En una ocasión escuché a un escritor zapoteco hablar sobre el proceso de edición de uno de sus libros, la historia consistía en cómo hace casi un par de décadas un error editorial llevó al cambio del título original de su novela; por alguna razón, muy probablemente la del desconocimiento de la lengua del autor, los editores decidieron colocar como título las primeras palabras de la novela, fue hasta que los ejemplares llegaron a las manos del escritor que éste notó el error. Como una forma de subsanar la falla no intencional, los editores mandaron a imprimir varios ejemplares con el título que originalmente el autor había proporcionado a su trabajo. En las librerías circuló la novela con dos títulos distintos, aunque al parecer hubo más ejemplares con el de los editores.
La anécdota, aunque vieja, evidencia situaciones complejas dentro del proceso de edición y publicación de las literaturas indígenas: una, el descuido hacia los textos (ocasionado por diversas causas) y el lugar marginal en el que solían estar los libros en lenguas indígenas en los procesos editoriales del mundo hispanohablante –probablemente todavía están, aunque también es cierto que los esfuerzos editoriales y de comunicación entre editor-autor son cada vez mayores-; otra, la necesidad de más editores en las diversas lenguas indígenas.
Cuando pienso en esta situación, en la de los textos que se imprimen en las diversas lenguas indígenas en un mundo que no termina de reconocerlas, que no alcanza a comprenderlas, recuerdo el muy referido episodio del encuentro de Cajamarca entre el Inca Atahuallpa y el padre Vicente Valverde el sábado 16 de noviembre de 1532. De acuerdo con las diversas versiones del encuentro recopiladas por Antonio Cornejo Polar, Atahuallpa rechaza el libro que los conquistadores le ofrecen como representación de lo más sagrado de su fe, su “autoridad cristiana”, porque al Inca no le significa nada, no le “habla”. Según Cornejo Polar, la mayor parte de las crónicas se reducen a contar sin explicaciones que el Inca pide el libro a Valverde y de inmediato lo arroja; sobre esto, el crítico peruano señala:
[…] lo que queda es el testimonio escueto y dramático […] de lo que he llamado el “grado cero” de la relación entre una cultura oral y otra escrita, representado inclusive por la dificultad de Atahuallpa para entender no sólo la letra sino el funcionamiento mecánico del libro (abrirlo, pasar sus hojas) que funcionan como los símbolos mayores de la incomunicación absoluta con que comienza la historia de un “diálogo” tan duradero, que llega hasta hoy, como traumático. (27)
El rechazo de Atahuallpa al libro muestra el supuesto fracaso del Inca ante el alfabeto y su ignorancia de ese código específico que lo sitúa en la barbarie. Al ignorar la letra, Atahuallpa ignora también a Dios y al rey. En este sentido, la escritura representa la autoridad:
[…] esto indica que en el universo andino la asociación general entre escritura y poder tiene que historiarse dentro de una circunstancia muy concreta: la de la conquista y colonización de un pueblo por otro, radicalmente diverso, lo que hace que los conflictos entre voz y letra tengan aquí un significado de ruptura y beligerancia mucho más definido […] La escritura en los Andes no es sólo un asunto cultural; es […] sobre todo, un hecho de conquista y dominio. (29)
Pero, quizás, desde hace un tiempo, muy lentamente, aquel “encuentro” comienza a tomar otro rumbo.