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«El cansancio se hereda», conversación con Ana Negri sobre Los eufemismos (México, Antílope, 2021)

«Fue una violencia muy atroz, hija, muy atroz –dice su madre a punto de encender un cigarrillo nuevo–. Hasta el lenguaje nos violentaron: “Proceso de Reorganización Nacional”, le pusieron. Nos cambiaron el significado de todo, nos retorcieron las palabras y nos dieron vuelta el mundo. “Criminales”, nos llamaban los torturadores, los secuestradores… ¡A nosotros! […] Genuinamente instalaron el terror. La capucha, la parrilla, la pileta, lo cotidiano, estaba marcado por ellos, por su violencia, por todas partes. ¿Me entendés?»,

Los eufemismos, p. 1071

     Ana Negri nació en 1983 en la Ciudad de México. Estudió la carrera de Lengua y literaturas hispánicas en la UNAM y luego hizo la maestría en Literatura latinoamericana en esa misma institución. Durante este periodo fue becaria en el COLMEX, donde trabajó para el Programa de poesía del exilio español en México, coordinado por James Valender. Cursó su doctorado en Hispanic Studies en la Universidad McGill, en Montreal.

     Ganó la beca del FONCA en la generación 2017-2018. Su novela, Los eufemismos, fue publicada primero en Chile por la editorial, Los libros de la mujer rota, en el 2020. Vio la luz en nuestro país en el 2021, a cargo de Ediciones Antílope y, en marzo del presente año, circulará en España. Además, el libro será traducido al francés, por Lise Belperron, en Éditions Globe, y al inglés, por Ellen C. Jones, en Charco Press.

     Ha colaborado en varias revistas, tales como Letras libres, La Revista de la Universidad de México, Este país, Oculta Lit, Reporte Sexto Piso y Hoja crítica. Un cuento suyo aparecerá en la antología Mexicanas vol. II, México, Fondo blanco, 2022, también en marzo.

     Los eufemismos narra la pugnaz relación entre Clara, hija de inmigrantes argentinos que huyeron de su país tras la dictadura de 1976, y su madre, una de las víctimas de la catástrofe. La complejidad del vínculo afectivo que une a ambas mujeres se caracteriza por tensar ideas tales como la identidad, el exilio, la memoria, el trauma y la herencia. Se trata de un libro con estructura fragmentaria, en donde abunda la ambigüedad y el empleo de los indicios. No se esclarece cuánto tiempo pasa ni se sabe efectivamente dónde acaba la palabra de la madre y empieza la de la hija. Esto termina por volver porosa la relación entre las dos mujeres, hasta el punto de trastocar el mismo lenguaje: «- Bueno, perdoname, hija, sabés que mamá no quiere molestarte. –  No, a veces no sé, y menos cuando hablas de ti en tercera persona como si fueras una voz en mi cabeza, como si yo sólo fuera el recipiente para lo que tú dices.», (98).

     En palabras de la autora, hay dos líneas centrales que pueden describir la trama del libro, considerando la recepción en los distintos países donde ha circulado: la primera es el tema del exilio y las segundas generaciones después de las dictaduras, en específico la argentina; y la segunda, la relación materno filial de los personajes, que está marcada por el antecedente de una historia familiar que ha padecido la diáspora y la violencia. Esas dos líneas son las que dirigen la novela y ambas desarrollan la historia de Clara y de la madre, al tiempo que se despliega un panorama donde es posible abrir una ventana hacia lo que tienen y pueden decir las segundas generaciones.

     Con el propósito de conversar sobre su proyecto literario y, además, difundir la importante novela que nos ocupa, Ana accedió a sostener conmigo el siguiente diálogo.

Karla Urbano: ¿Te sientes cómoda con categorizaciones teóricas, tales como la autoficción?

Ana Negri: De hecho, me cuesta mucho trabajo ese lugar. Siempre he creído que cualquier ejercicio de escritura es ficción porque ya hay un proceso de creación intermedio, o bien, mediando la experiencia y la (re)construcción de lo ocurrido, por más que se trate, o no, de representar los acontecimientos tal como sucedieron –lo cual, personalmente, no fue mi intención en Los eufemismos. No obstante, sé que es un término utilizado con mucha frecuencia en la crítica. A mí me cuesta trabajo. A veces lo he tomado porque tampoco siento que en todos los espacios uno pueda ponerse a discutir acerca del lugar de la ficción, aunque sí me interesa indagar cuáles son las posibilidades de esta última y no tanto la pretensión de recrear una realidad cotejable con el correlato.

KU: Pensé en preguntarte lo anterior porque, al leer otras entrevistas y reseñas que te han hecho, vi que no se hacía una distinción entre tu vida y lo que se cuenta en Los eufemismos. Parto del supuesto de que algunas experiencias propias inspiran lo ocurrido en el texto, pero no sé hasta qué punto valga compararlas con lo que vive Clara en el relato. Una vez establecida esta distancia ¿De dónde surge el interés por desarrollar la dilemática relación entre madre e hija?

AN: Pues, en realidad, creo que justo tiene que ver con la intención de trabajar el exilio. La relación madre e hija surge de la necesidad de explorar cómo esas violencias se perpetúan en el tiempo y cómo los vínculos se dislocan, se enquistan o se pudren. Hay muchas cosas que pueden pasarle a los afectos, y siento que tales consecuencias son de las menos apuntadas en la observación de todas esas violencias que el exilio trae consigo. Es decir, cómo lo cotidiano o la vida pueden continuar tras experiencias atroces, cuya violencia exacerbada perturba desde lo más íntimo. Me pareció importante detenerme en el posiblemente conflictivo vínculo específico de una mujer con su madre –yo siento que siempre hay un conflicto en esa correspondencia–, porque puede iluminar relaciones fuertes que eventualmente establece el sujeto. Finalmente, el reconocimiento a la madre es la primera relación que los seres humanos tenemos en nuestra vida y, por mucho que se romantice, puede minarse por vivencias de desamparo. No voy a decir que fue un pretexto, porque fue muy orgánica la manera en que pasé del enfoque del exilio al de la relación materna y, desde ese hallazgo, fui cruzando unas líneas con otras. Bien considerado todo, sí me pareció que había algo al menos muy valioso para mí, ¿no? Una de las ideas que siempre tuve clara es que no quería contar «La historia» porque, ¿qué es eso? Y tampoco quería contar «Mi historia». Quería contar algo de esa historia cercana a Mí que, además, es algo en donde pueden identificarse muchos otros relatos. Entonces, en ese sentido, centrarme en el vínculo madre e hija era una manera de acercar el obturador, digamos, a lo íntimo y relacional, lo personal que se transforma, se hiere y se rompe –en el sentido de los rotos– cuando aparecen estas historias.

John Everett Millais, La ciega (detalle), 1856, Birmingham, City Museum and Art Gallery. (Eco 2009: 351)

KU: La conexión entre el exilio y la relación materno-filial ilumina mucho la lectura del texto. A veces, Clara tiene que frenar la nostalgia de la madre porque, si bien no hay una mala intención de esta última, devora sin pretenderlo a la hija. Es una madre vagamente saturnina. Sin embargo, no con esto digo que lo haga a propósito, sino que termina por desvelar una característica inextricable del “ser mamá”.

AN: Algo que yo sabía era eso. Finalmente, todas las mujeres somos hijas. Esa relación te pone en una circunstancia de identificación y rechazo de «hija con tu madre». A medida que lees, la gente tiende a simpatizar con Clara o a rechazarla. Me han dicho de todo de este personaje. Desde: «Coincido profundamente», hasta: «Es la mujer más pesada que jamás he podido imaginar». ¡Así de polarizado! Y, honestamente, ¡nada me hace más feliz!

KU: Considero que Los eufemismos puede ser leída al trasluz de las novelas sobre la memoria y, especialmente, sobre las reformulaciones que de ésta hacen los hijos, como ya se ha visto en otras tradiciones, tales como la chilena –Alejandro Zambra y Nona Fernández, entre otros–  y algunas obras centroamericanas –los hijos, nietos, o sobrinos tanto de ciertos guerrilleros, como de algunos políticos de la derecha que contravinieron la ideología de los padres y terminaron volviéndose en todo lo contrario. Sin embargo, ¿Cómo generar memoria de un acontecimiento traumático cuando, en primera instancia y por su misma definición, dicho incidente deja un vacío en el entendimiento? y, luego en segunda, ¿cómo hacerlo cuando el trauma es heredado?

AN: Las dos preguntas están íntimamente relacionadas. Hay un asunto que empieza con la idea de involucrarse con aquellos recuerdos que justamente no son los míos, pero termina desviándose porque el tema de la memoria le toca al testimonio. Yo verdaderamente no intentaba contar mi historia, justo porque no había una pretensión de reconstruir los hechos vividos o de apuntar hacia una tipología narrativa específica. En mi caso, por más que el texto pudiera parecer relativamente convencional –aunque tiene esta estructura fragmentaria e incidencias temporales que no lo vuelven tan convencional–, mi intención era realizar un trabajo plenamente desde la creación artística. Obviamente acudo a mi historia porque es de donde obtengo elementos más cercanos, pero también hay relatos de mucha gente que vivió situaciones semejantes de los cuales me sirvo para generar verosimilitud. En ese sentido, por eso decía –y a lo mejor tengo que refinar esa idea– que mi intención es transformar algo de lo sucedido a Clara en una imagen literaria que ilustre las experiencias de muchas otras personas. Hay más un trabajo alrededor de la desolación, el vacío, la frustración y la rabia, en vez de un intento de escribir la verdad de los hechos. De acuerdo con lo anterior, creo que justamente en la línea de esta memoria heredada o exilio legado, lo único a lo que yo puedo apuntar es a lo que no sucedió o, dicho de otro modo, aspirar a reproducir, si acaso, esa rabia y esa frustración.

KU: En otra entrevista que te hicieron en El País (Santos Cid 2021: en línea) mencionas lo siguiente: «Era la historia de mis papás. Pero 30 años después resulta que me estoy haciendo cargo de mi mamá, que no puede trabajar desde hace 15 años por una afectación psicológica que tiene que ver con sus años de la dictadura. Entonces tampoco es la historia de mis papás, también es mía”.» De acuerdo con ello, ¿Dirías que en Los Eufemismos se plantea un relato en disputa entre quienes viven los acontecimientos y aquellos que también los padecen? ¿Consideras que ahí también hay un reclamo de pertenencia por la palabra?

AN: En lo que corresponde a la primera pregunta, no sé si en disputa, pero sí creo que hay necesariamente aproximaciones distintas entre todos los involucrados. Estas narrativas están siempre circulando –y pienso en mí, en Clara y en la gente que conozco que son también hijas e hijos de exiliados y exiliadas– al interior de los grupos afectivos. Son incidentes que trazaron tanto la forma personal de contar la historia –ya sea a sí mismos y a otros–, como la manera de vivir y entender el mundo. Por lo tanto, me parece que no se excluyen entre sí. Las vivencias son propias y, a veces, colectivas, pero la forma en que cada quien las recibe no es debatible. En ese sentido, yo diría que quienes no tuvimos la experiencia catastrófica, pero en cambio vivimos rodeados por esos recuerdos, esas tristezas, esas nostalgias y esas simbologías que a veces carecían del referente al que hacían alusión, también construimos una forma de explicarnos lo sucedido. No veo por qué tendrían que estar en disputa, aunque seguro no coinciden. Es muy probable que mi idea no encaje necesariamente con la de mi mamá o la de mi papá –que, por cierto, son muy distintas entre sí. Lo mismo pasa con las historias que cuentan tanto el padre como la madre de Clara, e incluso, Clara misma. Yo creo que esta última es un personaje que, si por ella fuera, ni si quiera querría saber ¿no? Le ha tocado hacerse cargo, pero sin haberlo elegido voluntariamente. No creo que exista una sola historia; más bien pienso que cada quién tiene su propia verdad y ésta se construye de muchas cosas y una de ellas es la historia como tal. Entonces me parece que, en disputa, no. Aunque obviamente son distintas.

     Para responder lo referente a la palabra, cuando salió la novela en México, no sé en donde leí que alguien decía: «pues no veo por qué contar la historia de esta persona, en vez de la vivida por la madre, quien claramente tiene una visión más rica e interesante». Y, sí, sin duda, es un personaje cautivador y yo creo que ahí hay un debate abierto todavía, pero en lugar de seguir por ahí, esto me conduce a otra discusión: ¿Quiénes tienen el derecho de contar? Y en ese sentido ¿Quién debe hacer uso de la palabra para dar cuenta de esos episodios? Honestamente, me parece muy naif pensar que alguien puede tener o no derecho a la palabra. Más bien, ¿Por qué alguien tendría que esperar la asignación?, ¿quién la concede y de qué depende? En ese sentido, a mí me parece que la atención debe estar menos en quién cuenta la historia –porque cualquiera puede hacerlo– que en asumir la responsabilidad de narrarla. Ahí es donde está el detalle. La palabra puede ser usada por quien quiera y como guste, pero es importante ver qué pasa con eso, porque tal labor no es inocua. En ese sentido, a la hora de elegir el tipo de narración, el enfoque y la perspectiva para Los eufemismos, por supuesto que yo me sentía mucho más cercana a la posibilidad de relatar la historia de los hijos, en lugar de caer en la pretensión de contar lo vivido por mis papás y su generación que, por otro lado, me parece que, al menos en Argentina, ya ha sido muy trabajado. Es probable que acá en México tenga más aceptación un personaje como el de la madre porque no se ha mirado hacia la tradición que sí ha recuperado este tipo de voces. En resumen, a mí me pareció mucho más interesante, cercano e, incluso, si lo pones en términos comerciales, productivo, –entre risas– hablar de la voz de las segundas generaciones.

Tea Party, Inglaterra, Fototeca Histórica Nacional, c. 1880 (Eco 2009: 363)

KU: Todo lo comentado me parece que se relaciona con el horizonte de expectativas de cada comunidad. Al menos la de nuestro país parece resistirse mucho a la alternancia generacional. Lo vemos en toda clase de instituciones, desde la académica hasta la familiar, donde el padre le sigue diciendo al hijo cómo vivir, aunque el hijo tenga cuarenta. Además, me hizo recordar la célebre película, Los rubios (2003), de Albertina Carri, por tratarse de una historia que apuesta a una configuración ficcional relativamente similar a tu propuesta en Los eufemismos.

AN: ¡Ah! ¡Es buenísima! Yo la vi justo cuando estaba armando mi primer capítulo porque quería recabar material. Naturalmente, noté varias ideas que comparto, por ejemplo, la importancia de preguntarse qué es eso de ‘la memoria’, al trasluz de la fragilidad del recuerdo. No hay que perder de vista que incluso quienes vivieron la experiencia de primera mano, ¿realmente pueden decir tal cual cómo sucedieron los hechos? Creo que a veces se pierde de vista el filtro constituido por la personalidad, la recepción y la lectura que cada quién haga del mundo al momento de recordar y, en lugar de reparar en tales peculiaridades, se suele considerar que los testimonios son una visión unívoca. Albertina Carri hace una exploración muy fuerte de estos problemas y, además, su lugar de enunciación también es significativo, porque ella es hija de dos intelectuales desaparecidos muy conocidos en la Argentina. Lo anterior sitúa a Los rubios en una posición muy peculiar, poque no cuenta la historia de dos personas anónimas que desaparecieron, sino dos figuras relevantes de la izquierda de ese país, conocidos por todos los seguidores de dicha tendencia política. Entonces, los cuestionamientos planteados en la película interpelaron muchas certezas, hitos y monumentos que se habían construido durante la lucha. Es un peliculón.

Cartel. Fotografía tomada de filmafinitty, España: https://www.filmaffinity.com/es/film684846.html

KU: Recuerdo una parte donde la voz que narra los acontecimientos en la película reconoce que le gustaría grabar a su sobrina de seis años, diciendo que cuando sepa quiénes mataron a los papás de su mamá cobrará venganza, pero cierra explicando que su hermana no se lo permite. Lo asocié con aquella parte del cuento «Recortes de prensa» (1980), de Cortázar, donde se menciona una situación similar: «Me acordé de algo leído de chica, quizá en Agustín Thierry, un relato de cuando un santo que vaya a saber cómo se llamaba convirtió al cristianismo a Clodoveo y a su nación, de ese momento en que le estaba describiendo a Clodoveo el flagelamiento y la crucifixión de Jesús, y el rey se alzó en su trono blandiendo su lanza y gritando: «¡Ah, si yo hubiera estado ahí con mis francos!», maravilla de un deseo imposible, la misma rabia impotente del escultor perdido en la lectura» (Cortázar 2009: 68). Desde mi perspectiva, tanto esos ajustes de cuentas que sólo pueden ocurrir en la imaginación, como la visión de quienes heredan la tristeza y el horror, terminan aportando riqueza a la reciedumbre de los testimonios emitidos por quienes padecieron en carne propia la catástrofe.

AN: Cierto. Y sólo para apuntar: el otro día vi Nuit et brouillard (1956) de Resnais y reparé en que la propuesta de esa película es justamente MOSTRAR, es decir, ir a los campos y mostrar. Aunque habían pasado diez años de la entrada de los franceses, era necesario empalmar el material de archivo con los campos, vistos desde la «actualidad» de esa época, y mostrar.  Era necesario mostrar, mostrar, mostrar. Por supuesto. Pero ahora, al menos en el caso de las dictaduras argentinas, creo que se ha hecho mucho. De ahí mi interés por elaborar otra cosa y preguntarse, ¿qué sigue de eso?

KU: Acorde con lo que acabas de mencionar ¿Tú considerarías que los eufemismos son maneras de enfrentar la incapacidad de reelaborar el recuerdo, provocada por el acontecimiento traumático que padecen los personajes?

AN: A veces. Creo que los eufemismos son un recurso que se usa al parejo, es decir, no solamente para quienes sufren el trauma, sino también para quienes lo ejercen, ¿no? Hay un juego en la novela donde se expone la manera como los personajes percibieron la terrible instrumentalización hecha por el régimen a todo ese léxico cotidiano. Mensajes oblicuos para coaccionar y dar cuenta de la tortura, la desaparición y todas esas cosas. Se valieron de eufemismos para no decir: desaparecidos, asesinatos, tortura, etcétera con el fin de encubrir todo lo que estaba sucediendo y, al mismo tiempo, ejercer el trauma perpetuándolo mediante palabras de la vida cotidiana, ominosamente cargadas de horror.  No sé si toda la gente pueda ir a la pileta y que no le aparezca, como una especie de estrella fugaz, la idea de la tortura de la pileta, especialmente alguien que haya sufrido esa ignominia. No sé si se logre olvidar por completo de eso.

     Desde otra perspectiva, los eufemismos también están presentes al momento de hablar sobre la situación de la madre. Los personajes son incapaces de enunciar sin ambages los episodios angustiantes que padece la mujer, por lo que le dicen a Clara: «tu mami está muy nerviosa»; o bien, el papá menciona «la pálida de la madre» e, incluso, la misma Clara se refiere a estas crisis como «la condición». Buscan dar vueltas alrededor del asunto, porque el núcleo es el trauma que finalmente afecta a todos. Entonces, sí, también tiene esa connotación. Si por algo me gustaba el término de los eufemismos tenía que ver porque justamente apunta a ese vacío, es decir, a la incapacidad de asir aquello a lo que, de alguna manera, se está tratando de llegar. Creo que eso también es parte de la frustración de Clara: todo el tiempo está tratando de entender a su mamá, hasta que, ya por el cansancio ya por convicción, deja de intentarlo. Es una batalla suya: intentar comprender sin descanso algo que, finalmente, se traduce en rodear un vacío. Por eso la idea de los eufemismos me parece que funciona muy bien. Yo no sé si pondría en ese vacío al trauma, porque me parece que el trauma llena un espacio.

Claudio Parmiggiani, Escalera de la memoria, 1977, Brescia, Collezione Campiani (Eco 2009b: 395).

KU: Lo llena de vacío porque es un colapso en el entendimiento. Por eso el eufemismo me parecía una figuración retórica para elaborar la oquedad de la comprensión. Al pensar en esto último, la manera en que el lenguaje participa en la propuesta estética de la novela, tanto por los paratextos, –el epígrafe de Pizarnik, la nota del colofón–, como por distintas características en tu prosa –las marcas de dialecto mexicano y argentino–, tu libro dialoga con la tradición de los textos que ponen en el centro al lenguaje mismo como material novelable. Sobre esa base, ¿Cuál es el papel que juega este elemento en la poética que propones?

AN: Una cosa es lo que yo buscaba y otra es lo que sucede cuando se lee el libro. Algo que para mí era crucial fue establecer el lenguaje como el único punto posible de encuentro o la única liana, digamos, en términos del texto. El conflicto de identidad –nacional e individual– del personaje se elabora a partir del uso que ella hace del lenguaje; es decir, si usa el registro mexicano o el argentino. Además, resulta significativo que cuando Clara más desconfía de las palabras, siempre termina volviendo a éstas. Es el recurso donde ella encuentra la única posibilidad de resolver sus conflictos. El lenguaje es un lugar privilegiado para reconstruir algo después de vivir esos sucesos o traumas, si lo ponemos en esa línea, o si lo interpretamos, así como tú lo habías dicho, como ese vacío de sentido o de entendimiento. Además, todavía tengo la convicción profunda del poder sanador de la palabra, porque la reparación es imposible, pero creo que desde el lenguaje se pude tratar de configurar una vida mejor frente a aquella que fue rota por la catástrofe. El dinero, aunque permite desahogar algunos problemas, no repara nunca las vidas, ni va a haber una forma de eliminar el trauma y los recuerdos dolorosos. La madre nunca va a perder la inseguridad ni recuperar la tranquilidad que en algún momento tuvo. Sin embargo, el lenguaje le va a permitir elaborar algo, le permite elaborar algo, que a ella al menos la coloca en otra posición y la saca de ese lugar de víctima. Por eso a lo que acerca la reparación es a un resarcimiento simbólico, un mensaje que dice: somos responsables. Y eso es parte de la construcción necesaria.

KU: ¿Crees que el mismo juicio pueda ser también un material novelable en tu apuesta literaria?

AN: Yo creo que todo es material novelable, pero siempre hay que ser responsable con eso y, quien lo haga, tiene que tener cierta consciencia del peso de usar un material como ése.

KU: Por último. Exilio y fronteras, ya sean en lo correspondiente a lo nacional –para el caso de los inmigrantes argentinos– o individual –en los personajes femeninos– me parecen determinantes para la comprensión de Los eufemismos. Al ser escritora y crítica, ¿Crees que son herramientas eficaces para desprenderles saberes al texto?

AN: ¡Es un pedazo de pregunta! Para empezar, yo no tengo ni la experiencia migrante, ni la del exilio, digamos, tengo una experiencia del exilio muy particular, heredada. Entonces, podría responder más como crítica que desde la escritura. Estoy pensando, por ejemplo, en que el exilio es una vivencia tan vigente hoy en día como lo fue entonces. Lo mismo pasa con las migraciones –hablo de migraciones porque ahí entran a cuento las fronteras– y me parece que, si a algo aluden en la actualidad, tiene que ver, por un lado, con un tipo de violencia muy específico y, por otro, con esta especie de imposibilidad o pretensión de diálogo que, inexorablemente, resulta en fracaso. Lo que no sé, porque tengo que confesar que en realidad soy reacia a llamarme crítica y en confiar en la academia, es si se pueden aludir a esas misma violencias y puntos de encuentro desde otras temáticas. Me parece importante hablar de exilio y frontera desde un enfoque crítico porque, ahora que lo pienso, considerándolo desde la perspectiva de Los eufemismos, sin duda provee de muchos elementos para enriquecer la lectura del libro y entender a profundidad los conflictos ahí planteados, pero al final soy reacia a las categorías y etiquetas. Tengo siempre la intención de poner en cuestionamiento géneros, aunque entiendo que metodológicamente son útiles. Si acaso lo dejaría como una interrogante, como algo que hay que seguir explorando y está bien partir de ahí para ver si desde ese punto de partida se pueden apuntalar descubrimientos. No lo sé, me pregunto ahora, por ejemplo, y pensando en Los eufemismos, ¿la locura no es, de alguna manera, una forma de exilio?

KU: Lo es. Y también es una frontera.

AN: Una frontera, claro.

Referencias

Cortázar, Julio (2009): «Recortes de prensa» en Queremos tanto a Glenda. Madrid, Santillana.

Eco, Umberto (2009): Historia de la Belleza. Barcelona, Lumen.

____________(2009b): El vértigo de las listas. Barcelona, Lumen.

Santos Cid, Alejandro, «El exilio heredado de Ana Negri», El país, consultado en: https://elpais.com/mexico/2021-12-18/el-exilio-heredado-de-ana-negri.html#:~:text=En%20la%20actualidad%2C%20Negri%20trabaja,McGill%20de%20Montreal%20(Canad%C3%A1) el 17 de febrero de 2022.

Acerca de la autora

Karla Urbano

Karla Urbano es Maestra en Letras. Ha trabajado como encargada del departamento de prensa y promoción del grupo editorial Área Paidós. También fue becaria de investigación en El Colegio de México y en el Centro de…

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Notas al pie:

  1. A partir de esta mención, todas las páginas a las que se haga referencia en el texto se indicarán entre paréntesis.