Matías Celedón. La filial. Santiago de Chile: Alquimia, 2012, 203 pp.
La labor de un sello: timbrar “las órdenes, las instrucciones, los mandatos”; inscribir resoluciones, incorporar los procedimientos a un archivo; hacer que “la información exista”, que “conste”; que, sobre todo, el acta guarde, reserve la huella del golpe de tinta, su marca instituyente y conservadora a la vez: el poder de un instante sobre el papel, la larga duración de una ley que se mantiene.
El escritor chileno Matías Celedón construye un libro siniestro e importante a partir de esta función desgarradora del timbrado. La filial trastoca la forma-libro y vuelve a montar un artefacto literario realizado, se nos dice en la última página, “con un sello TrodatÒ 4253, con tipos móviles de 3mm y 4mm, en dos tablillas de seis líneas con un máximo de 90 caracteres por impresión” (p. 203). La que hojeamos, vemos y leemos es la reproducción digital y reimpresa de un original elaborado en un cuaderno de actas. En menos de noventa caracteres por página, el libro nos hace así saltar de sello en sello, en un destiempo que contiene y genera shocks continuos gracias a la materialidad de su lectura-escritura. Si voltear la página significa experimentar la inminencia de un nuevo golpe, nos damos cuenta que cada uno es, sin embargo, la huella de unas manos y una psique que los ha pacientemente compuesto, letra por letra, en su lugar de trabajo, con su Trodat, su cuaderno y su tinta.
En una oficina, tal vez en un juzgado civil, se corta el suministro eléctrico y una voz dicta el primer mandato: “El personal deberá permanecer en sus estaciones de trabajo. // LA FILIAL no se hará responsable por daños o hurtos al interior del recinto” (pp. 6-7).