Y así no hay que dejarse engañar, al menos no completamente, por los resortes de la trama. De manera en cierto sentido previsible, ese recuerdo al que no se logra dar forma desprende una búsqueda, y la investigación de la memoria se junta, como muy a menudo sucede, con el tropo del viaje. Cárdenas no se detiene y añade más y más paradigmas: el objeto de la pesquisa será su nana negra de la infancia, quien en el recuerdo aparece tomándolo de la mano y conduciéndolo por una ciudad portuaria poblada casi por completo por afrodescendientes. El viaje se convertirá en una profundización geopolítica de la estratificación social, cuando el personaje se interne en el Sur del país, hasta los lindes de una no nombrada Buenaventura, ciudad en la cual el actual silenciamiento del decenal conflicto colombiano por parte del discurso oficial, se derrumba míseramente bajo índices de asesinatos entre los más altos en el mundo.
El relato podría adquirir, así, tintes de expiación de clase. La novela se preocupa de disiparlas. O, cuando menos, de parodiarlas, de interrumpirlas. En un diálogo del narrador con su ex-psiquiatra, ésta nos describe, de manera desenfadada y cínica, la trama de la novela. Dice: «¿Y por qué no la buscás? Buscá a tu nana, idiota, así de simple. [así de simple es escribir una novela sobre memoria, pues]. Un colega competente diría que estás fermentando un sentimiento de culpa de diez mil putas, dice, ya sabés, la lucha de clases, compañero. Querés que te perdone por ocupar tu lugar en el mal reparto. Buscá a tu nana, hacé que te absuelva en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo. Y listo. / Nos reímos» (p. 123).
Cuando al principio hablaba de trama (y textura) irónica, me refería, de manera específica, al ensayo de Paul de Man que investiga la ironía como «parábasis permanente». Esa práctica narrativa en la cual, por ejemplo, el coro de la comedia griega interrumpía la acción dramática y, dirigiéndose directamente hacia el público, introducía otra interpretación de la historia. Aquí es como si la psiquiatra esté hablando, de manera parabásica, con el lector. La paradoja, en el límite, aporética de de Man es la siguiente: ¿cómo puede una parábasis, una interrupción ser permanente? Hay que relacionar la parábasis con la noción de inminencia: lo permanente es el hecho de que el relato, o un horizonte de sentido, en cualquier momento pueden detenerse, desviarse, reverberar: solaparse con otras lógicas, por la llegada de una alteridad que neutraliza la posibilidad misma de decidir sobre un sentido fijado una vez por todas.
Cárdenas crea este tipo de experiencia en el texto y en el lector. Y lo que provoca la parábasis en su novela es precisamente una conflictualidad social y política que se inscribe en los cuerpos, en los objetos y en el lenguaje, haciendo que este último se deslice hacia un movimiento metonímico potencialmente infinito.
Voy a intentar darles ejemplos y citar lo más rápido posible algunos fragmentos. Comenzaría por el epígrafe de Horacio, misma que sufre ese tipo de migración a lo largo de la novela. De manera claramente paradójica y absurda por sus tiempos, y no sabiendo lo que estaba prefigurando, escribe el poeta latín: «Si un pintor quiere unirle a una cabeza humana la cerviz de un caballo y ponerle plumas diversas a un amasijo de miembros de vario acarreo, de modo que remate en horrible pez negro lo que es por arriba una hermosa mujer, invitados a ver semejante espectáculo, ¿aguantaréis, amigos míos, la risa?» (p. 6).
En una de sus derivas, el personaje termina en la casa de una tía, perteneciente a una de las «ramas humildes de la familia» (p. 31). La casa sigue enlutada por la muerte del tío. Allí, al sentarse en la cama del difunto, se reactiva de nuevo el recuerdo de la nana y, a la vez, el del muerto (relacionándolos macabramente). El tío había sido «chulavita»: miembro de una autodefensa durante el periodo que en Colombia se define, a secas y con mayúscula, La Violencia. Él le contaba de cuando despedazaban cuerpos y los volvían a ensamblar como en el texto de Horacio. Así:
a los jefes les parecía chistoso. Le pregunté si a él le parecía chistoso y me contestó que a veces sí. Imaginate eso, dijo, como una máquina rara, hecha de pedazos, con una pata aquí, un brazo por allá, las pelotas colgando. Yo lo pensé un momento y como se me salió una sonrisa no me quedó más remedio que darle la razón. Era chistoso. Y no era chistoso. Qué miedo, le dije. […] ¿Miedo?, dijo. Pavor, mijo, Virgen Santa. Los gritos que pegaba el indio masón ese. No paró de gritar ni siquiera cuando le moché la cabeza. La cabeza sola seguía gritando pero el grito se oía como que le salía del pecho. Y cuando los muchachos armaron el florero, la máquina enterita seguía sonando con pies y manos y todos se reían menos yo, que estaba boquiabierto viendo esa cosa, ese aparato que más que florero parecía una antena, una antena que no dejaba de botar señal, un pitido muy agudo que los demás no escuchaban y que iba cogiendo cada vez más forma de palabra y con tanta carcajada yo no podía entender lo que decía. Y yo quería saber qué decía, si era que decía algo. Pero con tanta carcajada no se podía oír nada (pp. 37-8).
La novela de Cárdenas funciona, me parece, de esta manera maquínica, como la tentativa del tío continuamente interrumpida por una carcajada, por charlas, por títulos de periódicos, por más y más reverberaciones. Más allá de memorias involuntarias, tentativas hipócritas de reconciliación de clase o viajes a la memoria, esto es, más allá y fisurando estos paradigmas, todo movimiento en el texto produce tales fricciones. Estas fricciones son su trabajo de memoria. No sería siquiera necesario, para el personaje, ir a la selva, como para reactivar también el fantasma de La vorágine. No sería necesario tampoco acumular –en paginas semi-ajenas y distanciadas del relato– retazos de voces, hablas transcritas junto con fragmentos de periódicos, publicidades etc. «Y entonces dijque que dijque que dijque que dijque dijque dijque dijque dijque dijque dijque dijque SE ACONSEJA LA CONVENIENCIA DE INFLAR EL MEDIO CIRCULANTE 7 de noviembre de 1931 Una commission de senadores que estudió el proyecto que extiende las facultades extraordinarias Oiga…» (p. 132).