sus gruesos zapatos negros hacia el Galpón en el campo: a trabajar. Lleva el uniforme gris cada mañana más apretado en la cintura, y las grandes iniciales de la Empresa impresas a lo ancho de su espalda se desvanecen junto a su silueta por el camino hasta que también María se disuelve (Meruane 39).

En el pasaje anterior hay un cuerpo herido y enfermo que debe ocultarse para ir a trabajar y negar su propia encarnación e identidad bajo los zapatos negros y el uniforme gris con las iniciales de la “Empresa”. María se desvanece y asume la identidad y la corporalidad “del gesto eficiente” impuesta por el Galpón: “Deja de ser mi hermana […] la que entra por las puertas enrejadas del Galpón […] es otra, es la Mayor” (39). Además, La Mayor hace de su cuerpo un capital individual para extraer ganancias con los bebés que cada año da a luz: “[…] revelarme el destino clínico y hasta comercial de las incontables criaturas que ha parido mi hermana” bajo el pretexto de solventar el tratamiento de Zoila y posteriormente usando esas ganancias para consumir bienes.

¿Y qué inscripciones determinan la medialidad de un cuerpo mercantilizado? La inscripción de las letras de la “Empresa” sobre el uniforme en la espalda de María corresponde al ámbito industrial, aunque la medicina también constantemente busca imprimir sus signos sobre el cuerpo de Zoila. Meruane utiliza la metáfora de las células y los cuerpos extraños para referirse a las inscripciones médicas sobre los cuerpos: “Se quita los lentes y mientras su párpado se agita me pregunta si querría entrar en un procedimiento experimental de transplante de células ¿Células de…? De insulina, contesta el médico sin dejarme terminar la frase. ¿Células de quién? Del hospital, dice sin inmutarse” (85). Zoila es sometida a distintos tipos de exámenes clínicos y ensayos (tiras reactivas, exámenes de orina, aparatos para medir el azúcar en la sangre, la junta médica) que tienen por finalidad capitalizar su enfermedad; también medializar su dolencia e imponerle un lenguaje extraño que intenta dividir a Zoila de su cuerpo para considerar su padecimiento como lo Otro, lo extraño, como las células anónimas del Hospital dentro de sí misma: “el Médico General se chupará otra pastilla y querrá revisar una vez más ese cuaderno de composición donde yo anoto la comida, la dosis, los colores desplegados por las tiras reactivas en la orina. Pedirá más exámenes de sangre que saldrán otra vez alterados…” (41). En Fruta podrida, por lo tanto, se ejerce un control del cuerpo también desde la escritura,[ii] el discurso de la ciencia y la medicina. Sin embargo, Zoila descompone ese lenguaje y lo subvierte, como se verá más adelante.

El cuerpo disidente

Entonces, Zoila de Fruta podrida decide renunciar a la cura para salirse de este entramado complejo del mercado biológico y se opone a servir a un sistema en que las transacciones comerciales han determinado su valor. Zoila, como dice Barrientos, se posiciona como una grieta y podredumbre frente a la perfección que el capitalismo tardío necesita (Barrientos 123). Se reapropia de su cuerpo usando la enfermedad, no sólo abandonándose a ella, sino haciendo mediaciones dobles con su cuerpo y la escritura, es decir, utiliza como “medium” la poesía para comprender su enfermedad y convertirla en algo subversivo, disidente. [iii]

Si el cuerpo es un lugar para la inscripción, entonces la enfermedad es una escritura sobre la piel y el organismo de Zoila, de tal manera que ella luce “desgarbada”, “flaca”, “ojerosa”; Zoila, quien tiene más “hambre que posibilidades de saciarla” (Meruane 35), es desobediente, subversiva, una “fruta prohibida” que se niega a recibir tratamientos, sabotea los exámenes médicos y, cuando se “exporta” al país del Norte, sabotea las investigaciones del Gran Hospital cuya producción explota los cuerpos de “criaturas envueltas en sábanas” (132). La enfermedad forma parte de la identidad de Zoila que en ella hace inscripciones: “La enfermedad es mía, no dejaré que me la quiten, advierto” (78). Por ejemplo, hay un pasaje en que Zoila no pude rascarse el pie debido a la bota de yeso que lo envuelve por lo que toma unas tijeras y comienza a rascarse: “Qué alivio cuando empujas la tijera más adentro, cuando vas rasurando células muertas. Qué sorpresa cuando ves aparecer sangre en la hoja. Es tuya esa sangre que corre tijera abajo hasta untarte la mano” (124). La sangre, la herida y la putrefacción son los signos e inscripciones más evidentes de la diabetes que padece Zoila, pues a lo largo de la novela aparecen metáforas relacionadas con lo podrido y descompuesto, además de constantes menciones a los pies, como en el relato de la anciana cuyas extremidades inferiores fueron amputadas (60-62), los “sabañones” que aparecen en los pies (82) y el pie inexistente de un cuerpo sin “punto final” (185). La ceguera es otro signo de la enfermedad que se hace más presente cuando Zoila platica con el Enfermero en una plaza y aparece un grupo de ciegos tocando latas: “Están tocando todos juntos sus tarros […]. Los observo con los ojos borrosos, los reconozco instalados en la esquina” (98).

Sozialistisches Patienten Kollektiv declara que “la terapia correcta para este desarrollo social [el de la medicalización de la vida y el bio-valor] es la socialización de los medios de producción […] lo cual es también una lucha por la apropiación colectiva de la ciencia […] Por lo tanto, los enfermos deben tomar la ciencia en sus propias manos” (SPK 12). Entonces, Zoila se apropia de la ciencia médica no como medio de producción, sino como un medio de simbolización y significación de la vida.

Debido a esto, Zoila se apodera del lenguaje médico y del lenguaje de su cuerpo para “descomponerlo”, puesto que la literacy médica marca una fuerte división social entre pacientes/enfermos y médicos y también marca una división fundamental del cuerpo y del sujeto, es decir, una “desencarnación” para fines comerciales. La Menor describe la jerga médica como una “lengua enredada” (Meruane 46) que se adhiere a un discurso específico: “Estos médicos son de diversos países, pero todos hablan una misma lengua: el idioma del corte y la confección donde la intrincada dicción parece coser las palabras en un solo hilo que yo no sé desenredar del todo. Entre ellos, en esa lengua de distintos acentos, discuten mi caso”[iv] (Meruane 72). Y más adelante, en el último capítulo, la Enfermera se describe a sí misma con una “retorcida retórica” (141).

Para zanjar esta división que le impide apropiarse de su cuerpo, Zoila recurre a la poesía: “Enrosco las tapas. Abro mi cuaderno y anoto frases que luego descompongo en versos mientras espero la llegada del Enfermero” (58). En este pasaje (y otros dentro de la novela), se relata que Zoila debe escribir en un cuaderno los resultados de las tiras reactivas que utiliza para medir la cantidad de azúcar en su sangre, lo que come, las inyecciones de insulina, el color de su orina, etcétera. Sin embargo, utiliza este cuaderno para escribir poesía y anexar mapas (46), noticias sobre plagas, hospitales y economía. Conforme avanza la novela y el Enfermero le esclarece algunos temas sobre medicina y ciencia, sus cuadernos conforman un lenguaje propio, ecléctico y subversivo:

[…] todos esos cuadernos llenos de mapas, de poemas, de recortes sobre hospitales y enfermedades; todos esos cuadernos de composición donde has anotado y memorizado los síntomas y diagnósticos, cuadernos que te han convertido en la especialista en células, en complejos sistemas defensivos, en mutaciones virales y en la resistencia de las bacterias… El lenguaje del organismo es el único que verdaderamente comprendes: ese idioma es tu única lengua y es tu mejor arma” (124).

Estos escritos, llamados “cuaderno deScomposición” no aparecen íntegros, sino únicamente los poemas que están dentro de la novela como un texto metadiegético que guía una lectura de la misma localizados entre capítulos o mencionados por la Enfermera (183). Destaca el siguiente poema: esta espera saturada / de consonantes y síntomas y / notas conjeturales y pistas / falsas o verdaderas; / esta espera con su S intercalada / entre sustantivos / esa ese / descomponiendo mi cuaderno / entre mis dedos / manchando la superficie cuadriculada / de mi cuerpo” (55). Zoila pone en relación de equivalencia al lenguaje y la enfermedad cuando menciona las consonantes y los síntomas. La “S intercalada” es la “s” de “síntomas”, y la “ese” de la sinécdoque utilizada para hablar de la enfermedad y su lenguaje. Luego, la metáfora del cuerpo como espacio para la escritura: “la superficie cuadriculada de mi cuerpo” haciendo alusión al propio cuaderno cuadriculado que es su cuerpo y la “S” unifica ambas ideas y tiende un puente que enlaza escritura, enfermedad y cuerpo: “esa ese descomponiendo mi cuaderno” es la diabetes que fermenta/descompone la escritura y el cuerpo. Esto confirma la hipótesis: Zoila utiliza la enfermedad para reapropiarse de su cuerpo, arrebatándolo del “gran mercado humano abierto las veinticuatro horas” (160) y, al mismo tiempo, interrumpiendo la producción de biovalor; detiene la acumulación capitalista de la iatrogénesis social mediante la enfermedad, porque ésta produce fuerza laboral no explotable para el capital (SPK 60) y crea un lenguaje, que inscribe tanto en su cuerpo como en la literatura, para introducirse en la literacy médica-científica y posteriormente subvertirla y descomponerla.

En mi opinión, Fruta podrida es una novela que reflexiona sobre la salud como una industria que está coludida con la economía y el capital. Zoila utiliza la poesía y su “cuaderno deScomposición” para apropiarse de la enfermedad y del lenguaje médico para subvertirlo, para “descomponerlo” con la finalidad de rechazar la encarnación hegemónica, es decir, la encarnación de un cuerpo sano, higiénico y eficiente para la industria o la encarnación del paciente que, como un buen salvaje, obedece y acata a los médicos. La poesía funciona a modo de puente para unir la experiencia de la diabetes –cuya expresión material se inscribe sobre el cuerpo de Zoila– con los actos subversivos de una fruta “extremadamente peligrosa” (121). Además, propone nuevas metáforas del cuerpo y, aunque tales no se abordaron en esta ocasión, están presentes. Por ejemplo, desde el comienzo de la novela hay constantes metáforas relacionadas al campo y la fruta: “la tarde se había vuelto ciruela” (14), “Zoila era un bicho recién fumigado” (15), “la menor estaba fermentando” (18) y “Quedaron con las raíces al aire…” (íbidem). Estas metáforas yuxtaponen la explotación del campo y la doble explotación del cuerpo en el Galpón y el Hospital. Meruane, además, forma parte de una tradición de literatura patognóstica en Latinoamérica, y de una tradición teórica sobre el cuerpo y la biopolítica, misma que encuentra sus ecos más próximos en las brillantes propuestas de Diamela Eltit y Pedro Lemebel, propendiendo con ello a la nutrida tradición literaria chilena sobre la narrativa del cuerpo. Fruta podrida es una novela importante porque aborda los problemas del cuerpo (la encarnación) dentro del contexto neoliberal y postdictatorial en Chile y critica el modelo económico y social que sigue vigente desde la dictadura pinochetista.

Bibliografía

Barrientos, Mónica. «La fisura del espacio y la toxicidad de los cuerpos: El contagio de Guadalupe Santa Cruz y Fruta Podrida de Lina Meruane». Chasqui 44.1 (2015): 91-103.

Breton, David Le. Antropología del cuerpo y modernidad. Buenos Aires: Nueva Visión, 2002.

Illich, Iván. «Némesis Médica». Obras reunidas I. México: Fondo de Cultura Económica, 2006. 531-762.

Liu, Lydia H. «Writing». Mitchell, W.J.T. (ed). Critical Terms for Media Studies. Chicago: The University of Chicago Press, 2010. 310-326.

Mariniello, Silvestra. «Cambiar la tabla de operación». Acta Poética 30.2 (2009): 59-85.

Meruane, Lina. Fruta podrida. Santiago de Chile: Fondo de Cultura Económica, 2007.

Rippl, Gabriele. Handbook of Intermediality. Boston-Berlin: Walter de Gruyter, 2015.

SPK. «Turn Illnes into a Weapon». 2013. Indybay.org. <https://www.indybay.org/newsitems/2013/11/14/18746394.php>.

Thorndike, Jennifer. «Tecnologías del ser improductivo. Biopolítica, bioeconomía y bioliberación en la literatura y el cine latinoamericano del siglo XX». 2017. Publicy Accessible Penn Dissertations. <https://repository.upenn.edu/edissertations/2608>.

Wegenstein, Bernadette. «Body».Mitchell, W.J.T. Critical Terms for Media Studies. Chicago: The University of Chicago Press, 2010. 19-34.

Colaborador invitado

David Paredes Hernández

Es egresado de la carrera de Letras Hispánicas por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Tesista de literatura latinoamericana en temas sobre el cuerpo, el dolor y la enfermedad. Ha publicado reseñas de cine, literatura y series en revistas como Iboga, PrimeraPágina, Morbífica, Nota Random y Cloroformo. También ha publicado poesía y narrativa en las revistas Opción del ITAM y La Colmena de la UAEMX. Tallerista en la APEM y docente en lengua y comunicación en nivel básico. Creador de contenido en el proyecto de Instagram ibooker. Actualmente cursa una estancia de investigación en la Universitat Autònoma de Barcelona.

[1] Illich define la iatrogénesis como las enfermedades, condiciones adversas y desórdenes producidos por un tratamiento médico (542) y especifica tres tipos de iatrogénesis: 1. Iatrogénesis clínica, la que directamente se relaciona con tratamientos clínicos adversos; 2. Iatrogénesis social, aquella en la que el discurso de la medicina se transmite como un modelo sociopolítico que convierte a la salud en un bien de consumo. Además, categoriza, clasifica y ordena a las personas entre sanas y enfermas (564-605); 3. Iatrogénesis cultural: la medicina es una empresa que busca acabar con “todo sufrimiento”, por lo que atrofia la capacidad del ser humano para afrentar el dolor, la invalidez, el envejecimiento y la muerte. A nivel cultural, entonces, los modos de vida que caen fuera de la “salud” (como el dolor crónico, la invalidez, la vejez, etcétera) resultan abyectos y desviados (636-640).

[2] Para Lidya H. Liu, la escritura ejerce control social, territorial y político sobre la población y desde la clase dominante, el estado o imperio, y, se agregaría, desde el mercado (311).

[3] Por “medium” me refiero a lo que Rippl dice que es el lado material de los signos: “…medium refers in a very general sense to the material side of the sign, i.e. its carrier -it is that wich mediates- and the focus is on the question of how this material side of the sign / semiotic system is involved in the production of narrative meaning” (Rippl 17). Respecto a la mediación, Mariniello complementa que el medium se asemeja a un puente que une experiencias, el lugar donde “tiene lugar un fenómeno” (80).

[4] Cursivas mías.

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