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Defensa del ocio

Elisa Corona Aguilar. El desfile circular. Ensayo sobre el carrusel, la rueda de la fortuna y la montaña rusa. Toluca de Lerdo: Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de México, 2014, 117 pp. [descarga]

A propósito del estreno de la película Rompecabezas, en 2010 la cineasta argentina Natalia Smirnoff dio en Casa de América una charla titulada La importancia de lo inútil. Mientras la escuchaba me hizo repensar acerca de la importancia del juego pues me reveló que desde ese territorio es posible enfrentar y resolver, de cierto modo, los temores universales del caos, el vacío y la deriva. ¿Porque qué sucede en el espacio del juego? Smirnoff dice que al jugar se entra a un nuevo orden que es el orden del juego en el que se dejan atrás esquemas preconcebidos que parten de nuestro saber histórico y social. Cuando dejamos atrás esos esquemas es que podemos llegar a ser todo aquello que no nos atrevemos. Natalia Smirnoff me remitió a su vez a la investigadora Graciela Scheines que en su libro Juegos inocentes, juegos terribles dice

Jugamos para evadirnos de las cárceles cotidianas: el momento histórico que nos toca vivir, el país, la ciudad, la familia, el trabajo, nuestras máscaras. Porque los juegos son zonas de fuga, planes de evasión, vehículos en donde estamos momentáneamente a salvo, en tránsito a ninguna parte, en cierta manera libres (p. 154).

Graciela Scheines es quien formula una teoría basada en los juegos como operadores en la vida. Para ella hay tres juegos paradigmáticos que son base a otros juegos: el crucigrama, la rayuela y el rompecabezas. La rayuela como juego de recorrido en el que hay que avanzar por casillas para llegar a un destino (de la Tierra al Cielo); el crucigrama son casillas vacías que hay que completar resolviendo acertijos; el rompecabezas son varios fragmentos sin significado que al ordenarse surge una revelación. Cada uno de estos juegos tiene su opuesto: el crucigrama va de lo vacío a lo lleno, la rayuela de la deriva al rumbo, el rompecabezas del caos al orden. “Sólo jugando recuperamos la tranquilidad: encontramos el rumbo, instauramos el orden y anulamos el vacío” (p. 157), dice Scheines.

En la sociedad europea, el tiempo libre es mejor visto que en una sociedad como la mexicana que tiene sus pretensiones puestas en la estadounidense: Time is money. Mientras que en España, por ejemplo, los establecimientos comerciales cierran religiosamente durante tres horas por la tarde para comer y hacer la siesta, la gente descansa los domingos y disfruta de un mes de vacaciones durante los veranos, tiene, obviamente, más oportunidades para fomentar el ocio y la contemplación, ese ideal de la antigua Grecia. En cambio en México está mal visto que salgas a tiempo de tu trabajo aunque hayas cumplido con las ocho horas reglamentarias sentado frente a tu escritorio si tu jefe todavía se encuentra en la oficina.

Fotografía de Joyce Soto

Elisa Corona Aguilar (Ciudad de México, 1981), al enfrentarse a la escritura de su libro El desfile circular, sabe el reto que se impone: no ser tomada en serio por tratar los temas del juego, la diversión y el entretenimiento. No obstante, debo decir, sale airosa aun en una sociedad como la nuestra que castiga nuestra faceta lúdica y en la que a su vez nosotros castigamos todas nuestras posibilidades de ser frente a la vida. Elisa decide romper el tabú al aventurarse a hablar del ocio y la importancia del tiempo libre en una época en los que impera la productividad y la deshumanización de la mano de obra.

A lo largo de una travesía histórica, Corona Aguilar nos va mostrando las evidencias más antiguas sobre el nacimiento de tres artefactos del juego: el carrusel, la rueda de la fortuna y la montaña rusa. Tal vez porque la memoria domestica los objetos cotidianos, pocos tenemos la curiosidad de la autora para rastrear el origen de cada uno de estos artefactos y dilucidar las motivaciones más antiguas y universales sobre el juego, tanto así, que nosotros podemos gozar casi de la misma manera que cuando éstos fueron pensados como objetos meramente lúdicos.

Tenemos tan integrados estos tres juegos en nuestro imaginario colectivo, en nuestros afectos (si nuestra infancia fue buena), que la autora nos recuerda que también nos referimos a ellos como metáfora de nuestra vida. En las distintas estancias la vida, o incluso el amor, pueden semejarse a una montaña rusa por su velocidad o su aparente salto al vacío, a una rueda de la fortuna que nos lleva a lo más alto pero también nos regresa inevitablemente al suelo, a un carrusel girando siempre en círculos. Las ferias, el marco donde solemos ubicar estos tres juegos nos remiten a un escenario distinto del cotidiano, nos remite a la infancia o a la primera juventud, un espacio donde se detiene el tiempo y la adrenalina se libera en nuestros deseos más temerarios por probar nuestras propias fuerzas.

Que estos tres artefactos aparezcan en distintas culturas da cuenta de necesidades vitales universales como la aventura o el viaje a pequeña escala (que de algún modo nos conduce a encontrar el rumbo). Si el juego es una evasión de la realidad, nada como el siglo XX en el que se puso tanto empeño en perfeccionar esta experiencia de riesgo y aventura.

Elisa Corona Aguilar da cuenta de los diversos parques de atracciones a lo largo del tiempo y cómo uno ha ido venciendo a otro en astucia, sagacidad y la tecnología con la que se contaba según la época. Las dificultades que cada autor enfrentó y los vestigios o la memoria que de él han quedado. Si, como dice Elisa Corona, “abordar una montaña rusa implica dejar algo de sí mismo atrás, abandonar los límites de la personalidad y romper las normas del comportamiento diario: se es otro durante el trayecto” (p. 91), perfeccionar un artefacto que ha servido para el uso exclusivo del disfrute y la diversión, ha sido también la máxima aventura para sus diseñadores.

En esta era de la productividad, con la mirada severa, reprobatoria, frente al tiempo en que no realizamos nada que produzca dinero, esta cárcel autoimpuesta, llegamos a sentirnos culpables si dedicamos una tarde al ocio. ¿Tiempo libre? ¿Para qué? En nuestros días, ser un adicto al trabajo es lo que forja el carácter.

“Las cárceles imponen sus normas”, dice Graciela Scheines, “jugar nos hace libres. Pero como sólo se juega desde el caos o el vacío, paradójicamente jugar es fundar un orden, levantar una tienda en la intemperie” (p.157). El libro de Elisa Corona Aguilar me hace pensar que los parques temáticos, las ferias que resguardan a la montaña rusa, la rueda de la fortuna, el carrusel, quizá, sean los que guarden el último reducto de la sociedad contemporánea que nos permite, sin ser juzgados, ser otros, más libres que lo que las convenciones nos dictan, más temerarios. En ese viaje delirante en el que vencemos la gravedad y somos más veloces, podamos enfrentar nuestros miedos y liberarnos con un grito catártico de nuestras angustias. Y poder regresar de nuestra aventura siendo a un tiempo los mismos pero renovados.

Referencias:

Scheines, Graciela. Juegos inocentes, juegos terribles. Buenos Aires: Eudeba, 1998.

Smirnoff, Natalia. La importancia de lo inútil. Casa de América, Madrid: 7 de octubre de 2010. [en línea] https://goo.gl/AvLQVI

Rompecabezas. Dir. Natalia Smirnoff. Carrousel Films, 2010.

Acerca del autor

Liliana Pedroza

Doctora en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Complutense de Madrid, es especialista en cuento mexicano contemporáneo. Sus líneas de investigación se centran…

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