La ciencia ficción nos viene de diferentes formas y variables, algunas veces esperamos mundos nuevos, flotas estelares batallando a lo ancho de la galaxia, conflictos políticos de diversa índole entre diferentes razas o secciones, a veces hay viajes en el tiempo, pistolas de plasma e, igualmente, explotación, desconfianza y crueldad. La ficción especulativa nos da la oportunidad de cuestionarnos acerca del devenir de las prácticas científicas y culturales del mundo. Maielis González (La Habana, 1989), escritora cubana licenciada en letras y ganadora de diversos premios desde ensayo (premio Oscar Hurtado), hasta de cuento (Juventud Técnica) y narrativa breve (Eduardo Kovalivker), en la novela De rebaños o de pastores, nos narra la historia de Shomer, un pastor alemán con razonamiento propio y cuya capacidad psíquica ha sido afinada a través de constante experimentación.
En la ya acabada Tierra, que se cuenta es un lugar desolado por la continuidad de la guerra, la humanidad ha sido desplazada por una especie invasora llamada los iliitas. Estos seres buscan extender su dominio por toda la galaxia a través del control y el mantenimiento de una paz rígida y silenciosa. La investigación y mutación es parte del día a día en nuestro planeta natal, el ser humano llega a ser tratado casi como carroña y apenas tiene palabra en toda la novela. En este punto Shomer logra escapar del campo de experimentación iliita llamado Comuna Epifanía, a partir de este suceso él se embarca en una travesía que amarga demasiado sus expectativas. Es una narrativa que nos permite dilucidar cómo la esperanza de la libertad se va convirtiendo en una pesadilla andante que no permite el mínimo gramo de ternura.
A lo largo de la obra se nos da cuenta de la extensión de la galaxia, se nombran puestos, planetas, lugares de entretenimiento, la diversidad de especies y el encuentro desafortunado entre cada uno de ellos. Pimentel comenta acerca de la importancia de nombrar en las obras literarias: “El nombre es el centro de imantación semántica de todos sus atributos, el referente de todos sus actos, y el principio de identidad que permite reconocerlo a través de todas sus transformaciones” (63). En la ficción especulativa es necesario nombrar, la palabra en general nos puede brindar el espacio a una duda, cada raza y acontecimiento relatado nos alinea con una nueva hipótesis, se puede decir que en esta novela dar el nombre a algo equivale a teorizar, a experimentar.
En este caso los nombres no ostentan un punto de referencia, son seres que no nos podemos imaginar fácilmente. Con respecto a esto Pimentel nos comenta que “aquellos personajes que ostentan un nombre no referencial se presentan, en un primer momento, como recipientes vacíos. Su nombre constituye una especie de «blanco» semántico que el relato se encargará de ir llenando progresivamente” (65). Es aquí donde la duda nos abarca y la lectura nos lleva a imaginarnos los rasgos físicos de cada raza y lugar. Los aspectos semánticos se van llenando a través de las acciones y comentarios que hace cada ser, es imposible conjeturar un físico concreto o un lugar, el ambiente, la personalidad y los diálogos narrados es lo que nos permite dilucidar cómo lucen los actores del relato. Se convierte en un ejercicio de teorizar y de preguntarse la posición galáctica de cada uno junto a sus formas. Para acercarnos a nuestro pastor alemán se nos menciona que es un herder, además de la experimentación que se narra al inicio, nos es posible acercarnos a su especie a través de la experiencia de nuestro protagonista, su conexión psíquica con los suyos en la primera parte de cada capítulo es fundamental para darnos constancia del dolor al que se le expone y su posición marginal en la galaxia nos es narrada por las circunstancias corporales, económicas y sociales que lo limitan a un trabajo de traficante de esclavos y de diversas sustancias mortales.