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Bibliografías de narrativa contemporánea: radiografías del desarrollo editorial

La práctica de enlistar títulos de libros a manera de inventario existe desde la antigüedad, bibliotecas como la de Alejandría necesitaban ese ordenamiento y desde entonces se ubican las primeras bibliografías. El término, sin embargo, aparece hasta la Edad Media y ha sufrido varios cambios, hasta afinarse como la conocemos ahora. “Bibliografía” significaba hacer libros con la mano, era el arte de los copistas. Valentino Morales señala que “esta definición de bibliographia –escritura de los libros–, se sostuvo de manera generalizada hasta el siglo XVII, cuando en Francia se postuló la definición escritura sobre libros, basada en biblion-libro, graphein-describir, que dio en resultado el significado de descripción de los libros”. (20, el subrayado es mío). Así es como hoy en día entendemos la bibliografía, una descripción de los datos del libro que pueden abarcar aspectos materiales del volumen o bien tan sólo informar sobre la editorial y el número de páginas. En la actualidad, de cualquier manera, utilizamos el concepto con muchas acepciones distintas. Por ejemplo, de manera cotidiana se entiende que la bibliografía es un listado de obras citadas en un trabajo académico, un trámite burocrático que se ubica al final de un texto y pensamos que casi nadie lo revisará, pero poco se sabe de la bibliografía como disciplina.

Dedicarse al estudio de la bibliografía o a su creación implica desplegar un mapa o una serie de pistas que conllevan a desentrañar aspectos del circuito literario y del contexto de la obra, ya sea información de casas editoriales, sobre géneros o decisiones de inclusión y exclusión de títulos que por lo tanto apuntan a la consolidación del canon. Es decir, la bibliografía no solamente es un requisito que demuestre las fuentes empleadas en un trabajo escrito, las obras bibliográficas son un modo de manifestar que la producción es tan amplia que requiere su ordenamiento y enlistado. En este sentido puede funcionar como una herramienta de visibilización para defender la creación de algún autor o autora, para aseverar la producción de géneros literarios o para refrendar la cantidad creativa de cierta región o casa editora. 

En 1755, Juan José de Eguiara y Eguren, quien es considerado el padre de la bibliografía en México, respondió con una bibliografía y veinte prólogos ante las críticas que Manuel Martí arremetió contra las Indias Occidentales, al decir que no había cultura y que los estudios en esta zona serían obsoletos. En la carta, Martí sentenció: “¿A dónde volverás los ojos en medio de tan horrenda soledad como la que en punto a letras reina entre los indios? ¿Encontrarás por ventura, no diré maestros que te instruyan, pero ni siquiera estudiantes?” (González Luis, XVIII). Esas injurias, a su vez, motivaron a Eguiara y Eguren para realizar su trabajo bibliográfico y así demostrar la inmensa cultura que ya existía en México y otros países de América.

Siglos después, en el 2017, Liliana Pedroza construyó una bibliografía de mujeres cuentistas para manifestar una postura política en contra de la invisibilización de escritoras, es decir, con una perspectiva de género; en las primeras páginas de Historia secreta del cuento mexicano (1910-2017), la autora comenta: “ha habido un silencio, involuntario o no, que nos hizo creer que no había muchas mujeres que se dedicaban a la literatura. Es hasta décadas recientes que se ha llevado a cabo un ejercicio de recuperación de nombres, obras y aportaciones; pero no ha sido suficiente porque, aún hasta ahora, el ámbito público no nos pertenece del todo a las mujeres”. Tanto para Eguiara como para Pedroza, y en épocas tan distintas, los obstáculos de invisibilización literaria motivaron la creación de sus bibliografías para responder a favor de la producción de la cultura escrita.

Por lo tanto, la bibliografía funciona como una radiografía panorámica que da cuenta de un campo cultural determinado y, aunque sea una práctica milenaria de las primeras bibliotecas del mundo, me interesa dar algunos ejemplos recientes para demostrar su funcionamiento en el circuito literario de la narrativa contemporánea, concretamente, lo que las bibliografías nos dicen sobre las editoriales. Dado que los formatos bibliográficos no inician por nombre de editorial, sino de autor, lo más sobresaliente en una bibliografía es el número de títulos publicados por el escritor o la escritora, pero ¿qué podemos entrever de las editoriales? Si quisiéramos concentrarnos en el trabajo de casas editoras podemos recurrir a los catálogos editoriales; sin embargo, éstos tienen fines comerciales y los datos meramente bibliográficos pueden tener imprecisiones. Además, serán publicaciones de una sola casa editora, pero para observar el panorama general los catálogos bibliográficos funcionan mejor.

En Historia secreta del cuento mexicano, Liliana Pedroza, además del listado, presenta estadísticas y gráficas que permiten observar una evolución de la cuentística mexicana, así se puede ver cuáles son los años y zonas geográficas con mayor producción. El catálogo en sí, se concentra en el género del cuento hecho por mujeres desde 1910 hasta 2017, en este campo acotado, aunque igualmente amplio, las apuestas por esta literatura se observan en editoriales estatales, gubernamentales, universitarias e independientes. Lo cual está expresando un desarrollo editorial, además de un cambio en las percepciones sobre el género del cuento y, por supuesto, en la escritura de las cuentistas mujeres.

¿Cómo es posible observar esa evolución? El catálogo está ordenado por “Libros de autora por orden alfabético”, “Libros de autora por orden de edición”, “Antologías y libros colectivos por orden alfabético”, “Antologías y libros colectivos por año de edición”. El segundo apartado, por año de edición, nos permite observar que la primera cuentista publicada en 1910 fue Laura Méndez de Cuenca, en París; mientras que Dolores Bolio publicó en Nueva York en 1917. De 1910 a 1930 predominan las editoriales extranjeras, o ciudades extranjeras por lugar de publicación. Con la excepción de Cvltvra que, en 1923, publicó a Julia Nava de Ruisánchez, con su obra Mis cuentos. En la década de los 30 y 40 se observa de manera más constante a editoriales como Stylo y Costa-Amic. En los cincuenta ya aparece el Fondo de Cultura Económica, a pesar de que su fundación fue en 1934; la apuesta de ésta por una cuentista fue con Carmen Báez, La robapájaros, de 1957. En seguida, en 1958, publicó Tiene la noche un árbol de Guadalupe Dueñas.

Después se observan ediciones universitarias, o de institutos de cultura de los estados, por lo tanto, se puede decir que en la segunda mitad del siglo XX hay mayor interés desde este tipo de instituciones por el género del cuento. Y en el XXI, cuando comienza un auge de las editoriales independientes, se observa a Arlequín, Ficticia, Sexto piso, La tinta del Silencio, además de la presencia estatal de Fondo Editorial Tierra Adentro, entre muchas más. Las visiones panorámicas que dan las bibliografías generan muchas vetas de estudio: es posible dedicarse al tipo de editoriales que se van sumando a la lista, pero también a las editoriales que sólo son nombradas una sola vez o por un tiempo breve y que no se han estudiado tanto como el Fondo de Cultura. Por ejemplo, la editorial La máquina de escribir publicó en 1979 a Bárbara Jacobs y María Luisa Puga, ¿qué se sabe sobre la trayectoria de esta casa editora? Su historia particular debe dar muchas pistas sobre la cultura editorial mexicana. 

En estas breves líneas me interesa mostrar la utilidad de la bibliografía, por ello, sin agotar el estudio de la anterior, paso a mencionar un caso más, ahora acotado al género de la minificción. Así como el cuento hecho por mujeres, la bibliografía de minificción también surge como un arma de visibilización. Aunque la narrativa hiperbreve, que no sobrepasa una cuartilla, se ha cultivado desde mucho tiempo atrás, a finales del siglo XX comienzan los estudios críticos al respecto. En el año 2012, la revista Cuento en red de la UAM Xochimilco, publicó su número 26 especializado en bibliografías de varios países: Argentina, Colombia, México, Perú y Venezuela se dieron a la tarea de enlistar las publicaciones de minificción, algunas de crítica sobre el género y otras sobre la creación.

Venezuela, a cargo de Violeta Rojo, divide su bibliografía en creación, antologías, estudios y tesis. Mientras que Colombia, a cargo de Henry González, sólo cubre el ámbito de la crítica de especialistas colombianos; sin embargo, incluye una sección de antologías, por ser publicaciones que requieren un estudio previo. Sobre Perú, Rony Vásquez reúne la creación y la crítica en un solo trabajo. En cambio, los casos de México y Argentina sí están divididos por una bibliografía exclusiva de crítica y otra de creación. A hora bien, ¿por qué este número de la revista cuenta con la presencia de estos países y no otros? ¿Por qué no hay países de Centroamérica? Mis preguntas no van por la invectiva, sino para señalar que los trabajos bibliográficos también reflejan un canon y tienen sus propias políticas de inclusión y exclusión. Cada uno de los bibliógrafos y bibliógrafas de este número reconocen que habrá faltantes en sus listados. Pero más que faltantes, se trata del reflejo de que los títulos incluidos han pasado por un proceso de difusión que permite llegar a las plumas (y a veces bibliotecas) de sus bibliógrafos. La bibliografía no es tan selectiva como una antología que busca compilar lo más representativo de cierto campo, la bibliografía debe ser lo más incluyente posible, pero por supuesto que no puede agotar todo lo publicado. De igual modo, los países con mayor producción de minificción (aunque sí falta agregar a Chile) son los que presentaron su bibliografía en aquel número de la revista. 

Por su parte, México y Argentina se han caracterizado por ofrecer una amplia gama de autores de minificción que publican, además, en editoriales extranjeras, de ahí que sean las bibliografías más extensas. Asimismo, ambos países tienen una cartera más amplia, en comparación con otros países latinoamericanos, de editoriales que apuestan por el género. En Argentina está Macedonia como editorial independiente y dentro de su Feria del Libro Internacional se realizan las Jornadas feriales de minificción, cuentan con autoras como Ana María Shua y Luisa Valenzuela de prestigio internacional. Mientras que en México está Ficticia Editorial, La Tinta del Silencio, colección Ficción exprés de la BUAP, y Cecilia Eudave como autora publicada en otros países, o Agustín Monsreal como autor de larga trayectoria.

Respecto al caso específico de México, Javier Perucho elaboró la bibliografía de obras literarias, y en el 2021 la actualizó en “Archivo del microrrelato mexicano. Fuentes para su estudio (1917-2020)” (en la revista Conceptos de la Universidad Bordeaux Montaigne). En esta bibliografía también registra “Extranjeros publicados en México”, un acierto que la distingue de las bibliografías antes mencionadas y que desde la óptica del aporte editorial dice mucho sobre las apuestas de publicación del país. Así nos damos cuenta que la editorial Siglo XXI ha publicado quince libros de prosa breve del uruguayo Eduardo Galeano. Y que la UNAM, que parecería no apostar por la minificción, ha publicado a más de 20 autores nacionales, extranjeros, además de la antología Minificción mexicana del 2003 que compiló Lauro Zavala.

Las vetas de análisis de todas las bibliografías son vastas, aquí elegí hacer una breve mención al tema de las trayectorias editoriales, pues éstas, a su vez, reflejan la importancia del circuito literario para la historia cultural de determinado momento, en cada una se despliega otra historia. Pero sobre todo me importa insistir en que los estudios panorámicos que ofrecen las bibliografías permiten atender varios puntos a la vez, desde largos periodos de tiempo, la constante de editoriales o la cantidad de obras. Su construcción panorámica convierte a las obras bibliográficas en herramientas útiles y, puesto que actualmente se han especializado en temas o géneros (en la época novohispana abarcaban siglos completos), tenemos la certeza de que son obras acotadas y a la vez extensas. Asimismo, el trabajo con la literatura contemporánea tiene la ventaja (o desventaja) de que no se ha agotado, por esta razón, las bibliografías aquí mencionadas se siguen alimentado.

Bibliografía

González, Luis. “Estudio preliminar”. Fuentes de la historia contemporánea de México. Libros y folletos. Tomo 1. México: Colegio de México, 1961.

Morales López, Valentino. Análisis terminológico y conceptual de los paradigmas de la bibliografía, la bibliología, la bibliotecología, la documentación y la ciencia de la información. Tesis doctoral. México: UNAM, 2002.

Pedroza, Liliana. Historia secreta del cuento mexicano (1910-2017). Monterrey: Universidad Autónoma de Nuevo León, 2018. Enlace para descarga gratuita: http://editorialuniversitaria.uanl.mx/index.php/2018/05/02/historia-secreta-del-cuento-mexicano/

Perucho, Javier. “Archivo del microrrelato mexicano. Fuentes para su estudio (1917-2020)”. Conceptos, 2020: 129-171. Enlace para descarga gratuita: https://ameriber.u-bordeaux-montaigne.fr/articles-conceptos/649-1-2020-microfiction-microficcion

Sobre la autora

Laura Elisa Vizcaíno Mosqueda

Doctora y maestra en Letras por la UNAM. Realizó la licenciatura en LiteraturaLatinoamericana en la Universidad Iberoamericana y estancias de investigación en la Universidad de Buenos Aires y en la Autónoma de Barcelona…

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